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Columna
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Glándula

Manuel Vicent

Ciertas especies de mamíferos superiores, del orden de los primates, donde se incluyen desde gorilas de Ruanda hasta los obispos de Roma, pasando por los héroes del rock, tienen la costumbre de golpearse el pecho para expresar un sentimiento de euforia, de dolor, de poder o de culpa. Cuando el bienaventurado King Kong se percutía el tórax como un timbal, no lo hacía para pedir perdón por sus pecados, sino para mostrar su cólera. No le faltaban motivos. Se había enamorado de una rubia que iba a ser sacrificada a un poderoso dios. El timo es una glándula de secreción interna situada detrás del esternón, que participa del sistema inmunitario del organismo. Al principio tiene el tamaño de una naranja y su función es muy activa, pero al llegar a la pubertad se vuelve pequeño como un guisante y deja de intervenir en las emociones, salvo que se le despierte a puñetazos. No está demostrado que King Kong se batiera el pecho para excitar esa glándula antes de llevar a su novia Ann, una vez rescatada, a la cima del Empire State; en cambio, parece fuera de duda que ese gesto pasó de los primates a las culturas más primitivas y a través de los siglos ha llegado a nuestros días. Cuando en Bagdad la multitud entierra a las víctimas de un bombardeo expresa su dolor y su ira sacudiéndose las costillas con el puño. Los viejos cristianos piden a Dios perdón por sus pecados entonando el mea culpa con tres golpes rituales a la altura del esternón. Los anacoretas se daban en el pecho con un mendrugo de pan duro y cuando no había pan usaban una piedra; los guardaespaldas de banqueros y jerarcas se sirven de la culata del revólver que llevan bailando en la axila; algunos sicarios se cuelgan un escapulario del cuello para sacar fuerzas antes de apretar el gatillo y, aunque parece que los políticos anglosajones extienden la mano sobre el corazón cuando suena el himno nacional, en realidad no están sino calentando el timo para que segregue un sueño de águilas, leones y misiles. Esa glándula también se excita vociferando insultos contra el gobierno en las manifestaciones hasta volverse afónico, pero existen otras formas más amables de despertar ese guisante dormido. Basta con roncar a pierna suelta, reírse a carcajadas, cantar desaforadamente bajo la ducha, emitir el grito de Tarzán, pasarse un vibrador por el diafragma o frotarse el pecho con agua brava. Después de este ejercicio uno puede sacudirse el timbal como King Kong y ya está preparado para conquistar el amor de la mujer rubia.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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