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Reportaje:

Peor que la cárcel

Madres e internos relatan las condiciones de los centros de menores canarios, donde ha habido muertes y denuncias por torturas

Antonio Jiménez Barca

Un chico de 18 años, fugado desde octubre, resume así la descomposición de los centros de menores de Tenerife, calificados por el Defensor del Pueblo canario como ejemplo de maltrato institucional: "En septiembre quemé un colchón en mi celda para hacerme pasar por enfermo y fugarme; no lo logré y me castigaron: me ataron con grilletes, en las manos y en los pies, a una cama sin colchón: así estuve, sobre el somier, en calzoncillos, un día entero y una noche, solo, sin comer". A la segunda lo consiguió. "Los vigilantes no pusieron pegas, me dijeron: 'Yo voy a cobrar lo mismo, mi hijo, así que vete". No quiere que salga su nombre: "Pon Pedro". Ahora está en Santa Cruz, con su madre.

Los incidentes se arrastran desde 2001, año en que entró en vigor la Ley del Menor
"Nosotros dormíamos cuatro en una celda. Incluso dos en una cama", dice un fugado

Porque las madres andan siempre detrás. En Tenerife se han convertido en un poder fáctico, inundando la Fiscalía de Menores de denuncias: malos tratos, palizas, torturas, consumo de hachís, cocaína y tranquimacines: "No me indican qué medicamentos le recetan, y noto que mi hijo va como medicado...", expone Ángeles Ramos. "Mi hijo fue inmovilizado durante horas, atado con cinturones negros...", sostiene Teresa Curbelo; "Usan unos cinturones [parecidos a camisas de fuerza], dejándolo [a mi hijo] inmovilizado horas, sin ir al servicio, haciéndose sus necesidades encima...", escribe María Luisa Pedrote.

Y ni siquiera estas denuncias aluden a los hechos más graves: hay un coordinador procesado, acusado de violar en noviembre a un menor; hace 10 días, una chica de 16 años murió asfixiada en su celda del centro de Valle Tabares al quemar un colchón contra la puerta; en noviembre, Philipp García, de 16 años, apareció muerto debajo de su cama del centro Nivaria, también asfixiado, con la cabeza dentro de una bolsa de basura atada al cuello. En un principio se pensó en un suicidio, pero la Guardia Civil tiene abierto el caso porque hay indicios que apuntan a un asesinato: un cepillo de dientes afilado como un punzón encontrado en el suelo a su lado, signo de que se sentía amenazado y quiso dormir junto a un arma, y la falta de huellas dactilares en la bolsa.

Los incidentes se arrastran desde 2001, fecha en que entró en vigor la Ley del Menor, que elevaba la edad penal de 16 a 18 años. Los centros, que nadie se cuidó en preparar, se vieron desbordados. Se juntaron chicos de 16 años con problemas de conducta con sicarios y matones de 20 o 22 años procedentes de la cárcel, que iban a parar allí porque cometieron los crímenes antes de cumplir los 18. El ambiente comenzó a pudrirse. "Yo recuerdo un chiquito, de 16 años, que llegó allí por robar cuatro chorradas", comenta un vigilante que aún trabaja en Tenerife. "Le colocaron en una celda junto a un hijo de puta de 22 años acusado de asesinato y cocainómano. Eso era hace tres años. Ahora, ese chiquito, en libertad, va hecho un zombi por la calle, drogado, perdido, y acabará en la cárcel de Tenerife II".

El fiscal de menores de Tenerife, Miguel Serrano, asegura que posee informes, remitidos por la propia Administración de las islas, en los que se demuestra que el consumo de drogas en los centros de menores es frecuente. Aunque para enterarse de eso no hacen falta informes. Basta preguntar a este vigilante: "De celda a celda se pasan el chocolate o la cocaína con unas cajitas atadas a unos hilos: los llaman carritos. Y para meter la droga se recurre a menores que están en régimen semiabierto, que salen de permiso. Los más mayores, que son tíos como armarios, violentísimos, de 22 años, amenazan a los más pequeños, a los más avasalladitos, para que traigan granos de hachís o coca en el ano. Si no lo hacen, los apalean". "Yo he visto una chica traer droga en un huevo kinder escondido en la vagina", añade una ex cuidadora.

El hacinamiento lo agrava todo: "Nosotros dormíamos cuatro o cinco en una celda de dos. Incluso dos en una cama", comenta Pedro. Después de levantarse, las cosas no iban mejor. "Había clases de matemáticas, sí, de una hora cada dos días, en el comedor, pero eran de hacer sumas y restas de dos cifras, como para niños, y las daba el primero que pasaba, un guardia de seguridad, un cuidador...Yo que me quedaba loco: en historia nos enseñaban las capitales: Madrid, capital de España; París, capital de Francia...".

La cuidadora citada antes añade: "A veces yo traía desde mi casa libros porque no tenían ni libros, ni pizarras, ni siquiera balones para jugar en el patio, donde se reunían en una esquina a aburrirse ¿Cómo extrañarse luego de que, viendo películas, vayan siempre con los malos? Una vez, a Nicolas Cage, en Con Air, que hacía de infiltrado, le llamaban poli chivatón y cabrón".

El director general de Protección del Menor, José Luis Arregui, que tomó posesión del cargo hace dos semanas, reconoce el problema, pero cree que el plan de choque del Gobierno canario, aprobado el miércoles, dará resultado en meses: "Habrá funcionarios especializados para coordinar y habrá planes educativos para que los 240 menores recluidos ahora en los cuatro centros de menores de Canarias tengan posibilidades de reinserción". También se ha inaugurado, a toda prisa, para cerrar un edificio por orden judicial, un macrocentro (Tabares II), con aire de fortaleza, para 120 internos, informa Juan Manuel Pardellas.

Pero las madres no se fían. Dolores, de 38 años, no se fía. Su hijo, como Pedro, se fugó de Valle Tabares I, en febrero, con meses de condena pendiente. Ahora, la madre, que hace años fue la primera en solicitar que internaran a su hijo en un reformatorio, avisa: "Mi hijo está conmigo, en mi casa, en Gran Canaria. Pero que no vengan a por él porque que no lo pienso entregar. Yo pedí que lo metieran en un centro de menores, no en Guantánamo".

Adictos al culebrón y al tranquimacín

"La única hora en la que no habrá un motín en el centro de menores de Valle Tabares es cuando emiten el culebrón de la televisión canaria Pasión de gavilanes". Dolores, la madre de un interno fugado, comenta que su hijo volvió del centro de internamiento con dos adicciones: "A los tranquimacines, que se los daban a todas horas, y al culebrón de después de comer". A juicio de la madre, esto indica que allí "no había nada que hacer excepto ver la tele y malearse". El caso del hijo de Dolores es sintomático: "Lo expulsaron del colegio a los 14 años por mal comportamiento; mi hijo tenía trastornos de conducta, una enfermedad psicológica, pero no era un delincuente. Acabó en la calle, porque no lo admitían en ninguna escuela. Y acabó delinquiendo, y en el centro de menores, mezclado con asesinos".

El Gobierno canario, dentro del plan de choque para arreglar la situación de los reformatorios, ha prometido la creación de un centro terapéutico en Canarias. También intentará que los menores sean recluidos en su isla de residencia. "Ahora, desde Gran Canaria, donde yo vivo, te gastas 150 euros cada semana en ir a visitar al menor a Tenerife. Y cuatro visitas al mes es un sueldo. Un sueldo entero para familias que son siempre pobres", dice Dolores.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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