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Reportaje:

El ataque de los 'pequeños hermanos'

La proliferación de cámaras digitales convierte a los ciudadanos en 'vigilantes', mientras la ley se confiesa inútil para controlar el fenómeno

Patricia Fernández de Lis

El pasado 12 de febrero, en el barrio madrileño de Azca, miles de ojos electrónicos contemplaban con atención cómo el edificio Windsor se consumía lentamente entre las llamas. Cámaras de vídeo y de fotografía digital y, sobre todo, teléfonos móviles, fueron testigos mudos del desastre. Después se convirtieron, además, en parte esencial de la investigación, cuando unos vecinos grabaron en su cámara de vídeo el misterioso deambular de unas siluetas en el interior de un edificio que, según las autoridades, estaba vacío.

A día de hoy, a cada paso que damos, es posible que alguien esté observándonos, grabe lo que vea y lo comparta con el resto del planeta. La miniaturización de las cámaras y los teléfonos, la caída de los precios de estos dispositivos y la digitalización de las fotos -que provoca que puedan ser compartidas en breves minutos por centenares de personas, o por millones, a través de la red de Internet- han transformado al gran hermano que temía George Orwell en decenas de millones de pequeños hermanos en potencia.

El año pasado se vendieron en España 5,6 millones de dispostivos de este tipo

En 2003, se vendieron en España 1,8 millones de cámaras digitales y teléfonos móviles con cámara, según datos de la consultora Gfk. El año pasado, la cifra se multiplicó por cinco, hasta los 5,6 millones.

Los expertos en intimidad están desbordados. Hay quien considera que la proliferación mundial de cámaras significa el fin del derecho a la privacidad, tal y como la conocemos. El móvil es un dispositivo portátil, ubicuo (casi el 90% de la población española tiene uno) y del que la mayor parte de los usuarios no puede prescindir: un estudio reciente de la agencia BBDO aseguraba que el 67% de los españoles con celular lo tiene permanentemente encendido y lo lleva encima todo el día.

Los problemas se suceden. Hay gimnasios en el Reino Unido y Estados Unidos que prohíben a sus socios entrar en los vestuarios con móviles que tengan cámara. Recientemente, las autoridades japonesas decidían poner en marcha vagones de metro exclusivos para mujeres, porque los hombres hacían fotos de la ropa interior de las viajeras que llevaban falda con sus móviles diminutos. Ya hay casos de espionaje industrial, hasta el punto de que la operadora estadounidense Sprint está ofreciendo a sus clientes corporativos móviles sin cámara, porque muchos de ellos los han prohibido en el lugar de trabajo. Y se ha llegado a extremos paradójicos: el fabricante coreano de móviles Samsung ha prohibido la entrada de teléfonos con cámaras en sus propias factorías.

Y es que la adopción de toda nueva tecnología tiene un determinado impacto social, durante un periodo de tiempo concreto. Tal y como recuerda Enrique Dans, profesor del Instituto de Empresa especialista en nuevas tecnologías los primeros usos del teléfono, la radio o la televisión también provocaron conflictos familiares y sociales. Pero estas tecnologías tardaron más de 30 años en llegar a 50 millones de personas. A Internet y al móvil les ha costado menos de cuatro años. "No ha dado tiempo, aún, a desarrollar los protocolos de uso de estas tecnologías", explica. "De ahí, los conflictos".

Los efectos sociales y legales de la popularización de estos minidispositivos espía están empezando a debatirse entre las autoridades de todo el mundo. La medida más extrema la tomó, en septiembre pasado, Arabia Saudí, cuando decidió prohibir la venta de móviles con cámara debido a sus "usos indecentes".

Pero hay quien cree que la ubicuidad de las cámaras no sólo no es un problema sino que representa el paraíso de la democracia. Por una vez, los ciudadanos tienen en sus manos el arma más importante de la que gozan las élites: el poder de vigilar. Y después de toda una vida sometidos al escrutinio de las cámaras de edificios oficiales, oficinas, parques, carreteras o grandes almacenes, los usuarios tienen en sus manos un dispositivo para ver, sin ser vistos. Ahora, pueden observar a quienes siempre han tenido la prerrogativa de observarles.

"La intimidad, tal y como hoy la conocemos, va a desaparecer", explica David Brin. Este autor estadounidense de ciencia-ficción es conocido por haber escrito la novela El cartero, que después llevaría al cine Kevin Costner. En su libro más polémico, La sociedad transparente -que se publicó en Estados Unidos en 1998-, Brin proclamaba que cualquier intento por parte de los ciudadanos de proteger su intimidad frente a los gobiernos y las empresas es inútil. Lo que sugiere es armarse también para que "todo el mundo pueda ver". "A día de hoy, en cuanto salimos de casa, ya no podemos saber si habrá alguna cámara, en algún lugar, observándonos. Son tan baratas que los niños las comprarán pronto a puñados en las papelerías", dice Brin, por correo electrónico.

"Sin embargo, si todo el mundo puede utilizar estas cámaras, entonces estaremos a salvo, tanto de los policías como de los criminales, porque podremos mirar, también", explica.

Los estadounidenses han encontrado ya una palabra para definirlo. Lo llaman "vigilancia inversa". Hay activistas de este fenómeno, que se organizan a través de Internet (http://wearcam.org/wsd.htm). En Florida, Boston, Japón o Escocia, los partidarios de la vigilancia inversa fotografían cámaras de vigilancia callejeras y las denuncian en su web.

Y actúan. En la ciudad estadounidense de Nashville, el pasado octubre, un ciudadano fotografió con su móvil a un ladrón que huía con su vehículo y, gracias a ello, fue detenido 10 minutos después. Y en Italia, un tendero fotografió a dos personas que le parecieron "sospechosas" y envió las imágenes a la policía, que identificó a los hombres, que estaban en busca y captura, y los arrestó en la tienda poco después.

¿Está bien que los ciudadanos se conviertan en delatores, y vigilen a otros ciudadanos?

"Las violaciones de intimidad de los vigilantes [tradicionales]", dicen los partidarios de la vigilancia inversa en la web eyetap.org, "pasan normalmente desapercibidas. En el segundo caso, es evidente de inmediato". Sin embargo, el 61% de las cámaras vendidas el año pasado fueron teléfonos móviles, según Gfk, y con ellos es posible realizar fotografías sin que los fotografiados lo sepan.

En países como Corea del Sur se está discutiendo la conveniencia de obligar a los fabricantes a que los móviles emitan un bip cuando realizan una fotografía.

Lo cierto es que las leyes intentan proteger a los ciudadanos de los abusos de autoridades y empresas cuando quieren violar su intimidad, pero no están preparadas para una avalancha de violaciones por parte de otros ciudadanos. Amaya Bretón, abogada especializada en nuevas tecnologías del despacho Aralegis, explica que en este tipo de casos confluyen varios derechos protegidos, como el de la intimidad y la propia imagen, y la protección de datos. Sin embargo, "el fenómeno es tan sumamente nuevo", explica Bretón, que no está claro cuál de esos derechos debe invocarse. En España no ha habido aún casos de este tipo, así que no hay jurisprudencia clara a la que se pueda acudir en el caso de que un ciudadano viole la intimidad de otro haciéndole una fotografía con su móvil.

Hay, en fin, partidarios de los pequeños hermanos, y también hay quienes los temen. Es aún pronto para saber las consecuencias de esta plaga de cámaras, pero lo que se discute es si se pueden o se deben controlar. "Aunque no podamos prevenir las consecuencias de la tecnología, no debemos protegernos contra ella, sino legislar cuando se conozcan sus efectos", explica Enrique Dans.

"De lo contrario, estaríamos hiriéndola de muerte".

Un joven fotografía con su móvil a un niño corriendo sobre un patín en Barcelona.
Un joven fotografía con su móvil a un niño corriendo sobre un patín en Barcelona.CONSUELO BAUTISTA

Vigilancia en cada calle

Es uno de los negocios más lucrativos del mundo, especialmente después de los atentados del 11 de septiembre. El mercado de ventas de cámaras callejeras de vigilancia crece alrededor de un 25%, desde los 2.000 millones de dólares que movía antes de los atentados de Nueva York y Washington, a los 5.000 o 6.000 millones que se calcula que factura a día de hoy. Y las acciones de las empresas que las venden suben como la espuma en la Bolsa. El valor de Nice Systems -que se dedica a la venta de soluciones de seguridad y software de vigilancia- ha crecido un 50%, mientras que el de Flir Systems -que fabrica cámaras de visión nocturna- ha aumentado un 60%.

El eterno debate entre la seguridad y la intimidad parece ahora más inclinado hacia la primera, especialmente por la violencia callejera en las grandes ciudades y el temor a atentados terroristas en toda Europa. Pero la instalación de cámaras de seguridad callejeras provoca polémica en las ciudades donde se implanta.

En Viena, la instalación de cámaras en el centro de la ciudad ha causado la indignación de los ciudadanos porque no sólo se permite la grabación de los transeúntes, sino el uso de las imágenes como pruebas. Además, se han creado zonas de protección alrededor de colegios y guarderías donde la policía puede impedir la entrada de sospechosos. En Londres, la instalación de cámaras de vigilancia en el metro ha provocado las protestas de organismos de defensa de los derechos civiles.

En España, la Ley de Videovigilancia restringe la instalación de cámaras que graben a los transeúntes y, además, obliga a los organismos a informar a los ciudadanos. El alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, ya ha asegurado que planea instalar cámaras en la plaza Mayor.

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Sobre la firma

Patricia Fernández de Lis
Es redactora jefa de 'Materia', la sección de Ciencia de EL PAÍS, de Tecnología y de Salud. Trabajó diez años como redactora de economía y tecnología en EL PAÍS antes de fundar el diario 'Público' y, en 2012, creó la web de noticias de ciencia 'Materia'. Los fines de semana colabora con RNE y escribe, cuando puede, de ciencia y tecnología.

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