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Entrevista:

El triunfo de Patricia

Patricia Urquiola es española, arquitecta, y vive y trabaja en Milán desde hace dos décadas. A los 43 años y pletórica de ideas, ha conseguido que sus diseños sean reclamados por las empresas de más prestigio.

Hace apenas tres años, la vida de esta diseñadora dio un giro, muy sospechado pero de consecuencias imprevisibles. De cualquier otro podría decirse que una larga espera tuvo por fin recompensa. Pero Patricia Urquiola (Oviedo, 1961) no esperaba nada. Era feliz diseñando para grandes profesionales, como Vico Magistretti o Piero Lissoni. Nunca quiso ser una estrella internacional. Ni siquiera se preocupó por firmar sus proyectos. Pero hace poco, cuando lindaba la frontera de los 40 años, comenzó a hacerlo. Por probar, primero; por insistencia de sus amigos empresarios, después, y porque su jefe, Piero Lissoni, la animó a abandonar el estudio más tarde. Llegó y besó el santo. Sus primeros diseños, el sofá Lowseat para la empresa Moroso se convirtió en un best seller. Parecía el sueño americano. Pero Urquiola no era una recién llegada ni vivía en América. Era ya una vieja conocida de las empresas italianas. Durante años había hecho de puente entre éstas y algunos diseñadores. Conocía el mundo industrial y los fabricantes la conocían a ella. Pero desconocía el mundo de las revistas y las esclavitudes de la fama. Por eso todo fue fácil. Y difícil a la vez. Pero no por ello menos sorprendente. Ha protagonizado un estrellato casi fulminante y su vida se alegra, y se resiente. De viaje entre Japón y Estocolmo recala en Barcelona, donde ha quedado con EPS en el preámbulo de una lección magistral que ha preparado para la escuela de diseño Eina.

Hace veinte años que vive en Milán. Al hablar, utiliza con frecuencia palabras en italiano. Desde el principio se excusa: "Estoy acostumbrada a hablar de diseño en italiano. No querría parecer arrogante". Si alguien decidiese interpretarlo así, lo haría por poco tiempo. Habla con aplomo y pasión. El ritmo arrollador de su discurso y el nervio de su tono deshacen cualquier equívoco. Urquiola es una persona cercana y misteriosa, natural y seductora, como ella misma apunta: es contradictoria. Elige alejarse del físico glamouroso que tiene y se ata una cola de caballo y se viste unos vaqueros. No es desprecio hacia las revistas que frecuenta desde hace poco, no es siquiera cansancio, es una dosis de realidad. El retrato es así más real, menos impuesto. "Ser mujer es un problema añadido. No sólo tienes otras obligaciones domésticas y familiares, sino que además tienes que disimularlas en según qué ambiente de trabajo. Algunas ventajas también tiene. Al ser menos, eres la excepción y les hace gracia hablar y discutir contigo. Ser mujer exige trabajar en el límite. En mi caso, el componente estético o de fascinación que te puede ganar un favor, un hueco falso y, sobre todo, muy efímero en el mundo laboral, no me interesa. Además, en el ambiente del diseño siempre ha habido mucha mujer guapa y desenvuelta, y nunca le he dado importancia. El hecho de ser extranjera, en cambio sí me ha beneficiado. Lo escaso produce fascinación. Y lejos de tu tierra siempre eres más exótica".

Hasta hace poco era una perfecta desconocida en España. Y hoy es aclamada como la más grande. ¿Merecía la ignorancia, merece los halagos? ¿A qué atribuye la fiebre Urquiola?

No sólo aquí era desconocida. Hasta hace muy poco, tanto en España como en Italia, en todas partes, era una perfecta desconocida [carcajada]. Abrí estudio propio hace sólo tres años.

¿Ha sido una diseñadora lenta o cauta?

Yo trabajaba para Lissoni y como freelance. Estaba muy ocupada con los proyectos y me gustaba lo que hacía. Así conocí la empresa Moroso. Con el tiempo, inicié con ellos una relación personal y comenzaron a producir mis diseños. Los asientos tuvieron éxito. Se vendían y me empecé a hacer un poco de nombre. El mismo Lissoni, con el que llevaba trabajando cinco años con gran libertad para llevar la gestión del equipo de diseño, era ya un amigo. Y me empujó a independizarme.

¿Se independizó porque la forzaron a ello? ¿Por qué no se le ocurrió a usted?

Me animaron. He trabajado muy feliz en equipo casi toda mi vida. No he sentido la necesidad de firmar mis productos.

¿Y qué le ha hecho sentir esa necesidad ahora?

Si estoy a gusto en un sitio, continúo allí. Si no estoy bien, me muevo. Obviamente, trabajé con personas para las que me compensaba hacerlo. Además, no me gusta la primera línea. Creo que es algo bastante femenino. Las mujeres nos movemos bien en equipo. Yo, en un grupo de gente, conseguía hacer lo que quería.

¿Y el reconocimiento? ¿No quería recibirlo? ¿Es modesta?

Puede que sea más orgullosa que modesta. Trabajé con Vico Magistretti y para DePadova muchos años. Con ellos me formé. Cuando comencé a trabajar para Lissoni yo ya era, digamos, una profesional. Tenía responsabilidades profesionales y eso me parecía suficiente reconocimiento. Estaba satisfecha, y cuando uno está satisfecho no busca el cambio.

¿Cómo se empieza con cuarenta años?

En Italia, los mejores fabricantes sabían que podía solucionar problemas técnicos. Eso no es empezar de cero. El mundo no es muy grande dentro de un mismo campo profesional. Y eso, felizmente, actuó en mi favor. Yo siempre he tenido otro prejuicio muy femenino: no me gusta ir a buscar trabajo. Siempre he temido perder la energía ante el rechazo. Quien ofrece un diseño a un productor se arriesga a que lo rechacen. Y el rechazo continuo hace perder la autoestima.

¿Empezar más tarde evita el rechazo?

Lo suaviza. Uno, además de conocer la profesión y a sus profesionales, está más formado. Más maduro profesionalmente para hacer propuestas y más maduro humanamente para aceptar rechazos. Todo es más fácil. Uno, cuando es más maduro, tiene más que ofrecer.

¿Qué aporta la madurez?

Saber seducir, que en la profesión de diseñador significa convencer. Estamos obligados a superarnos continuamente, y para ello debemos convencer a un productor a mover un poco la tecnología, la forma y finalmente el producto. Es lógico que los empresarios sean reticentes a los cambios. Ellos harían siempre el producto que funciona. Pero los productos no funcionan para siempre. Hay que adelantarse. Los diseñadores tratamos de hacerlo, pero debemos hacerlo con los industriales. Para convencerlos hace falta carácter y, aunque uno sea tímido, el carácter, la seguridad, los dan los años, la experiencia, la madurez.

La timidez no parece un rasgo de su carácter.

Yo tengo un lado muy cauto.

¿Y cuándo lo emplea?

Lo he empleado en las decisiones más importantes de mi vida. Lo fundamental lo afronto con calma.

¿Por ejemplo, cuando se fue a Italia sin haber terminado arquitectura?

Ése es el otro lado de mi carácter. Soy emotiva, y la emoción no es racional. Pero fíjate, cuando llegué a Italia, tras estudiar tres años en Madrid, tuve que empezar la carrera de nuevo y lo hice. Hasta el final.

¿Qué recuerda de su paso por Madrid?

La escuela era muy dura y, consecuentemente, la formación, muy buena. Eso me ayudó, y estudiar en Italia me resultó un poco más fácil. De aquellos años conservo buenos amigos, como Federico Soriano, que ha construido el palacio Euskalduna.

¿Y de la Italia de entonces?

Los italianos viven la palabra diseño sin etiquetas. Allí no se llama diseño, sino diseño industrial. Y tiene una parte creativa y otra fundamental, que es que la industria lo convierte en un objeto reproducible y reproducido. El proceso que convierte un hermoso objeto en un objeto reproducible es arduo. Hay que saber limar mucho para poder recorrerlo. Hay que elegir y rectificar constantemente. Y hay que saber dialogar. Un buen autor es aquel que vence las adversidades sin descuidar su idea inicial. Hay que aguantar mucho el tipo para no perderse por los meandros. La arquitectura tiene la misma dificultad, pero aumentada. Del papel a la construcción hay una distancia enorme.

¿En España se vive el diseño como una etiqueta?

Como asturiana que había estudiado en Madrid, sentía un gran respeto por la arquitectura y el arte. El diseño era para mí una etiqueta para algunos muebles. Mueble "de diseño". En España preguntan: "¿Pongo una lámpara normal o una de diseño?". Y en Milán: "¿Una de Floss o una de Artemide?".

¿Siente que soltó lastre al irse de Madrid en los ochenta?

Dejé mucho y gané mucho. Como en todos los pasos importantes. Me costó tomar la decisión porque la vida me funcionaba bien. Pero estaba decidida. Llegué a Italia para vivir con el que fue mi marido y padre de mi hija. No quiero hablar mucho de este tema porque tengo otra pareja y mi vida hoy es otra.

¿Qué la retiene en Milán?

Hoy, esperando una nueva hija, nos planteamos trasladarnos, buscar una casa mayor. Pero el precio de las casas grandes te obliga a salir de la ciudad. Y eso desorienta. Vivir en el campo o en la ciudad necesita una actitud distinta. Milán tiene una gran sofisticación. En los interiores se vive el diseño con una naturalidad reveladora. No se trata de grandes firmas ni de muebles carísimos. Son objetos contemporáneos. Vivir rodeada de algo hermoso la mayor parte de tu tiempo te cambia la visión de la vida.

¿Se la cambió a usted llegar con 20 años?

En parte, porque, evidentemente, lo que te marca cuando eres joven son los libros que lees. Yo leía en aquellos años a Proust, que acompañó mi proyecto de fin de carrera. Siempre he valorado la memoria como verdad, como explicación y como fuente de conocimiento.

¿Incluso diseñando?

Sobre todo diseñando. Hace poco me encargaron una joya. Y me salieron unos pompones como los que colgaban de las chaquetas que teníamos mi hermana y yo cuando éramos pequeñas. Y Pompon, el adorno que finalmente hice para la joyería San Lorenzo, es, claramente, los pompones de la abuela, que, además, siempre se me rompían. Toda tu vida va apareciendo en los diseños.

¿Qué decisiones le ha costado tomar?

Lo más importante es lo que más cuesta decidir. Para las grandes guerras necesito tiempo. Me costó ocho años decidirme a divorciarme. Y di el paso cuando me sentí fuerte. Cuando los estudiantes me piden consejo suelo dar siempre el mismo: hay que formar el carácter para poder tomar decisiones. Adquirir espesor humano cuesta tiempo, no hay otro camino.

¿Valora más el tesón que la pasión?

Valoro no tener miedo. Sentirme natural, a gusto. Y eso es algo que da el tiempo. Para poder ser natural, para poder ser tú mismo, tienes que saber quién eres. Y en un trabajo creativo lo que propones depende totalmente de lo que eres.

¿Ésa es su idea del diseño? ¿No cuentan las demandas del público?

La opinión del público es una gran mentira. No se trabaja pensando qué silla necesita el público porque, entre otras cosas, el público no necesita más sillas. Mi cliente soy yo, el único cliente que conozco verdaderamente. Y ya habrá otros como yo.

Usted misma define su personalidad entre dos extremos: el cauto y el vehemente. ¿Cómo afecta a sus diseños?

Esa personalidad contradictoria marca los productos. Ahora mismo trabajo haciendo grifos para un empresa alemana. Hago lámparas. Estoy diseñando un reloj y, a la vez, hago arquitectura, instalaciones y sofás. Está claro que cada proyecto necesita una energía distinta. Y en mi cabeza se da esa mezcla de energías.

¿Cómo le llegan las ideas?

De Aquille Castiglioni aprendí que es fundamental partir del briefing, del encargo de una empresa, y que la observación del comportamiento humano da las claves para el mejor diseño. El diseño debe atraer la mirada, las manos, el cuerpo y la curiosidad de las personas. Se puede hacer algo muy interesante o hermoso que inhiba al público. Sería un gran fallo. Por lo demás, uno se alimenta de su relación con los límites. En mi trabajo entran en juego los límites de mi educación, de mis orígenes, de mi mentalidad, de mi sexo. Eso es lo que yo transporto al producto.

¿A sus productos les inyecta límites o aspiraciones?

Me gusta mucho la palabra límite. Porque los límites son lo que define. En un objeto y en una persona. Por eso no los veo como barreras, sino como líneas definidoras. Moverse en el límite es retarse, cuestionarse. Y eso precisamente es lo que me interesa como persona y como diseñadora. Hacer equilibrios, buscar fuera sin dejar de ser. Cuando diseño me gusta indagar en temas que no domino. Controlar una parte y aprender otra.

¿Qué otros consejos le dio Castiglioni?

Él decía que la creatividad es como la mermelada, que no sirve de nada sin el pan. El briefing es el pan. Los límites que marcan los empresarios son el pan en el que untar la mermelada de tu creatividad. Por eso no hay que tenerle miedo al briefing, hay que abrazarse a él. Un programa es una pregunta, y eso siempre es un buen principio.

¿El azar la ha hecho a usted?

A todos un poco. En la vida, las cosas más importantes son circunstanciales, y tu reacción ante ellas, determinante. Por eso digo que me gustan los límites. Es un lugar maravilloso. Estás dentro, pero fuera. Más allá del límite, el futuro, es mermelada pura. Imposible moverse allí. Es imposible hacer productos de futuro. Eso es una fantasía. Un diseño es una interpretación personal sobre un tema. La reflexión que lleva a idear un objeto puede partir de la memoria o de la realidad, pero es imposible que llegue del futuro. Nabokov, en Cosas transparentes, dice que si el futuro no fuera de una materia tan inconsistente, nosotros no viviríamos tan abstraídos por el pasado. Creo en el progreso, pero no en la visión futurista. El presente es el verdadero futuro.¿No pierde frescura con el paso del tiempo?

La memoria es una herramienta de futuro. Los mejores diseñadores conocen ese secreto…

En su trayectoria le ha gustado rodearse de figuras paternas. Achille Castiglioni, Vico Magistrettii.

Siempre que se recuerda que estudié y trabajé con ellos espero que no se interprete como pedigrí. Fueron elecciones que hice y estoy contenta de haberme querido medir con ellos. Castiglioni valoraba la emotividad de los objetos y su esencialidad en una época en la que en Italia estaba de moda lo posmoderno, el estilo Memphis. A mí, tal vez por mi formación de arquitecto, me atrajo más lo esencial que lo formal. Por afinidad electiva, me acerqué a él. El instinto te lleva a tomar esas decisiones.

¿Qué aprendió con ellos?

La importancia de despertar la curiosidad y de valorar el comportamiento de la gente con el objeto. La búsqueda de la esencialidad, de lo verdaderamente necesario. Puedes llegar a los demás utilizando un lenguaje barroco o con dos palabras. Yo prefiero las dos palabras. Y aprendí a divertirme trabajando. Un objeto comunica el humor con que está pensado.

¿Nunca temía no crecer a la sombra de un gran árbol?

Todo lo contrario. Los grandes maestros son un lujo escaso. Se absorbe mucho al verlos trabajando. Por eso, saber elegirlos es importante. Yo he aprendido de toda la gente con la que he trabajado. De Lissoni, a comunicar la importancia de los productos. Eso es una visión más contemporánea del diseño. Hoy día es tan necesario saber comunicar un producto como hacerlo. Y saber comunicarlo en Nueva York y en Shanghai es un reto.

¿Qué puede aportar el diseño hoy?

Trato de quedarme tranquila, de sentirme bien tras diseñar. Ése es mi barómetro para medir la calidad de un diseño. Y lo que me da tranquilidad es aportar algo, una vuelta de tuerca. Una versión híbrida entre dos tipologías.

¿Por ejemplo?

Al regresar de un viaje por Dinamarca, Patrizia Moroso y yo pensamos una butaca que sustituyera el icono de Jacobsen, la Egg Chair. Al volver, quisimos plasmar el bienestar que habíamos sentido en una silla que fuera la mitad de una Jacobsen, desde la actualidad. Hoy día no nos sentamos con el puro y las zapatillas. Nos sentamos de lado, un rato sólo, mal sentados… Como el comportamiento y el uso de los sillones hoy son distintos, decidimos hacer una silla un poco asimétrica. Trabajamos a partir del comportamiento de las personas. Herencia del pensamiento de Castiglioni. Y salió la butaca Fjord.

Cree que la ironía y lo cotidiano son las bases de la gran cultura. ¿Por qué?

Lo cotidiano es lo real, y el humor es lo ideal. La provocación me interesa profesionalmente, pero como vía para desarrollar ideas, para retar los límites, no en sí misma. He aprendido que uno, cuando quiere hacer algo, lo irradia. Empresas duras han aceptado propuestas mías que podían ser provocaciones, como la mesa gordita Fat-Fat con bandeja superior que realicé para B&B, una firma muy sofisticada y con una idea muy estilizada de la elegancia. Yo llegué con un cenicero de los de barco y, en lugar de levantar las cejas, me preguntaron: "¿Cómo lo hacemos?".

Su Lowseat representó el diseño italiano en 2001. ¿Tiene nacionalidad el diseño?

Es un orgullo que elijan una pieza mía para representar un tiempo y una cultura, al margen de nacionalidades. El diseño es de donde se hace y de quien lo hace. Si yo trabajo en Italia, es lógico que mi diseño se cuente dentro del italiano. Otra cosa es preguntar por las raíces de mis ideas. Eso está en mí, y yo soy una mezcla de los lugares donde habité y las personas que he conocido.

Habiendo cambiado tanto de intereses y trabajo, ¿qué le queda por hacer?

Hace 10 años me sentía satisfecha, y hoy, mi vida profesional es totalmente distinta. Me exige mayor contacto con las escuelas, con los fabricantes de otras partes del mundo. Mi asignatura pendiente es guardar tiempo para uno. Para mí, para los míos. El tiempo es el bien más escaso para alguien ocupado. Si te quedas sin tiempo para ti, te pierdes.

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