La eterna Helena
Lleva 18 años trabajando como modelo y, mientras la industria la reclame, no tiene intención de dejarlo. Ni de descansar. Helena Christensen, a los 36 años, compagina su trabajo frente a la cámara con su hijo, una notable carrera como fotógrafa y una tienda de antigüedades.
Es ya una de esas modelos a las que no preguntan por sus medidas, sino por sus años. Pues son 36. "Nunca diré basta, nunca más. Si pensara que la edad es un obstáculo lo dejaría", juraba Christensen el pasado mes de febrero mientras se preparaba para desfilar en Barcelona.
Helena Christensen es algo mayor que Naomi Campbell, Claudia Schiffer o las autóctonas Laura Ponte y Judit Mascó. Pero todas están en la treintena, como si la industria de la moda se hubiera dado cuenta de que el dinero se tiene de 30 para arriba. Frente a la corriente de modelos-niños de Calvin Klein, Christensen representa a las top model de los noventa. "He seguido trabajando de vez en cuando. Si hay una buena oferta la acepto, y punto. Es interesante trabajar como modelo siempre que haya algo bueno para ti". Por eso aceptó desfilar para Josep Font en la última edición de la Pasarela Gaudí. Unas modelos se hacen cantautoras (Carla Bruni), otras diseñan corsetería (Elle McPherson) y, por supuesto, hay muchas que buscan una salida en el cine. Christensen se ha refugiado en la fotografía. Y también ha triunfado. "Empecé antes de ser modelo, es decir, hace mucho tiempo. Me gusta la fotografía porque es un mundo completamente distinto, una forma de mirar la vida en tres dimensiones. Hay muchos detalles que olvidas cuando estás muy ocupada, pero, en cambio, cuando tienes una cámara puedes capturar todos estos momentos". La modelo ha visto publicados sus trabajos en las revistas Dazed and Confused o Vogue. Además ha participado en una exposición colectiva en Japón y en otras en solitario en Londres y Nueva York.
Nació en la Navidad de 1968, de padre danés y madre peruana, y a los 18 años fue elegida Miss Dinamarca. Dejó su hogar familiar en Copenhague y se instaló en París. Veinte años después reparte su vida entre estos sitios, a los que se suman Mónaco y Nueva York, donde también tiene residencias. Además es madre de Mingus, y no descarta tener más hijos. "El de las modelos es un mundo muy cambiante. Nuestra época fue muy especial y no creo que nunca se vuelva a repetir. Las chicas de hoy creo que, de alguna manera, son más profesionales. Nos lo pasábamos muy bien, éramos buenas amigas. ¡Nos prestaban tanta atención!, aunque en algunas ocasiones demasiada". Cuando habla de nosotras se refiere a Campbell, Schiffer, Evangelista, Crawford y Turlington. Mujeres de una quinta que mantiene caché de estrellas, aunque trabajen mucho menos. "Hoy día, la edad, la altura no tienen importancia. La gente tiene un concepto mucho más variado de la belleza. La belleza son muchas cosas diferentes, y no hay límites. Creo que, simplemente, la belleza está en la diferencia", dice una modelo que confiesa que, en ocasiones, le atrae más la comida que el sexo.
A sus esporádicos desfiles y a su pasión por la fotografía y el rock and roll (donde ha tenido varios romances) añade variados negocios como la tienda de antigüedades que acaba de abrir en Nueva York. Una de las frases que más ha repetido en las entrevistas es que su vida real empezó cuando dejó su carrera de modelo. A este respecto matiza: "Tienes que decir algo porque el mundo lo espera, pero, de hecho, siempre he vivido la vida real. Naturalmente, también como modelo". Con todo esto es inútil preguntarle qué hará cuando deje el mundo del 90-60-90. "Odio hacer planes. No los hacía antes porque mi vida era muy diferente cada día, y ahora es todavía más loca".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.