Filosofía en las barricadas
"Le pregunté cómo le vino la idea de escribir El ser y la nada. Usted me contestó: 'Era la guerra".
Simone de Beauvoir
La ceremonia del adiós.
La Academia sueca concedió a Jean-Paul Sartre el Premio Nobel de Literatura el 22 de octubre de 1964. Al hacerlo, reconoció y consagró un estado de cosas incontestable: la reputación y el prestigio de Sartre en el mundo intelectual de su tiempo, en su múltiple condición de filósofo, dramaturgo, novelista, crítico y portavoz-militante de toda clase de causas socialistas, no tenían igual entre los escritores de su generación. Si Voltaire y Rousseau son los filósofos de la Ilustración y Marx el de la Revolución, Sartre es el filósofo de la Liberación. Y, como sucede en esos otros casos, es preciso entender la "Liberación" en un sentido amplio, que no se reduce al mero acontecimiento de la derrota del nazismo en 1945 pero que desde luego hunde profundamente en él sus raíces. Una Europa gravemente afectada por los fascismos, el desastre de la Segunda Guerra Mundial y la expectativa realista de una tercera, determina por completo la sensación de precariedad que domina la vida cotidiana de unos hombres que se habían creído ya definitivamente civilizados y que han experimentado en sus carnes el derrumbamiento súbito de su mundo; unos hombres que, mientras caminan entre las ruinas de sus ciudades con el sentimiento de una amarga victoria, de un pasado que se ha hundido junto con sus viejas ilusiones y de un porvenir incierto y amenazador presidido por la intimidación nuclear, tienen necesidad perentoria de una nueva confianza en sí mismos, de esa esperanza que han atisbado en el gravoso aprendizaje de la Resistencia.
La "Liberación" no se reduce al mero acontecimiento de la derrota del nazismo en 1945, pero hunde en él sus raíces
El ostracismo al que hoy se le condena compensa el exceso de protagonismo que tuvo durante su vida
Un título como El ser y la nada -concebido en su mayor parte en un campo de prisioneros alemán durante la guerra- debe ser interpretado ante todo en este paisaje: que el hombre no es nada no es una tesis que necesite ser probada en ese contexto; que los hombres no están determinados por su pasado, por su naturaleza o por su cultura, que no tienen otra cosa más que su existencia individual, mortal e histórica, y que ésta no es más que su libertad para hacer de sí mismos un futuro es una afirmación urgente e imperativa dadas las circunstancias; y que cada uno no cuenta para este fin con otros "medios" que no sean los demás hombres de su tiempo con sus elecciones y sus disparates, que sólo puede alcanzar la libertad que le define ejerciéndola en acciones concretas encaminadas a reconocérsela a otros, que nadie puede llegar a ser sujeto si no es liberando a los demás de la condición de objetos, que solamente reconociendo la libertad ajena puede la propia aspirar a ser reconocida en su verdad, todo esto es lo que define el clima de la Liberación que Sartre supo representar como ningún otro, dando un incomparable ejemplo de coherencia entre vida y obra.
Naturalmente, El ser y la nada, que elevó rápidamente a Sartre a la condición de gran pensador -una suerte de alternativa ilustrada e izquierdista a Heidegger-, no podía alcanzar directamente al gran público. Pero en sus páginas se albergaba una exaltación de la libertad -convertida en ser y en verdad de todo lo humano- que tenía que correr paralela a la acentuación vehemente de la responsabilidad pública del escritor. "Todos los escritores de origen burgués han conocido la tentación de la irresponsabilidad; desde hace un siglo, esta tentación constituye una tradición en la carrera de las letras", había dicho. No hay que advertir que él se propuso concienzudamente romper con esa tradición, invirtiendo -e incluso se diría que abrazando- hasta el último gramo del inmenso crédito obtenido en el mundo de las letras (que pronto lo convirtió en un icono intocable) en la intervención cultural en la sociedad y en la historia (que le granjeó su fama de terrible agitador), un poco a la manera en que los intelectuales, durante la Resistencia, habían procurado también "hacerse perdonar" su pertenencia a la burguesía.
En un primer momento, estas
empresas de agitación respondían a la figura del "escritor comprometido" y, por tanto, tenían a la propia literatura -en un sentido amplio que incluía la crítica y la reflexión filosófica, y que admitía su extensión hacia los nuevos medios técnicos como la radiodifusión o el cinematógrafo- como trinchera: desde el final de la guerra, sus conferencias eran actos multitudinarios, su revista Les Temps Modernes se erigió en autoridad crítica de primer orden, sus estrenos teatrales eran verdaderas conmociones políticas (Las moscas, A puerta cerrada, etcétera) y sus novelas (La náusea, Los caminos de la libertad) se convirtieron en acontecimientos de dimensión internacional que difundieron rápidamente el existencialismo como "estilo de vida".
A partir de 1953, sin embargo, se produjo un cambio de perspectiva: Sartre dejó de verse a sí mismo como un "escritor comprometido" y empezó a considerarse como un sujeto comprometido con la historia que, además, escribe. Así comenzó un periodo frenético de intervenciones militantes, que se inició con su acercamiento al partido comunista tras un viaje a la URSS seguido de entusiastas declaraciones sobre la "libertad soviética" (cuya falsedad reconocería más tarde) y se prolongó después en su complicidad con la rebelión argelina, Fanon, la Cuba de Castro, la Indochina de Giap y Hô Chi Minh o el maoísmo de 1968.
En cierto modo, la idea de libertad, hegemónica durante el primer periodo, había dejado lugar a la otra idea-fuerza que desde el principio convivió con ella, la de facticidad, y la relación dialéctica entre ambas sería el objeto de sus últimas investigaciones, recogidas en la Crítica de la razón dialéctica y en El idiota de la familia, donde la filosofía dialéctica de la historia se superpone a la inspiración fenomenológica anterior. La noción de situación, el experimentar la propia situación histórica (y no la posteridad o la "república literaria") como el horizonte ineluctable de la acción, le llevó a la convicción de que tenía que apostarse al lado de todos los movimientos históricos que presentaban un perfil emancipatorio y todo ello antes de saber lo que esos movimientos y los hombres que los protagonizan serían efectivamente, lo que la Historia dirá un día de ellos cuando ya "hayan sido"; hasta el punto de que a veces da la impresión de que su peculiar manera de caer en la "tradición de la irresponsabilidad" podría haber sido la hiper-responsabilidad casi obsesiva de su presencia y el empeño en actuar como notario y justificador de soluciones políticas e históricas a veces atroces al amparo del ambiguo precepto, pródigamente heredado por sus discípulos, de "decidir en contexto".
Sería fácil, por tanto, explicar el olvido al que se ha sometido hoy a su obra por la desaparición de aquel clima de liberación y resistencia, añadiendo incluso que el ostracismo al que hoy se le condena compensa el exceso de protagonismo que tuvo Sartre durante su vida. Pero, probablemente, para explicar el abandono actual de su pensamiento existe una razón más profunda que el cambio de la situación o la oscilación pendular de los estrellatos intelectuales. Uno de los muchos motivos por los cuales llegó a hacerse tan incómodo en su país fue su actitud a propósito del programa radiofónico -el mismo que luego importaría a España Alberto Oliveras- Ustedes son formidables. Con la misma dedicación con que ese programa tranquilizaba la mala conciencia de los franceses, Sartre les recordaba semanalmente en qué sentidos y respectos no eran en absoluto formidables. Se le recrimina a menudo el fracaso de sus iniciativas políticas, la crueldad de su pontificado literario, los errores y abusos de sus elecciones ideológicas...
Pero es que el ideal de vida filosófica de un intelectual situado como él no podía ser otro que el de convertir, con todas las consecuencias, su propia existencia en la encrucijada abigarrada y sintética de su tiempo; y parece haberlo conseguido de tal manera que su olvido podría ser una secuela de nuestro deseo de arrancar de nuestra historia -del mismo modo que la corrección política de los comisarios ha arrancado de entre sus dedos el inevitable cigarrillo que humeaba en la foto que ha presidido en Francia algunas exposiciones conmemorativas del centenario- un capítulo cuyas paradojas, dificultades, tragedias y errores colosales desearíamos hoy que no hubieran sido los nuestros y con respecto a los cuales querríamos mantener la distante actitud desaprobatoria de un juez no implicado en la acción. Así que no sería extraño que la marginación del pensamiento sartreano formase parte de una estrategia para adormecer la mala conciencia y falsificar nuestra biografía de modo que podamos engañarnos pensando que siempre fuimos y aún somos impecablemente formidables.
LAS FECHAS DE UNA VIDA
1905. Nace en París el 21 de junio.
1906. Muere su padre, Jean-Baptiste.
1917. Su madre, Anne-Marie, contrae segundas nupcias.
1927. Diploma de estudios superiores.
1929. Conoce a Simone de Beauvoir.
1931-1933 y 1934-1936. Profesor de filosofía en Le Havre.
1933-1934. Estudios en Berlín.
1936. Publica La imaginación.
1938. Publica La náusea.
1939. Es movilizado y enviado al frente, en la Lorena.
1940. Pasa nueve meses en un campo alemán de detenidos.
1941. Profesor en París.
1943. Estreno de Las moscas y publicación de El ser y la nada.
1944. Estreno de A puerta cerrada.
1944. Periodista en Combat, relata la liberación de París.
1945. Publicación de La edad de la razón y El aplazamiento, las dos primeras entregas
de la trilogía narrativa Los caminos de la libertad, que se cerrará en 1949 con La muerte en
el alma.
1945. En octubre aparece la revista Les Temps Modernes. Ese mismo mes pronuncia la conferencia El existencialismo es un humanismo, que se edita el año siguiente.
1946. Publica La puta respetuosa y Reflexiones sobre la cuestión judía.
1947. Publica Situaciones I.
1951. Estreno de El diablo y el buen Dios.
1952. Publica Saint Genet, comediante y mártir. Rompe con Albert Camus. Se acerca al partido comunista.
1954. Viaje a la URSS.
1956. Rompe con los comunistas tras la intervención soviética en Hungría.
1960. Publica Crítica de la razón dialéctica. Firma el "Manifiesto de los 121" contra la colonización en Argelia.
1964. Publica Las palabras,
sus memorias. En octubre rechaza el Premio Nobel de Literatura.
1966. Preside el tribunal Russell, encargado de investigar los crímenes de guerra estadounidenses en Vietnam.
1968. En mayo apoya a los estudiantes.
1969. Muere su madre.
1970. Apoya a los maoístas.
1973. Acepta la dirección del diario Libération, que abandona un año más tarde. La ceguera le impide trabajar.
1975. Viaja a Portugal para apoyar la Revolución de los Claveles.
1980. Muere en París el 15 de abril. A su entierro, en el cementerio de Montparnasse, acuden más de 50.000 personas.
LAS FECHAS DE UNA VIDA
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