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Un millar de personas despiden al joyero asesinado en Móstoles

El gremio reclama más seguridad para evitar asesinatos como el del jueves en Móstoles

Un millar de personas acudió ayer al mediodía al cementerio de Alcorcón para despedir a Antonio Sancho Arevalillo, el joyero asesinado el jueves en su tienda de Móstoles. Numerosos compañeros del gremio asistieron al velatorio para expresar sus condolencias a la viuda de la víctima, Manoli. Antonio Sancho fue despedido con un emotivo aplauso.

Antes, los familiares estuvieron atendiendo en el tanatorio a todos los vecinos y amigos que acudieron a darles el pésame. El cadáver de Antonio Sancho estuvo presidido por cuatro ciriales de madera y rodeado de coronas y ramos de flores. Enfrente, sentadas en un sillón, estaban su viuda, Manoli, y la madre de la víctima, Concepción. Una de las coronas más grandes la envió el Gremio de Joyeros. Su presidente, José Luis García-Luben Fernández-Aldao, acudió al sepelio ayudado por unas muletas y vestido de riguroso luto. "Lo que ha pasado era lo que cabía de esperar. No han pasado más cosas gracias a que nos protege nuestro patrón, san Eloy", afirmó.

Antonio Sancho, de 54 años, murió tras recibir un disparo por la espalda durante un atraco efectuado por tres hombres. Entre los pasillos del tanatorio, los joyeros comentaron en corrillos su "indefensión" ante los ladrones. Muchos intentaron contener la rabia, pero al recordar a los asesinos a más de uno se le escapó un "los muy...".Al sepelio también acudió el segundo teniente de alcalde de Móstoles, Daniel Ortiz, acompañado de varios concejales.

Muchos de los presentes ayer en el entierro no se habían hecho a la idea de la muerte de Antonio Sancho y hablaban de él en tiempo presente. "Antonio sabe mucho de joyas porque lo aprendió desde muy joven en una tienda de la Gran Vía", contó ayer su madre, Concepción.

Antonio, según explicó ayer su hermana Rosa, estaba recién operado de hernia cuando fue asesinado. "Estaba aún medio de baja, pero es tan responsable que ya había vuelto a trabajar", contó Rosa, hablando también de su hermano como si aún viviera. La mayor ilusión de la víctima era conocer a una nieta que nacerá dentro de unos meses. "Él ya tiene un nieto, pero estaba como loco con las niñas, con tener a una nieta", contaron sus familiares. El fallecido era el mayor de siete hermanos y tiene tres hijos de entre 29 y 24 años: Antonio, Daniel y Marcos. El joyero, junto a su mujer, sus hijos y las parejas de éstos, se habían trasladado recientemente a vivir desde Alcorcón a un chalet en Villaviciosa de Odón. "Le gustaba mucho cuidar de su huerto y dar paseos", contó su hijo Daniel. De vez en cuando convocaba a toda la familia para comer paella. A Antonio también le gustaba pasar temporadas en el pueblo de sus padres, Lastras de Cuéllar (Segovia), donde su pasión consistía en salir al campo a recoger níscalos.

La víctima nació en la madrileña calle de Serrano. "Luego nos fuimos a vivir a Lastras de Cuéllar, con todos mis hijos", contó ayer su madre. Un fatídico suceso hizo que la familia decidiera emprender de nuevo la vida en Madrid. El padre de Antonio falleció en 1967 también de una manera trágica. Durante un viaje en tren, uno de los viajeros dijo que se encontraba mal. El padre de Antonio, durante una parada, bajó a por agua para el enfermo; pero cuando iba a subir de nuevo al tren resbaló con una cáscara de plátano, cayó al suelo y el tren le arrolló. Estuvo cinco años inválido y después murió.

Ya en Madrid, Antonio estudió interno en el colegio San Fernando, y con 14 años empezó a trabajar como aprendiz en una joyería de Gran Vía. Después montó su propio negocio. "Mira, este reloj y los pendientes que llevo me los regalo él por mi cumpleaños", contaba ayer su madre, mientras se llevaba las manos a las orejas.

Antonio Sancho pertenecía al Gremio de Joyeros, que engloba a unos 900 trabajadores. Su presidente, José Luis García-Luben Fernández-Aldao, reclamó ayer a las autoridades "lo que tienen obligación de darnos: seguridad". "Estamos solos. Los robos son diarios y llevamos años reclamando ayudas; hasta que no pasa algo grave no nos escuchan", denunció.

Los joyeros, reunidos en corrillos, comentaban el asesinato de Antonio Sancho. En muchos de ellos se notaba el miedo. Las anécdotas saltaban de un grupo a otro. "A mí una vez me metieron en un maletero y me secuestraron varias horas", contaba un joyero. "Que levante la mano el que no ha sufrido nunca un atraco", animaba otra mujer. "Yo me siento indefensa. Los pequeños joyeros no tenemos dinero para pagarnos un servicio de seguridad privada", se quejó.

Los joyeros reclamaron el apoyo del resto de comerciantes. "No es sólo cosa nuestra. A los ópticos también les rompen los cristales cada dos por tres para robarles las gafas", alertó un hombre.

El martes que viene, el gremio se reunirá para decidir si organizan una manifestación para protestar por la inseguridad que sufren. Muchos reclamaron que las acciones no se queden en "sólo una protesta" y que la muerte de Antonio no quede en el olvido.

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