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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El espacio, no

El Pentágono, y concretamente la Fuerza Aérea de EE UU, vuelve a sus andadas de querer militarizar el espacio, con armas tanto ofensivas como defensivas, que irían más allá de imposibilitar lo que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, llamó poco antes de hacerse cargo de este mastodóntico departamento hace más de cuatro años, antes del 11-S, un Pearl Harbor espacial, sobre todo ahora que China se está convirtiendo también una potencia del espacio. El presidente Bush no ha apoyado aún formalmente esta petición. Y por el bien de todos debería abandonar estos planes e impulsar un tratado internacional que impidiera la militarización del espacio por cualquier país.

Las intenciones que se han filtrado desde el Pentágono son harto preocupantes. Aunque Estados Unidos sigue respetando el tratado que prohíbe estacionar en el espacio armas de destrucción masiva, estudia ahora nuevos sistemas para proteger a sus satélites, poder atacar desde allí a bases en la Tierra y defenderse contra ataques de misiles. Las críticas contra tales planes son de tres índoles. La primera que, como mantienen Moscú y Pekín, si Washington se lanza en esta carrera, ellos también se verán obligados a entrar en ella. En segundo lugar, que sus costes pueden sumar miles de millones de euros, a añadirse a lo que ya cuesta el programa de defensa contra misiles. En tercer lugar, que el peligro que supone abrir el espacio a una carrera de armamentos supondrá más peligros también para EE UU.

Tiene toda la razón la Unión de Científicos Preocupados, que en Estados Unidos se opone a estos planes, al pedir que en vez de militarizar unilateralmente el espacio, la superpotencia mundial encabece el movimiento contrario. Pero no parece muy probable que sean escuchados. Ya hay un exceso de armas en tierra, mar y aire en nuestro planeta. No traslademos esa locura al espacio. Es el único que tenemos.

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