Un hospital partido en dos
La parte vieja del Hospital de Pontevedra está en el centro de la ciudad, y la nueva, en el extrarradio
A veces, cuando están de guardia y no dan abasto, algún enfermo los coge por la bata y les grita desde la camilla: "¡Sois una banda! ¡Sois una banda!". Ellos dicen que no es plato de gusto, pero que lo entienden. También entienden que los gallegos sean los españoles más descontentos con su sanidad. Lo dice el último barómetro del CIS y lo corroboran ellos, el doctor Lis y el doctor Triana, que son médicos de urgencias, tienen alrededor de 50 años y trabajan en un hospital, el de Pontevedra, partido por la mitad.
Una parte del hospital, la vieja, se encuentra en el centro de la ciudad, y otra parte, la nueva, está en el extrarradio. Unas especialidades se ubican en un sitio y las demás en el otro. Urgencias, por ejemplo, está en el edificio nuevo, que se llama Montecelo, de tal forma que cuando un enfermo debe ser hospitalizado o precisa de una prueba determinada tiene que ser trasladado al edificio viejo, que se llama Hospital Provincial. "A veces", dice uno de los médicos, "el paciente tiene que esperar horas a que llegue la ambulancia y se forman auténticas colas, así que, cuando al fin llega, el camillero nos suele preguntar: ¿tumbado o sentado?". Si la respuesta es que sentado, la ambulancia parte hacia el centro de la ciudad con dos enfermos en su interior.
El padre de Milagros hizo ese trayecto en varias ocasiones. Tenía 68 años y una salud sin sobresaltos cuando un 19 de marzo se percató de que estaba orinando sangre. Tuvo que esperar hasta noviembre para que le hicieran la primera prueba y hasta diciembre para que le extrajeran el tumor. Murió antes de que terminara el año, después de sufrir en sus carnes -y en las de su familia- todas las carencias sanitarias de Pontevedra, una tras otra, puestas en fila.
El primer calvario fue el de las listas de espera. "¿Qué hubiera sido de mi padre?", se pregunta Milagros, "¿si no hubiésemos tenido que esperar más de ocho meses hasta saber que tenía un cáncer?". Una pregunta que se podrían hacer también todas las mujeres que tienen que esperar más de siete meses para hacerse una mamografía o todos los hombres que en el hospital Juan Canalejo de A Coruña debieron aguardar más de nueve meses -según datos internos a los que ha tenido acceso este periódico- para ser tratados de neoplasias malignas de próstata. Toda la carga de angustia y de peligro que tales vigilias conllevan desembocan necesariamente en una falta de confianza hacia la sanidad pública. Lo explica muy gráficamente Manuela, una enfermera del Hospital de Pontevedra: "Yo siempre creí en la sanidad pública. Por eso me enfadaba cuando en mi casa, mi abuela o mi madre decían que había que guardar dinero por si llegaba alguna enfermedad. Ahora, desgraciadamente, veo que tenían razón".
Aunque sospecha que si su padre hubiese sido tratado a tiempo quizás hoy viviría, Milagros no se queja de su muerte, sino de las últimas horas que le hicieron pasar. Cuando estaba ingresado en el hospital viejo -el del centro de la ciudad, donde está Urología- sufrió una caída, por lo que tuvieron que trasladarlo en ambulancia al hospital nuevo, el del extrarradio, donde está Traumatología. Pero como, a resultas de la caída o tal vez por la operación, seguía sangrando... "Es una situación", explican a dúo el doctor Lis y el doctor Triana, "que sucede con demasiada frecuencia. Por ejemplo, cuando ingresa un enfermo psiquiátrico con una crisis. Aquí arriba [en Montecelo] no hay psiquiatras, están abajo [en el Hospital Provincial], con lo cual tenemos que aplacarlo lo mejor que podemos y llamar a la ambulancia para que se lo lleve". Dicen que hay días en que lo pasan realmente mal: "Muchas veces se han acabado las camas, las camillas y hasta las sillas...".
A principios del mes de mayo, sin ir más lejos, los cirujanos y los anestesistas del Montecelo se negaron a operar por falta de camas. Sencillamente, no tenían sitio donde reanimar a los enfermos que salían del quirófano. La sala de reanimación había sido ocupada por otros enfermos que debían estar en la Unidad de Cuidados Intensivos, pero como ésta se encontraba llena... En total, se suspendieron 21 operaciones, que se sumaron a las 54 que se suspendieron en abril, lo que necesariamente fue a redundar en las listas de espera.
"No hay camas suficientes", dicen los médicos, "ni tampoco se contrata al personal adecuado. Los últimos ocho años han sido desastrosos. Se toman decisiones políticas en vez de decisiones técnicas. Y la Xunta, en lugar de atacar el problema de raíz, quiere solucionarlo a base de peonadas. Tratan de disminuir las listas de espera pagándonos aparte las operaciones que hagamos fuera de nuestro horario". Por eso no les extraña que, a veces, desde la impotencia de una camilla, alguien les grite: "¡Sois una banda! ¡Sois una banda!".
Y los partos, con dolor
Dijo Manuel Fraga el domingo, y precisamente en Pontevedra, que "la función principal de la mujer es ser madre". No añadió que aquí están penalizadas las dos cosas. Las mujeres deben esperar hasta 11 meses para acceder a una consulta externa de ginecología en el Hospital Provincial, y siete meses más si tienen que someterse a una mamografía (datos aportados por la propia Xunta de Galicia el pasado mes de noviembre). Las que opten por ser madres no hallarán demasiada ayuda. Sólo tres de cada 10 mujeres que dan a luz en el hospital de Pontevedra lo pueden hacer con anestesia epidural. Y, en cualquier caso, no depende de que ellas quieran, sino de que el anestesista esté de guardia y no tenga que atender alguna urgencia. Eso sí, según las estadísticas, las que tienen hijos de tres de la tarde a ocho de la mañana tienen más posibilidades de acceder a la epidural (el 43%) que las que lo hacen de ocho de la mañana a tres de la tarde (el 20%). Miles de mujeres se han dirigido ya al Valedor do Pobo (el Defensor del Pueblo gallego) para el parto sin dolor deje de ser una eterna promesa electoral del PP y se convierta en una realidad. Las matronas y las embarazadas están de acuerdo en que la mejor forma de acceder a la epidural es el "amiguismo". Manuel Martín García, que es el presidente de la Asociación Gallega para la Defensa de la Sanidad Pública, esgrime un sinfín de datos para demostrar que los gallegos tienen razón cuando le dicen al CIS que no se fían de su sanidad. "La falta de camas", explica, "el colapso de las listas de espera... todo esto provoca un flujo directo de pacientes desesperados que desembocan en la sanidad privada. Mientras se destruye el sistema público, las clínicas privadas se están poniendo las botas".
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