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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Viaje a Tuxcacuesco

Jordi Soler

El mundo raro de Rulfo comienza con las primeras palabras de Pedro Páramo, su novela emblemática y también única: "Vine a Comala". Y este mundo se pone más raro aun cuando se ha estado por alguna razón, invariablemente oscura, en el pueblo mexicano del mismo nombre, Comala, que está situado cerca de la ciudad de Colima, y que es un enclave caluroso y tropical que bien poco tiene que ver con la Comala fantasmal y polvorienta de Juan Rulfo. Esta Comala calurosa y flagrante y falsa recibe todo el tiempo peregrinos, llegados de Europa y de Estados Unidos, que llevan la intención de homenajear la novela y a su autor, comiendo langostinos con tequila, a 40 grados de temperatura ambiente, debajo de un tejaván de colorines, con música de mariachi y nativas muy vitales. Aquellas huestes de peregrinos no reparan nunca (quizá porque una cosa es ser peregrino cultural y otra muy distinta es leer libros) en que esa Comala está demasiado viva para ser la Comala auténtica, la única que, por ser de ficción, es de verdad. He estado un par de veces en la Comala falsa, por razones desde luego oscuras, y me he desgañitado tratando de explicarle a algún iluso que esa juerga con mariscos no tiene nada que ver ni con Rulfo ni con Páramo; pero las dos veces he claudicado ante la imposibilidad de convencerlos, he abandonado mi esfuerzo y me he entregado irresponsablemente, y también con mucho júbilo, a la fuente de langostinos y al tequila.

Cincuenta años de 'Pedro Páramo'. Tuxcacuesco, un pueblo en Jalisco, no se parece en nada a la Comala de ficción de Juan Rulfo

El "vine a Comala", que marca el comienzo de la novela, es en realidad, como lo dijo el mismo Rulfo: vine a Tuxcacuesco, porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Tuxcacuesco es la Comala verdadera, es un pueblo que está en Jalisco, metido en un laberinto de caminos de tierra, matojos y barrancos, de muy difícil acceso y con frecuencia, según la hora del día y la intensidad de la canícula, inexpugnable. La Comala real tiene que ver tan poco con la Comala nominal, como Barcelona con Monterrey, aquella ciudad mexicana desértica y culturalmente desolada donde, vayan ustedes a saber por qué, va a asentarse la versión real del próximo Fórum de las Culturas.

En este año en que se cumplen 50 de la publicación de Pedro Páramo, he estado recordando un viaje que hice en 1980 a la Comala real, a Tuxcacuesco, aprovechando las instrucciones que el mismo Rulfo le había dado alguna vez a su médico, que era mi abuelo paterno. El abuelo era un viejo dado a experimentar con la química corporal, iba en el asiento del copiloto, dictando las instrucciones que le había dado su paciente, y simultáneamente preparando unos cubatas de ron, coca-cola y un medicamento para el estómago que, además de dotar de una capa protectora la mucosa estomacal, contenía tintura de opio y esto le daba a aquellos cubatas un toque, digamos, especial. Llegar a Tuxcacuesco nos tomó varias horas de veredas, vericuetos, meandros y caminos de tierra, en cada encrucijada aparecía un jinete que nos indicaba el rumbo y después desaparecía, vericueto adentro, y al cabo de un rato llegábamos, con el coche dando tumbos y coleccionando rechinidos, a la siguiente encrucijada. A medida que pasaba el tiempo el abuelo se iba cabreando, porque el mapa de Rulfo era bastante raro y porque se le había terminado la reserva de ron y había empezado a beberse el medicamento a morro, y eso empezaba a ponerlo de un talante, digamos, espinoso.

Finalmente, en un árido delta que formaban dos caminos, apareció nuestro Abundio, el arriero que iba a la Comala verdadera y que nos permitió seguirlo, con el automóvil a la velocidad de su mula. Supimos que estábamos muy cerca cuando detrás de una loma apareció un llano lleno de espigas rojas, pintadas por el sol, que hacían pensar que el llano estaba en llamas. Desde ahí vimos Comala y al fondo el rancho de la Media Luna, donde vivía y sigue viviendo Pedro Páramo, el cacique de la Comala real. Entramos al pueblo que parece un pueblo fantasma, o quizá sea más preciso decir, un pueblo con un pueblo fantasma dentro, por donde corría un caballo sin jinete que el abuelo identificó inmediatamente como el caballo de Miguel Páramo, ese pobre animal que perdió a su amo y que desde entonces corre desconsolado por las calles de la Comala real y por el llano en llamas. Llegamos a la plaza, un espacio fantasmal donde un grupo de gente reposaba o bebía un trago, sin decirse absolutamente nada, un grupo de personas idénticas a los personajes de Rulfo que nos hizo pensar que Pedro Páramo es una historia real, de verdad, calcada de esa historia que acontece todos los días en Tuxcacuesco que es Comala, y que encuadrar su novela en el realismo, sea mágico u ordinario, es una imprudencia: Juan Rulfo más que un escritor era un médium.

Pues bien, pasamos entre los personajes de Rulfo rumbo al colmado, con el objetivo de comprar un ron que le bajara el cabreo al abuelo y le paliara el mono que le habían dejado los 100 mililitros del medicamento. Luego subimos al coche y enfilamos hacia la Media Luna donde Pedro Páramo, desde hace exactamente 50 años, espera sentado afuera de su casa y de cara al camino, esperando el regreso de Susana Sanjuan.

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