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Columna
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El atardecer del tabaco

Inauguro esta tribuna de la forma más tonta: escribiendo. Antes de ayer, martes, fue el día mundial sin tabaco. Recuerdo un día, no hace poco, que había bajado a por tabaco. Subía en el ascensor con la guapa suramericana que cuida a los niños del cuarto derecha. Me confundí, y pulsé el quinto. Uno de los niños preguntó: "¿Quién va al sexto?" "Yo", respondí. "¿Y al quinto?", preguntó el niño. "Nadie", dije, aunque estuve a punto de contestarle: un fantasma. La bella chavala replicó: "¡Tú, por preguntón!".

Cuando el ascensor se paró de nuevo, me bajé en el quinto por inercia. Di una inmediata media vuelta, y subí hasta el sexto, como estaba previsto por el programa del elevador. Me asaltó un miedo irracional que duró una millonésima de segundo. Hacía poco que el vecino del quinto, que pedía cigarrillos a escondidas en el portal, acababa de morir por problemas relacionados con el tabaco.

Entre que escribo esto cae la tarde, mientras las gatitas Esmeralda y Ágata juegan a mi alrededor. Hace tiempo que intento no escuchar las noticias relacionadas con el tabaco, ni leer las esquelillas de advertencia en los paquetes, a pesar de que no puedo evitar que mis ojos topen con ellas de cuando en cuando. Desde mi puesto de redacción, entre comillas, percibo el ruido de los tubos de escape de las motocicletas y coches, que no echan nicotina. Afortunadamente, ahora no pasa ninguno de esos canallas, o simplemente imbéciles, como prefiere llamarlos una amiga, que quieren amplificar su idiotez mediante el derroche de decibelios: su generosidad con los tímpanos ajenos denota una paradójica falta de corazón, si de latidos tratase su ritmo. ¡Polución sonora sí, nicotina no!

La tarde no termina de caer. En ése preciso momento en que Esmeralda y Ágata se esconden bajo la estantería -inseguridad de hallarse en el mismo lugar o en una indefinida frontera de luces y sombras, ¿rubio o negro?-, las dimensiones en el final o el comienzo de la batalla contra el tabaco se deforman, las estadísticas, las subidas de precio y las prohibiciones se diluyen en un crepúsculo descendente, justo cuando los que quieren fumar menos -pero seguir fumando- salen de trabajar y se disponen a echar un pitillorum.

Para los muertos ya es demasiado tarde. ¿Pueden los muertos pedir indemnizaciones? Sean capaces o no de hacer reclamaciones desde la tumba, ésta es la hora preferida de los fantasmas. Nada de medianoche, las lúgubres campanas no hacen falta para darse cuenta de que el atardecer es una postal para muertos.

Ahora sí que voy a fumar un cigarrito. Sirva de homenaje a mi desaparecido vecino del quinto.

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