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Columna
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Sobre populismo, miedo y hartazgo

Hasta aquí hemos llegado y quien ahora no vea y no oiga las señales de alarma en Europa debe de estar muerto y si no, merece estarlo políticamente. El electorado francés ha rechazado por 54,68% en contra y el 45,32 a favor el Tratado constitucional de la Unión Europea. El pasado 25 de febrero, el Congreso de Francia, la unión de las dos cámaras, había votado a favor del texto con 730 votos a favor y tan solo 66 en contra. Las cifras hablan alto y claro sobre la ruptura total de sintonía entre los ciudadanos y sus representantes. En Alemania, el 12 de mayo, el Bundestag aprobó la Constitución por abrumadores 569 votos a favor con solo 23 en contra. ¿Alguien cree que los ciudadanos habrían respondido de forma similar? Afortunadamente para los partidarios del proyecto que ahora se estanca, en Alemania la Constitución, redactada cuando aun estaba viva la memoria de un populismo de consecuencias criminales terroríficas, impide estas consultas dadas a la manipulación de miedos y pasiones. No es difícil imaginar una victoria del no en Alemania.

Chirac convocó el referéndum para mayor gloria propia, seguro de la victoria, mecido por su nada escasa autoestima, convencido de poder movilizar tanta gente en favor del Tratado como en contra de la política del presidente George Bush. A Zapatero le salió bien porque la oposición, arrastrando los pies, eso sí, pero sin otra opción razonable, le apoyó en la campaña por el sí. Esto contrarrestó el voto al no de las fuerzas antisistema, por lo demás aliadas del Gobierno. En Francia por el contrario y por diferentes motivos, amplios sectores de los partidos establecidos se unieron al movimiento antisistema, manipulador del miedo, del odio y del egoísmo nacionalista de izquierdas y derechas. De nada ha valido la unanimidad de los medios ni las plegarias de los partidarios del ni su sistemática y arrogante descalificación del discrepante. Holanda vota mañana. Ganará el no con mayor rotundidad.

Cuando las fuerzas antisistema consiguen mayorías o las dominan, hay que plantearse la validez y capacidad de supervivencia del sistema mismo. Es ya evidente que con las elites políticas marcadas por la tragedia de la II Guerra Mundial desapareció en las dos pasadas décadas la alerta de los políticos contra cualquier tipo de populismo. Es más, cada vez se ha utilizado más desde dentro del sistema democrático como arma supuestamente legítima, potenciada exponencialmente por la revolución mediática.

Un diario madrileño hablaba ayer de Francia como "el enfermo de Europa". No es Francia. Europa parece un lazareto. Francia y Alemania necesitan urgentemente una operación a corazón abierto y los pacientes se niegan. Nadie sabe aun quien puede hacerla en Francia y se verá si la recién nombrada candidata democristiana a la cancillería Angela Merkel puede realizar esta ingente tarea tras su probable victoria en septiembre. Para sacar a Alemania de su propia agonía podría pensarse en una Gran Coalición entre CDU y SPD. Pero un Gobierno sin alternativa parlamentaria corre el riesgo de crear una oposición no al Gobierno sino a la democracia. El populismo no es ya una amenaza latente. Está aquí. Lleva ya una década corroyendo las democracias europeas desde dentro. Berlusconi y Haider fueron pioneros. Le Pen o los antiglobalizadores tienen sus propias formas. Pero tampoco Chirac, Schröder y Zapatero han dudado en utilizarlo. Todos tienen el común denominador de alimentar apetitos emocionales fáciles de colmar -véase el antiamericanismo o la turcofobia- para ganar popularidad sin afrontar las necesidades reales y los miedos de la ciudadanía. La vieja Europa está enferma y los galenos solo parecen preocupados por su propia supervivencia. Carecemos de dirigentes con sentido de la historia y con convicciones. Nuestros supuestos estadistas son meros profesionales del poder, hijos del relativismo, aprendices de brujo que pactan entre sí o con el diablo según la coyuntura. Su arma una vez legitimada se ha vuelto contra ellos. El populismo, galopando sobre miedo y hartazgo, ha tirado del freno de emergencia. Hasta aquí hemos llegado. Ahora reflexionen, propongan y actúen. Con urgencia. Las revueltas en las urnas son un sobresalto pero más lo son las callejeras.

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