Niños esclavos, también
Sobre un anuncio a cuatro columnas de un fondo de inversión, apareció en este mismo periódico el jueves pasado una crónica dando cuenta de la liberación de 450 niños esclavos en India. Una foto mostraba a un grupo de esos niños sentados en tierra y mirando a la cámara con una expresión de cansancio y tristeza impropios de su edad (entre 6 y 14 años), aunque no de su condición.
La policía de Bombay acababa de rescatarlos y había detenido a sus 42 patrones que, en distintos talleres de bordado, cuero y alimentación no sólo los sometían a un régimen de trabajo inhumano durante 15 horas diarias, sino que también los torturaban.
Los niños habían sido reclutados en pueblos de las regiones más pobres del país y trasladados a Bombay, en muchos casos con el consentimiento de sus familias incapaces de alimentarlos.
Según fuentes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 60 millones de menores de 14 años trabajan a tiempo completo en India. Y de éstos un 20% lo hace en condiciones de esclavitud. Es decir, en régimen de trabajos forzados y misérrima o ninguna remuneración.
Al ver esta imagen me vino a la memoria la publicada días antes: el pontífice Ratzinger pellizcaba a un niño en la mejilla, un niño bien vestido y alimentado que había sido colocado a los pies de Benedicto XVI por los padres de la criatura, todos ellos deseosos de recibir la bendición apostólica.
La foto de los niños esclavos era el reverso de la foto del Papa con el niño libre. La otra cara de la moneda. Entiendo mejor la tragedia de la primera imagen ante la comedia de la última.
También recuerdo, por asociación, la imborrable imagen de la Madre Teresa de Calcuta criticando las campañas del gobierno indio de control de la natalidad con ofertas de esterilizaciones voluntarias. La santa albanesa protestaba aún más cuando en las inmediaciones de la Casa de los Moribundos se estacionaba una ambulancia y, a cambio de la intervención quirúrgica, los funcionarios regalaban radios de transistores o bien ofrecían condones a la concurrencia. La Madre Teresa, por su parte, repartía estampitas de Juan Pablo II y rosarios de plástico.
¡Qué extraño Maharajá debía parecerles ese personaje siempre acicalado como una dama para una gran boda! Torcía la cabeza con su gorro en punta y agitaba sus manos como si fueran aletas de un pez en el interior de una urna rodante desde la que era capaz de observar el Tercer Mundo donde un día tras otro se explotaba nada menos que a 250 millones de niños, entre 5 y 17 años, para someterlos a la esclavitud, según datos recientes de la OIT.
Arundhati Roy (El dios de las pequeñas cosas) sigue azotando las conciencias dentro y fuera de su país. Abandonó la ficción para ocuparse de la realidad. En Retórica bélica (editorial Anagrama, 2005) reúne una docena de sus artículos cuya lectura es indispesnsable. "Por el precio de un cazabombardero Hawak, el Gobierno indio podría proporcionar agua potable para toda la vida a un millón y medio de sus ciudadanos", dice Roy ya en las primeras páginas, citando todas las fuentes de su copiosa documentación. Y añade que Tony Blair ofreció a la India un préstamo de mil millones de libras esterlinas para financiar la compra de sesenta y seis de estos cazabombarderos. Conviene intimidar al vecino Pakistán, aunque el resultado sea que éste país también desee armarse un poco más. Negocios ruinosos para el pobre comprador. ¿Y qué más da? Ahí están, a ambos lados de la frontera, los mismos salarios de hambre, los mismos niños esclavos, las mismas empresas multinacionales desplazadas al paraíso de la más indigna explotación laboral. Lo exige el mercado globalizado. No hay que temer al fontanero polaco con su soplete encendido. Ese miedo desaparecerá muy pronto.
La crónica de los niños esclavos, termina con unas declaraciones de Kaiash Satyarti, presidente de la ONG Marcha Global Contra el Trabajo Infantil en India: "La legislación prohíbe los trabajos forzados, de niños y adultos, pero sólo limita el trabajo infantil para los menores de 14 años y únicamente en los oficios considerados peligrosos, como la minería o la construcción. En el resto de empleos, los niños de cualquier edad pueden trabajar entre cuatro y seis horas al día (...). El Gobierno no hace lo suficiente para evitar la explotación infantil. Muchas veces la misma policía y los empleados públicos están asociados con los patrones de estos niños, a los que pagan para que no intervengan".
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