La carga
El esplendor alcanzado por Francisco Camps con la anticipación estaturaria en España, que supuso una sacudida a su pasmo político, se ha arruinado en pocos días. Y no por acontecimientos que le hayan sobrevenido, puesto que no desconocía la raíz de los mismos, cómo se han nutrido e incluso la maraña de tentáculos que han desarrollado. Es cierto que el presidente de la Generalitat no tuvo demasiada suerte para afianzar su posición orgánica frente a la presión que le ha venido metiendo Eduardo Zaplana desde que constató que tenía criterio propio. Camps echó mano de lo que había en el mercado. Y ahí estaban Carlos Fabra, Luis Díaz Alperi, Pedro Hernández Mateo, José Manuel Medina y otras piezas no menos suculentas que, no siendo peor que otras alineadas con su adversario, se encuentran bajo el foco de la justicia sin demasiadas garantías de poder salvar el plumaje tras el embate. De hecho Fabra ya era un toro con media estocada hundida en el lomo cuando Camps se refugió detrás de sus astas. Entonces, en un acto impropio de alguien que lleva toda la vida en política, puso la mano en el fuego por él. Hoy, a medida que las pruebas van acorralando al presidente de la Diputación de Castellón, éste no sólo es un terrible estorbo que retuerce la vida parlamentaria sino una pesada piedra encadenada al cuello de Camps en el borde del abismo. Los avatares municipales han situado en tesituras afines a Díaz Alperi (Mercalicante), a Medina (el interventor de Orihuela) o a Hernández Mateo (la compra-venta de unos terrenos), cuyo hedor fascina a la Fiscalía de Anticorrupción. El próximo año, en último tramo de la legislatura, cuando el PSOE estreche el cerco político y judicial a Fabra y al resto de aliados de Camps, incluso a José Manuel Uncio o a Luis Fernando Cartagena, al que Zaplana tiró por la borda cuando el asunto se puso feo, al presidente sólo le quedará una salida: ganar las elecciones. Y ahí lo espera su antecesor.
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