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Tobias Wolff: "Me cuesta mucho escribir algo que me guste"

El autor estadounidense edita 'Vieja escuela', novela inspirada en sus años de estudiante

Años sesenta, Estados Unidos: Kennedy gana contra Nixon. En Nueva Inglaterra, un internado de jóvenes ricos y con ínfulas, fascinados con Kerouac y Hemingway, organiza concursos literarios. El ganador pasa un rato con Robert Frost. Allí anda el narrador de Vieja escuela (Alfaguara). Es Tobias Wolff (Alabama, 1945), justo antes de ser marine en Vietnam (experiencia que relató en la novela En el ejército del faraón) y después de dejar la dura adolescencia que narró en Vida de este chico, su primera pieza autobiográfica, que le dio fama en 1989.

Le falta la punta de un dedo de la mano izquierda, y aunque es un hombre cordialísimo, media hora de entrevista no da para descubrir si lo perdió en Vietnam o haciendo bricolaje. Tobias Wolff, el ex marine que encontró la gracia de la escritura en la guerra y el escritor que se hizo célebre cuando Robert de Niro y Leonardo DiCaprio llevaron al cine su libro Vida de este chico, ya no escribe memorias. Vieja escuela es una novela, y aunque tiene elementos de biografía, es su primera novela: publicó otra de joven, pero reniega absolutamente de ella: "Otro la escribió por mí".

Las primeras páginas de Vieja escuela, el ambiente que describe, recuerdan a El guardián entre el centeno. Wolff admite la influencia: "Leí la maravillosa novela de Salinger de niño y todavía me gusta, incluso la he enseñado en mis clases. Es probable que sin darme cuenta me haya influido. Pero mi colegio y el suyo eran muy distintos. El suyo estaba lleno de gente afectada y cruel; en el mío había otros problemas: de clase, raza y género, pero las relaciones eran más cordiales, casi idealistas. La influencia fue, creo, en dirección contraria: su foco era individual, el mío colectivo, y no quería usar su dialecto juvenil, sino hablar como un escritor adulto".

La novela trata sobre la vocación literaria, sobre escritores en ciernes que intentan encontrar su voz entre plagios evidentes de los autores que admiran. "Yo tardé mucho en ser yo, hasta los 35 años, cuando edité Cazadores en la nieve. Escribir, como hablar, tiene mucho que ver con imitar. No hay otra forma de empezar. El proceso requiere seguir sin piedad tus intereses, quitar los adornos y hablar con la mayor naturalidad posible. Si te sientas a hacer literatura, te sale un espanto".

¿Y es más fácil ese camino cuando se hace autobiografía? "No. Es muy complicado encontrar la voz, poner los límites para no dañar a gente que sigue viva. Escribir nunca es fácil, es un trabajo muy duro. A mí me cuesta muchísimo escribir algo que me guste, una página de la que me sienta orgulloso".

Como consejo para los jóvenes que empiezan, Wolff cree que lo principal es "no compararse con otros autores porque entonces estás perdido". "Cuando yo empecé", añade, "mi ilusión era tener el glamour aventurero de Hemingway; luego te quedas en la aventura del lenguaje, en la verdad de lo que has escrito, en que lo que haces te haga pensar: 'Esto me gustaría leerlo'. Es un sentimiento maravilloso: traer algo al mundo que no estaba antes".

Por eso, entre otras cosas, escribir no es tan duro como ir a la guerra, o a la mina. "No, desde luego. Pero yo trabajé en una oficina una temporada y no he conocido nada tan duro. Escribir tiene siempre la desventaja de la soledad, porque te aísla del mundo; y la fama tiene el problema de que

puedes acabar plagiándote a ti mismo, o, si atiendes todas las peticiones de actos benéficos, quedarte sin tiempo para escribir, o hartarte de oír tu propia voz".

A Wolff no le gusta pontificar, que es otra de las servidumbres del escritor célebre, pero como ex marine y gran crítico de la apisonadora bélica de su país, es imposible no preguntarle por Irak, sobre todo ahora que ha montado un taller de escritura con soldados repatriados de la guerra: "Mi país nunca ha vivido un debate tan amargo. Hay dos bloques férreos que no se entienden en nada. Un terapeuta diría que la cosa irá a peor antes de mejorar. El gran problema es que los políticos no controlan las consecuencias de sus decisiones. Con su estúpida autoconfianza y su optimismo florido, los republicanos consideran cualquier desastre un éxito. Por eso no llaman a la gente a filas. Si lo hicieran, la guerra acabaría mañana mismo".

Tobias Wolff, ayer en Madrid.
Tobias Wolff, ayer en Madrid.RICARDO GUTIÉRREZ
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