El fin de Raffarin
La elección de un nuevo primer ministro se convierte en una lucha interna a medio plazo para sustituir al presidente Chirac en 2007
El primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin, sabe que su estancia en el Hôtel Matignon (sede de la oficina del primer ministro) llega a su fin después del descalabro del referéndum y la primera intervención televisiva de Jacques Chirac, en la que anunció cambios. "Sigo fiel al pacto de lealtad que me liga al jefe del Estado y apoyaré con mi experiencia las orientaciones que fijará para nuestro país", señaló anoche Raffarin en un breve comunicado. Antes del cierre de los colegios electorales, el primer ministro había asegurado a los periodistas: "Todas las decisiones que hay que tomar están preparadas, maduras, reflexionadas", lo que se interpretó como un reconocimiento inequívoco de que una victoria del no supondría su salida automática del Gobierno.
Esta campaña del referéndum ha hecho aún más evidente el desgaste del Ejecutivo y las profundas divisiones que reinan en la derecha y en la izquierda. A Chirac no se le ha perdonado que no cambiase de equipo y de política tras los reveses en las elecciones regionales y europeas, perdidas en 2004. Nicolas Sarkozy, líder de la conservadora Unión para un Movimiento Popular (UMP) y principal candidato a la sucesión de Chirac, habla de los "seísmos" de los que "no se supo sacar todas las lecciones".
Se refiere Sarkozy no sólo a los comicios de 2004, sino también a las presidenciales del 2002, en las que Chirac pasó a la segunda vuelta con el porcentaje más bajo de un presidente que se presenta a la reelección (un 19%). Para él no cabe la menor duda de cuál es la solución: "El Gobierno tiene que seguir las orientaciones del partido", es decir, tiene que obedecerle a él y no a Chirac.
De ahí que exista una gran expectación ante la solución que se dé a la crisis. El presidente quería ganar tiempo, llegar a enero para que su hombre de confianza, Alain Juppé, pudiese volver a la política una vez cumplidas las sanciones judiciales que ahora le marginan. Para esperar ese momento, para llegar a ese lejano enero, Chirac sólo puede confiar en su ministro del Interior, Dominique de Villepin, pero el nombramiento de éste para dirigir Matignon sería visto en la UMP como una declaración de guerra.
Otro posible recambio es la actual ministra de Defensa, Michèle Alliot-Marie, quien puede ayudar a reconciliar familias porque tiene menos peso político y se le atribuyen menos ambiciones, pero esas dos virtudes juegan en su contra a la hora de pilotar una situación política tan compleja. Otro recambio -cuyo nombre se ha barajado en los últimos días, aunque nadie le otorga posibilidades reales (tal vez ni si quiera siga en el Gabinete)-, es el ministro de Exteriores, Michel Barnier, ex comisario en la UE y hombre de gran prestigio en Europa.
Las estadísticas que han acompañado al Ejecutivo de Raffarin son catastróficas. No sólo ha sido incapaz de respetar la obligación de un déficit público inferior al 3%, sino que ha aumentado el desempleo en dos puntos en sólo tres años -hoy se sitúa en torno al 10,1% de la población activa-, y cuenta con una popularidad por debajo del 28%, que se reduce al 14% si los interrogados son quienes dirigen empresas de menos de 20 trabajadores. Raffarin, con sus declaraciones poco afortunadas, ha estropeado uno de los atributos colaterales de cargo: proteger del desgaste al presidente Chirac.
Sarkozy lo ha dicho con crudeza: "La cuestión es saber qué hacemos con los 22 meses de mandato que le quedan a Jacques Chirac" (acaba en 2007). Sarkozy propone "otra manera de hacer política" y reclama otro "modelo social", de inspiración netamente más liberal y, tal y como dice uno de sus amigos, "convertir al presidente durante los meses que le restan en un equivalente de la reina de Inglaterra", es decir, un mero árbitro sin poder ejecutivo.
El margen de maniobra que tiene ante sí Chirac es casi nulo, pero incluye, al margen de las ya citadas, una apuesta a todo o nada -nombrar a Sarkozy primer ministro con la esperanza de desgastarlo mucho- y otra también muy arriesgada consistente en dar protagonismo a François Bayrou, el centrista y europeísta jefe de la UDF (Unión por la Democracia Francesa), que también se postula para sucederle en el cargo. En definitiva, haga lo que haga, Jacques Chirac es uno de los grandes perdedores del referéndum y su margen para protagonizar una enésima resurrección política es más reducido que nunca.
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