_
_
_
_
Reportaje:

En España se subastan esclavas

Antonio Jiménez Barca

Hace unos meses, una mujer rusa declaró a la policía de Vigo que en diciembre fue conducida a la fuerza, junto con otras chicas, a un cruce de carreteras de la provincia de Valladolid. El resto de la historia se la contó esta mujer a la ONG que la auxilió: en el cruce de carreteras esperaban dueños de prostíbulos del norte de España, citados allí por mafias especializadas en la trata de blancas. Por ella, de 20 años, no muy alta, el dueño de un local de alterne de Galicia pujó -y pagó- 300 euros. A la noche siguiente, el mismo dueño que la compró la forzó a prostituirse para empezar a cobrarse el gasto. "Lo de ese cruce de carreteras era como una feria de ganado", señala un testigo de otra venta similar.

Ahora ella está de nuevo en Rusia, junto a sus dos hijos, donde trata de olvidar que el infierno existe y que ella lo habitó
La 'mami' continuó enumerando las condiciones: Paola debía 2.500 y tenía que pagarlos. Hasta que no lo hiciera, no podría salir del burdel
Para evitar que les denuncien, los explotadores atacan el punto más débil de estas mujeres: los hijos que dejan en su tierra
No tenían ni un céntimo. Una noche, la más pequeña de las hermanas se desmayó en el baño y estuvo horas tendida sin que nadie la atendiera

Antes, esta mujer había sido secuestrada en Rusia por una banda albano-kosovar, violada en Verona (Italia) a fin de derrotarla psíquicamente y convencida a palos de que aceptara ese destino. Luego la metieron en un coche y la transportaron al lugar donde la subastaron. Actualmente, gracias al chivatazo de un cliente, una operación policial y la labor de la ONG gallega Alecrin, está otra vez en Rusia, junto a sus dos hijos, donde trata de olvidar que el infierno existe y que ella lo habitó.

La prostitución, una actividad local a mediados de los años ochenta, ligada sobre todo a la droga, a la pobreza y la marginalidad, se ha transformado en 15 años: ahora consiste en un inmenso, multimillonario y siniestro negocio internacional alimentado por redes de delincuentes que controlan desde dueños de los prostíbulos a empleados de compañías aéreas que se enteran, antes que nadie, de las chicas que escapan para recapturarlas.

Más que un problema social, es el último capítulo de la historia universal de la esclavitud. El ejemplo más reciente ocurrió la semana pasada, en un club de alterne de Alcañices (Zamora), donde la policía liberó a 13 chicas brasileñas -la menor con 18 años- que una red de proxenetas obligaba a ejercer la prostitución.

El comercio es monstruoso por lo repulsivo y por lo ingente: cada año, según la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), cerca de 100.000 chicas procedentes del Este de Europa cruzan la frontera para prostituirse fuera de sus países, muchas, de forma parecida a como lo hizo esta mujer subastada en Valladolid. No se sabe el número de ellas que llegan a España. Pero sí que crece.

La Brigada de Extranjería de la Dirección General de la Policía rescató en España en 2004 a más de 1.700 mujeres que se encontraban secuestradas y que eran obligadas a prostituirse en pisos, burdeles o en la calle. "Se han liberado en 2004 casi 200 mujeres más que en 2003, y ahora, gracias a que los jueces están un poco más concienciados y a la labor de determinadas asociaciones de mujeres, como Themis, que se presentan como acusación particular, se encarcela más a los proxenetas", explica el comisario jefe de esta brigada, Carlos Botrán, quien lleva años dedicándose a la lucha contra este mercado.

Solamente en Vigo, de unos 300.000 habitantes, hay alrededor de 140 pisos de alterne, una treintena de clubes y más de 1.000 prostitutas... La ONG Alecrin cuenta con 10 personas para contener esta avalancha a base de acoger y socorrer a mujeres como la de Valladolid. Es decir: mujeres que reúnen el valor suficiente y denuncian a la mafia que la ha traído desde su país o al dueño del club que la mantiene secuestrada.

Como Paola, de 28 años, suramericana, que sólo accede a contar su historia tras asegurarse de que ni su nombre verdadero -Paola es el que eligió para este reportaje-, ni su nacionalidad, ni su foto saldrán en el periódico.

"Primera mentira"

"Una vecina de nuestro pueblo nos convenció a finales de 2003, a mí y a mis hermanas, de viajar a España, a trabajar de camareras. El billete de avión

que nos dio nos dijo que costó 2.500 euros, y ésa fue su primera mentira", recuerda. Paola y sus hermanas, en una noche de avión, saltaron de un pueblecito de un rincón del Tercer Mundo anclado casi en la Edad Media al aeropuerto de Barajas, donde les esperaban un hombre y su esposa, con un coche. En teoría, eran los dueños del hotel. En realidad, los propietarios del burdel gallego que se convertiría en su cárcel. Viajaron todo el día. Llegaron a la una de la madrugada. Las subieron a sus habitaciones. Aún ignoraban para qué las querían.

"Oímos mucho ruido en los pasillos, había mucha gente, cada una estábamos en una habitación, la esposa del dueño, la mami [mujer encargada de controlar a las prostitutas] me dio ropa estrecha, me dijo que me pusiera guapa y que bajara a la sala. Allí vi muchas mujeres, bailando, borrachas, la mayoría brasileñas..., había muchos hombres, yo miré, estaba asustadísima, me dije: '¿Dónde estoy, Dios?' La mami me explicó que no había nada que temer, que si me pasaba algo con un cliente, que gritara y que me ayudarían, yo no me enteraba de lo que quería decirme, y cuando me enteré, pensé que el corazón no me iba a dar para eso".

La mami continuó enumerando las condiciones del cautiverio: Paola debía 2.500 euros y tendría que pagarlos. Hasta que no lo hiciera no podría salir de allí. Además, por cada día que pasara allí, por el uso de la habitación y la comida, debería pagar 20 euros más, que se irían sumando a la deuda original. Quedaba prohibido colocarse cerca de sus hermanas o hablar con ellas. Después la dejó sola. El camarero le preguntó si quería algo. "Y yo le contesté que un zumo de naranja. Después me senté a la barra y me eché a llorar", recuerda Paola.

Durante un mes, las tres hermanas permanecieron secuestradas en ese burdel, aisladas cada una en un cuarto. Sólo una vez, a los quince días de llegar, las dejaron, vigiladas, salir para llamar por teléfono a su casa. Por la mañana dormían. Por la noche, debían quedarse en la sala principal hasta que amanecía. "Sólo conocí la luz del día por una ventana de mi habitación, por donde veía la nieve de unas montañas, no sabía dónde estaba, en qué ciudad, ni casi en qué país, cuándo podría salir de allí, cuándo vería a mi familia", añade.

Las registraban continuamente. No tenían ni un céntimo. Una noche, la más pequeña de las hermanas se desmayó en el cuarto de baño y estuvo varias horas ahí tendida, sin que nadie la atendiera. Otra noche, según relata Paola, una chica brasileña quiso tirarse por la ventana para escapar o para matarse. Otra chica le contó que todo lo que ganaba prostituyéndose lo empleaba para comprarse droga y así olvidar que se prostituía.

En los pocos momentos que estaban juntas, las tres hermanas recurrían al idioma indígena de su infancia para hablar entre ellas y evitar que el resto se enterara de lo que decían. Y una madrugada irrumpió la Guardia Civil. Hizo un registro, habitación por habitación. "Y un guardia me llevó aparte, a la cocina. Me preguntó si estaba ahí porque yo quería o si estaba a la fuerza. Si quería denunciar a los dueños. Y yo no me atrevía a contestar. Desde la puerta, el dueño y la mami me miraban, con rabia, y al final el guardia me dijo que no tuviera miedo, que habían ido porque habían recibido una llamada anónima, con acento brasileño, denunciándoles que en ese burdel había unas chicas suramericanas que sufrían mucho".

Todo esto ocurrió hace casi un año. Ahora Paola trabaja de asistenta y su marido y su hijo viven con ella. Reconoce que está traumatizada, que no ha podido olvidar ni uno solo de los días pasados en ese burdel. El hecho de ocultar su identidad no obedece sólo a que la reconozca el dueño del local que la secuestró. Paola no quiere que su marido, que no sabe la verdad, se entere de que durante su primer mes en España no estuvo en un taller de costura, tal y como han contado las tres hermanas a toda su familia por vergüenza y un vago sentimiento de culpa...

La Guardia Civil contabilizó casi 20.000 prostitutas en los burdeles de carretera de toda España en el año pasado, según un informe hecho público recientemente. Casi el doble que hace 15 años. Este estudio pone de manifiesto, en palabras del instituto armado, "el incremento en los últimos años de la actividad de grupos criminales organizados que explotan mujeres de muy diversas formas".

La inmensa mayoría, son extranjeras. Llegan por oleadas: ahora son rumanas y nigerianas; antes ecuatorianas, dominicanas, colombianas... María José Barahona, profesora de trabajo social de la Universidad Complutense y experta en analizar el fenómeno de la prostitución, calcula que en España hay cerca de 300.000 prostitutas. "Es un análisis apresurado, llevado a cabo a base de varios trabajos de campo, porque evidentemente, el número exacto es imposible".

Ahora mismo

¿Cuántas de ellas son explotadas por redes especializadas en la trata de blancas? ¿Cuántas Paolas hay ahora mismo esperando que un golpe de suerte, un policía o un guardia civil las rescate?

Nadie se atreve a responder. La Guardia Civil, en el citado informe, asegura que "hace pocos años se engañaba totalmente a las mujeres con el argumento de que vendrían a trabajar de camareras o asistentas. (...) Ahora muchas de las mujeres se captan o se ofrecen sabiendo que van a trabajar como prostitutas". El comisario Botrán recuerda, a este respecto, que, aunque hay mujeres que vengan a España sabiendo que ejercerán la prostitución, muchas desconocen por completo las condiciones esclavizadoras a las que serán sometidas.

Ana Miguez, presidenta de Alecrin, relata algunas: "Hay prostíbulos o pisos donde obligan a las mujeres a atender a más de 20 clientes al día, que deben permanecer de pie más de 15 o 16 horas por jornada, que son obligadas a beber o a tomar drogas para estar más animadas. Y yo he visto chicas que, una vez a salvo, en nuestro piso de acogida de Vigo, han expulsado condones de la vagina durante días...". Miguez considera que para acabar "con esto, se debe prohibir la prostitución, que se castigue al cliente, como en Suecia, es la única forma de acabar con este tráfico".

En Madrid, la asociación Apram también se ocupa de auxiliar a las prostitutas que escapan de las mafias. Como su asociación hermana de Vigo, colecciona testimonios espeluznantes. Ana Estévez, una voluntaria de esta asociación, recuerda uno: "Hace unos días la policía nos desvío dos chicas de Europa del Este que se atrevieron a denunciar. Estaban en un piso de Vallecas. Sólo salían por la noche: un taxi pagado por los mafiosos las llevaba a la Casa de Campo. Por la mañana, el mismo taxi las recogía y las llevaba al piso. Así durante días y días. Todo el dinero que ganaban era para los proxenetas. Gracias a un cliente lograron escapar. Y denunciaron todo a la policía. Sólo han condenado a los proxenetas a cinco años de cárcel".

El mayor burdel

La Casa de Campo es el mayor burdel al aire libre de España, un prostíbulo que no cierra jamás, ningún día, a ninguna hora. Hay prostitutas con temperaturas bajo cero; y con 35 grados a la sombra. Han llegado a hacinarse en torno a mil en los caminos que la atraviesan. Ahora hay dos o tres centenares cada noche, debido a que la policía controla su actividad casi diariamente. La Brigada Provincial de Extranjería de Madrid llevó a cabo hace dos semanas un control rutinario: se reúne a las mujeres, se examinan sus pasaportes...; en el grupo se integran dos agentes especializados en la lucha contra la trata de blancas. Mientras sus compañeros, a la luz algo espectral de los faros del coche patrulla, inspeccionan la documentación de las mujeres, estos dos agentes especializados, pertenecientes al grupo sexto de la Unidad Contra las Redes de Inmigración, se apartan para hablar con más intimidad con alguna chica. Intentan ser amables. Ganarse su confianza. Preguntan: "¿Estás aquí por que quieres? ¿Te obliga alguien a venir? ¿Sabes que puedes denunciar y...?". Los dos policías eligen mujeres recién llegadas, que llevan menos de una semana. Las chicas se sienten vigiladas por la mami -aquí también hay mamis-, en este caso otra prostituta, algo mayor (aquí significa tener más de 22 años), que controla los "servicios" que hacen las otras y recauda el dinero. Ocupa, por lo tanto, un escalón intermedio en la estructura de la mafia.

Estos policías especializados, jóvenes, sin uniforme, que hablan a las mujeres con susurros, con sonrisas, que conocen a muchas de ellas, confiesan que es difícil que estas mujeres "derroten", esto es, que denuncien a quienes les explotan. Por miedo. "Una vez", relata uno de estos agentes, "al ayudar a una chica a subir al furgón, noté que se quejaba del hombro. Le costó confesárnoslo, pero tenía toda la espalda amoratada, dos costillas rotas y la piel quemada por ácido: los hombres que la explotaban le daban palizas cuando no sacaba suficiente dinero, y si no llega a quejarse del dolor, no lo habríamos sabido nunca".

Una chica cobra en la Casa de Campo 20 euros por un contacto sexual, y es raro el día que no llevan a cabo diez. Hay mafias que controlan a diez o doce chicas, y que ganan al día, mínimo, 2.000 euros. "Llegan al banco con auténticas fortunas en billetes de 10 y de 20", señala uno de estos policías.

Para evitar que denuncien, los explotadores atacan el punto más sensible de estas mujeres: "Casi todas tienen hijos. Y a alguna, cuando ha llamado a su casa, a Rumania, su hijo le ha contado que un señor, al que la madre identifica rápidamente como miembro de la mafia que le tiene secuestrada, ha ido al colegio a darle un caramelo. Parece de película mala, pero no lo es", añade el agente. Hay una mujer en Madrid que después de dos años de haber escapado de este horror todavía sigue soñando, cada noche, que se tropieza en la calle con el chulo que la compró por 3.000 euros y que la explotó en un burdel de carretera de Albacete.

"A mí me tocó acompañar en un viaje a una chica, a la que los miembros de una mafia violaron repetidamente en un piso y con la que se divirtieron torturándola, tumbándola boca abajo y bailando encima de ella con zapatos con tacones. Ahora, ya libre, y a pesar de que su chulo está en la cárcel, lleva el pelo teñido y de otra manera peinado porque no se atreve a salir a la calle con el mismo aspecto de antes. Y lo peor es que no puede acercarse sin temblar a ningún hombre que lleva un determinado tipo de gafas: las que siempre llevaba su chulo. Por eso es tan difícil que denuncien, porque tienen un terror que es muy difícil comprender", explica el policía. "En la Casa de Campo, donde hacemos muchos controles, ya no está lo peor. Lo más grave, y de esto estoy seguro, es que las que peor lo están pasando están donde no llegamos nosotros, en pisos perdidos de barrios periféricos de Madrid o de otras ciudades de los que, ahora mismo, no sabemos nada, de los que no nos llega ninguna noticia. Siempre, lamentablemente, ellos van un paso por delante de nosotros", añade.

El sindicato CCOO organizó el jueves unas jornadas en Madrid relativas a la prostitución. Carmen Bravo, secretaria confederal de la mujer de este sindicato, emplazó desde ellas al Gobierno a que "actúe" de una manera "realista" y "urgente" sobre este fenómeno.

Traumatizadas

Rocío Nieto, presidenta de Apram, reconoce que muchas de las chicas que denuncian a estas mafias por el trato de que han sido objeto "se encuentran traumatizadas, en un estado de extrema fragilidad, muchas, como las nigerianas, no saben una palabra de español y, por supuesto, no tienen papeles para trabajar y pasan algunos meses hasta que los consiguen". Y concluye afirmando que "es aberrante que en el siglo XXI se estén comprando, subastando y vendiendo seres humanos, todos los días, en estos momentos, y que a estas mujeres se les anule por completo, se les destroce para el resto de su vida...".

La mujer que elige llamarse Paola para contar su historia y que vivió secuestrada un mes en un burdel gallego explica lo mismo pero a su manera. Es incapaz de hacerlo sin llorar: "Lo peor no es lo que viví. Lo peor es pensar qué habría sido de mí, en qué me habría convertido, ya hablaban de trasladarme a la frontera portuguesa porque no era productiva; no sé qué habrían hecho conmigo si la Guardia Civil hubiera tardado unos días más, qué sería yo ahora si no se hubiera presentado nunca".

Una prostituta en la Casa de Campo de Madrid.
Una prostituta en la Casa de Campo de Madrid.BERNARDO PÉREZ

Rotación siniestra

LAS MAFIAS QUE EXPLOTAN mujeres practican una rotación siniestra. Cada 21 días, lo que dura el periodo menstrual, cambian a las chicas de emplazamiento. "En ocasiones", relata María José Barahona, profesora de Trabajo Social en la Universidad Complutense y estudiosa del mundo de la prostitución desde los años ochenta, "el traslado se impone como castigo: si la mujer no consigue tantos euros al día, o a la semana, la envían a otro prostíbulo peor, en condiciones aún más denigrantes, y esto funciona como amenaza, ya que la chica no tiene otro punto de referencia y no conoce a nadie más en España que el proxeneta que le dice eso". "Las cambian por motivos de seguridad, para que ni la policía ni las organizaciones que trabajamos con mujeres podamos hacer un seguimiento de las chicas, para que no intimen con algún cliente, porque ésa es la manera más corriente que tienen de escapar de las redes, gracias a que un cliente se hace cargo de la situación y la ayuda a denunciar la situación a la policía", explica Silvia Pérez, de la asociación Alecrin, radicada en Vigo y especializada en atender mujeres que quieren escapar de las redes mafiosas de la prostitución. "Pero también las obligan a cambiar de sitio", añade Pérez, "por necesidades de mercado, debido a que los clientes, por lo general, buscan chicas nuevas cada cierto tiempo, y eso es muy triste".

Un alto mando policial de Madrid, también especializado en luchar contra las redes que explotan mujeres, agrega que la dispersión o la movilización no se circunscribe exclusivamente a España. "Es cierto que las trasladan continuamente, que van peregrinando de un prostíbulo a otro del país, sin que ellas, que ni siquiera saben el idioma, sepan muy bien ni de dónde vienen ni adónde van, pero no sólo eso: las mafias operan desde pueblos perdidos de Grecia a locales en Milán o París, con lo que la labor de la policía se nos complica muchísimo. Cuando tenemos un chivatazo de algún cliente, o de alguna chica, y nos acercamos, en muchas ocasiones las mujeres ya no están, se las han llevado, y puede que al extranjero, muy lejos, con lo que la pista desaparece y los proxenetas quedan impunes".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_