"Yo sufrí. Ahora te toca a ti"
Un alto porcentaje de enfermeros y médicos han sufrido agresiones o insultos
"Me sentía incapaz de atender a los pacientes que acudían a mi consulta. Especialmente a los que mostraban una actitud exigente, que no eran pocos. Me daban palpitaciones y no podía reaccionar". B., una faculativa de un ambulatorio de Sabadell (Barcelona), fue abofeteada por un paciente, que tiró sobre ella la mesa de la consulta. El motivo: la médica no le concedió la baja porque consideró que no le correspondía. Esta facultativa, que tuvo que dejar el trabajo durante un tiempo presa por el miedo, la angustia y la ansiedad, es una de las víctimas de un fenómeno al alza en el sector sanitario: el acoso o la violencia física de pacientes contra los profesionales. La masificación en salas de espera de hospitales y ambulatorios, la creciente falta de respeto hacia los profesionales sanitarios, una exigencia mayor de los usuarios y la angustia provocada por una salud deteriorada constituyen un cóctel explosivo.
"Me sentía incapaz de atender a los pacientes. Me daban palpitaciones"
Uno de cada tres facultativos asegura haber sufrido algún incidente violento durante su carrera profesional, según un estudio del Colegio de Médicos de Barcelona, que desde enero de 2004 ha recibido 140 denuncias de médicos agredidos. El problema también alcanza a los enfermeros. Un estudio del sindicato SATSE ha revelado que 8 de cada 10 enfermeros han sido agredidos física o verbalmente en sus centros de trabajo.
"Con miedo no se puede atender al enfermo como es debido", señala María José García, de SATSE, sindicato mayoritario en el sector. Bajo el lema "la agresión no es la solución", esta formación ha impulsado una campaña que pretende advertir al usuario que las conductas violentas acaban teniendo un efecto perverso. "Desmotivación y pérdida de satisfacción, estrés, miedo, fobias, alteraciones del sueño e incluso estrés postraumático son algunos de los efectos que este tipo de acciones violentas generan sobre los profesionales", explica García.
En ocasiones, un episodio violento produce un efecto dominó y acaba golpeando a otros profesionales del entorno del agredido. En el ambulatorio Can Gibert del Pla, de Girona, el odontólogo Xavier Corretger resultó gravemente herido el año pasado al ser apuñalado en el brazo por un paciente a quien unos meses antes había extraído una muela. "Yo sufrí mucho. Ahora te toca sufrir a ti", le espetó el paciente a la salida del ambulatorio. El hombre sacó un puñal del bolsillo, se lo clavó al médico y huyó inmediatamente. Corretger, que ya está jubilado, recuerda que aquello causó una "verdadera psicosis" en el centro de atención primaria. "La enfermera que trabajaba conmigo, por ejemplo, tuvo que permanecer de baja laboral durante un tiempo. Estaba absolutamente angustiada y dominada por el pánico", explica. Las heridas musculares que sufrió Corretger en el brazo derecho no le hubieran pemitido seguir con su trabajo de odóntologo. "El final de la convalecencia coincidió con el inicio de mi jubilación, pero si esto llega a acurrirle a un médico joven, le arruinan su vida laboral", indica Corretger.
Los profesionales consideran que una conjunción de factores está favoreciendo que los centros sanitarios se asemejen cada vez más a una olla a presión. La creciente exigencia de los usuarios choca con un sistema sanitario congestionado. En urgencias de los hospitales se producen el grueso de las agresiones. Allí, un paciente de carácter violento e irrespetuoso, o la vivencia de una situación límite de angustia ante una enfermedad, facilitan que la bomba de relojería estalle contra el profesional.
A Javier Castellanos, enfermero de urgencias del Hospital La Mancha-centro de Alcázar de San Juan (Ciudad Real) intentó agredirle un paciente, molesto por la espera para ser atendido y para recibir el resultado de las pruebas diagnósticas. Una situación similar vivió Montserrat Duran, médico residente del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona. Duran sufrió en enero, en plena epidemia de gripe, lesiones leves en el cuello al ser agredida por una joven y su acompañante en urgencias, abarrotado de pacientes. La chica, explica la profesional, exigía ser atendida al instante a pesar de que en una primera selección los médicos consideraron que su caso no era prioritario. "Lo que más me impactó es que tras la agresión, el resto de pacientes que esperaban en la sala siguieron quejándose y exigiendo que se les atendiera enseguida", lamenta Montserrat.
La encuesta del Colegio de Médicos de Barcelona, cuyos resultados, según el Consejo General de Colegios Médicos, pueden extrapolarse al resto de España, revela que el 44% de las agresiones contra profesionales sanitarios son verbales, y van desde las amenazas a los insultos, vejaciones, injurias o coacciones.
Tres años de persecución
Han pasado tres años desde que el paciente falleciera por metástasis en el Clínico de Barcelona, pero unos grafitos aparecen casi a diario en la fachada del hospital, e incluso en el metro y en los autobuses, contra los tres médicos de Oncologia que le atendieron. "Los familiares nos acusan de asesinos, cuando nuestra actuación ha sido avalada por los tribunales y por la Agencia Española del Medicamento", explica uno de los médicos. El acoso ha sumido en un estado de angustia a estos profesionales.
Pero las cosas comienzan a moverse: el Gobierno catalán está realizando una auditoría en todos los hospitales y ambulatorios públicos para detectar las carencias en materia de seguridad y elaborar proyectos de mejora, que contemplan desde la ampliación del personal de vigilancia a la instalación de cámaras de video o la separación de áreas hsopitalarias de uso interno, explica el director de insfraestructuras del Servicio Catalán de la Salud, Jordi Vila-Masana.
En Andalucía, los colegios de médicos han llegado a un acuerdo con la administración autonómica para que se persone como acusación en los casos de agresión que llegan a los tribunales. Enrique López Peña, presidente del colegio de Málaga y miembro del Consejo General de Colegios Médicos de España destaca que los jueces van tomando conciencia del problema y están dictando cada vez más sentencias en las que la agresión se considera un delito y no una simple falta.
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