'My fair lady', de George Cukor
EL PAÍS presenta mañana, por 8,95 euros,el musical basado en la obra de Bernard Shaw
George Bernard Shaw fue irlandés, longevo (1856-1950), filósofo, filólogo, socialista, inventor de una taquigrafía, burlón, vegetariano: de todo ello hay algo en sus obras de teatro y mucho de todas ellas está en Pigmalión, la comedia de 1913 que fue a desembocar en el genero musical y se convirtió en una película que ha sobrepasado con mucho el género de espectáculo, My fair lady, que probablemente ha tenido ya más representaciones y proyecciones que las que tuvo la comedia original (que aún se suele dar por el mundo, y que siempre conserva su calidad). El socialismo fabiano de Shaw aparece también, o está sobre todo: un socialismo lento, sin revoluciones, pero con redomadas evoluciones para transformar la sociedad, hasta llegar a la absoluta nada que representa hoy Tony Blair. El fabianismo que adoptó Shaw, y muchos de los grandes escritores de la época, tan abundante en ellos, toma su nombre del general romano Fabius Cunctator, o el que retrasa, el lento. Ésa era su doctrina: poco a poco, cambiar las cosas sin que nada se rompa... No creo que se pueda negar que la irritante y exclusiva separación en clases sociales que dominaba en la época de Shaw haya ido desapareciendo y que una relativa igualdad esté instalada hoy en la atónita isla que no sabe si inclinarse hacia Europa o hacia Estados Unidos.
Esa diferencia abismal entre clases sociales, con la seguridad de que las altas o aristocráticas eran completamente imbéciles, forman parte del teatro de Shaw, como de otro irlandés, Oscar Wilde (se vieron sólo cuatro o cinco veces en la vida, se enviaban libros dedicados y, al final, Shaw firmó peticiones para que indultaran a Wilde: sin éxito). En Pigmalión, o sea, en My fair lady, la tesis de Shaw explica que la única diferencia entre unos y otros consiste en un idioma, una prosodia, un vocabulario, y unas ropas, una manera de andar y de mover los brazos...
El profesor Higgins apuesta con su amigo el coronel Pickering a que una muchacha de la calle que pudiera ser suficientemente educada en la superficie, y sin preocuparse del fondo de sus conocimientos, puede estar fácilmente, en seis meses, en condiciones de asistir a la gala social más importante de la temporada de Londres y saludar a alguien de la familia real como una distinguida criatura de la alta sociedad. La chica elegida es una lenguaraz y gritona florista que vende a la salida de la ópera, en el Covent Garden. Todo lo que se diga de la representación filmada de Audrey Hepburn será insuficiente; aun así, su papel se queda reducido junto al de Rex Harrison y a su pronunciación inglesa, y a su manera de cantar recitando, o recitar cantando, en un inglés maravilloso: quizá vaya contra la tesis de la película/comedia porque está por encima de la aristocracia real. Cuando lleva a su Galatea -es innecesario decir que el nombre de la comedia original, Pigmalión, reproduce el mito clásico de su creación y amor por Galatea- a la inauguración de Ascot quedan visibles la estupidez de la clase aristocrática, la superioridad humana de la antigua florista, el éxito de la educación lingüística y de maneras londinense de la época eduardiana con el rey Jorge apuntando ya en lo que habría de ser un cambio decisivo. Al decir "maneras" recuerdo una frase del otro gran irlandés refiriéndose a la misma sociedad: "Maneras antes que morales" ("Manners before morals", dice un personaje de La importancia de llamarse Ernesto), y hay un momento en la obra de Shaw, que no se salta My fair lady, en el que el moralista es el quizá basurero, quizá simplemente uno de la calle, que es el padre de la florista, decidido a vendérsela bien a Mr. Higgins, en uno de los trozos más burlones de la obra. Ah, este Doolittle terminaría más adelante dando conferencias en los círculos puritanos de la ciudad...
Pero no puedo saltar simplemente la escena del primer día de las carreras de Ascot -mediados de junio- sin recordar los trajes de Cecil Beaton, el desfile de modelos, el juego de blanco y negro dentro de una película a todo color. Cecil Beaton comenzó como fotógrafo, lo fue de la familia real, sus fotografías convirtieron en personajes de la corte de Londres a quienes lo eran de Hollywood -de Marlene a Marilyn, y su Marlon Brando- y dio su elegancia a Vogue, que a su vez se la dio a Europa... Recuerdo una tarde en una playa de Tánger: mi hijo, Eduardo Haro Ibars, me dijo discretamente: "Cuando puedas, vuelve la cabeza y verás qué tres divinos". Lo hice, y les saludé con jolgorio: eran sir Cecil, Luis Escobar, Vitín (Víctor María) Cortezo: tres grandes creadores de belleza, ya en la edad donde se pierde toda, pero no el porte. Nos hicieron ir a su mesa. Creo que estaban más interesados en conocer a Eduardo que a mí.
Todo el trabajo que me cuesta separar la comedia de Shaw de la película de Cukor, y cómo las mezclo en la memoria, es porque se consiguió con ella algo que solía fallar siempre: que una traslación a filme, y sobre todo a un musical (de Lerner, magistral en el género), no perdiera su conexión con el original: una película de 1964 podía ser una comedia de 1913; dos guerras entre una y otra, y 40 años desde el filme hasta nuestros días, con cambio de siglo y guerras de civilizaciones, imperios y resistentes, no sólo no la han envejecido, sino que le dan unas calidades nuevas. Como los argentinos dicen de Gardel que cada día canta mejor, se puede decir de esta obra de Shaw, Cukor, Beaton, Lerner, Rex Harrison, que cada día está mejor.
Este texto se incluye en el libro-DVD de My fair lady que ofrece EL PAÍS.
Ocho 'oscars' para un musical
My fair lady se realizó en 1964. Sus principales intérpretes fueron Audrey Hepburn, Rex Harrison, Stanley Holloway, Theodore Bikel, Jeremy Brett, Mona Washbourne y Wilfrid Hyde-White. Director: George Cukor. Productor: Jack L. Warner. Guión: Alan Jay Lerner, adaptación de la obra de teatro Pigmalión, de George Bernard Shaw. Fotografía: Harry Stradling Sr. Música: Frederick Loewe. Diseño de producción y vestuario: Cecil Beaton.
Fue el musical de Broadway que más tiempo estuvo en cartelera en su época. Harrison repitió el papel que había hecho en el teatro después de que Cary Grant lo rechazara. Julie Andrews había sido Eliza en Broadway, pero el productor Jack Warner pensó que no aseguraría la recaudación necesaria en taquilla. El filme tuvo 12 nominaciones a los oscars y consiguió ocho, incluyendo los de mejor película, mejor director, mejor actor y mejor actriz.
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