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Mariana, di que sí

El 29 de mayo, Francia votará, plebiscitariamente, a favor o en contra de la Constitución europea. Este documento viene a culminar un proceso iniciado al terminar la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa se miró a sí misma y dijo: basta. Dos guerras calientes que ensangrentaron a Europa entre 1914 y 1945. Una guerra fría que duró cuarenta años y paralizó la relación entre las dos mitades del continente. ¿Estaba Europa, fatalmente, destinada a enfrentarse a sí misma, a desangrarse sin fin?

Winston Churchill fue el primero en hablar, desde Zúrich en 1946, de los "Estados Unidos de Europa". Pero enseguida, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer decidieron cerrar la herida por donde Europa había sangrado dos veces, sellando la nueva cooperación franco-germana. Lenta pero seguramente, siguieron la Comunidad del Carbón y el Acero (1951), la formación de la Comunidad Económica Europea (Tratado de Roma, 1957) y, para abreviar, el sistema Monetario Europeo (1979), el Acta Única Europea (1987), el Tratado de Maastricht (1992) estableciendo la Unión Europea y los criterios de convergencia económica, el Banco Central Europeo en 1998 y la introducción de la moneda común, el euro, en 2002.

Al tiempo que estos acuerdos económicos y políticos se daban al nivel de la comunidad, nacionalmente cada país miembro iba creando lazos de unión cultural, económica y social intraeuropeos. A la vez, se promovían solidaridades entre las naciones europeas y entre éstas y el resto del mundo. Se creó una infraestructura común, un sistema judicial común, una moneda común con más usuarios que el dólar. Se creó el mayor mercado mundial, con más población, más riqueza y más comercio que los propios Estados Unidos de Norteamérica. Y aunque políticamente los parlamentos nacionales tomaron decisiones comunitarias y el Parlamento Europeo fue ganando más facultades, Europa amenazaba con unirse horizontalmente con gran éxito, pero dejando atrás la unión vertical. Esto es lo que intenta remediar la Constitución que ahora se vota: radicalizar, verticalmente, la unión política que dé cabida a la Europa de los Veinticinco con la entrada de países más pequeños y menos desarrollados.

¿Que las inversiones correrán del desarrollo mayor al menor? Enhorabuena. Rumania y Bulgaria requieren el impulso que les negó la larga y momificada estructura de dominación soviética. Que la Europa Central genere más trabajo y más consumo significa que, a la postre, la Europa occidental deberá competir más en trabajo y cualificar más en consumo. La Constitución es un desafío para el desarrollo, como lo demostraron España, Portugal o Irlanda, países pobres al ingresar a la Unión y hoy países ricos gracias a la Unión. Que la Europa Central se vea en ese espejo.

El occidente europeo ha desarrollado un modelo social que es la envidia del mundo. Basta compararlo con retrasos incomprensibles en los Estados Unidos de América. Los enemigos de la Constitución creen que ésta modificará el modelo social a favor del modelo liberal de mercado. La objeción olvida que el mercado ya se ha impuesto en Europa occidental sin mengua del modelo social y que si éste modera y reforma a aquél en Francia y Alemania, no tiene por qué eliminarlo en Eslovaquia o Hungría. Todo lo contrario. La Constitución eleva la prioridad política de la unión sobre la actual prioridad económica. Pone, como alega el filósofo alemán Jürgen Habermas, el modelo social a la altura de los mercados. ¿Que habrá perdedores? Los hay siempre en las revoluciones económicas. En el siglo XIX, los partidarios de la economía agraria y artesanal destruían las "máquinas infernales" de la industrialización. Hoy, quién duda que ésta benefició a las grandes mayorías. Y quién duda que cualquier modelo, por eficaz que sea, requiere correcciones continuas bajo la lupa de la justicia social.

El voto a favor de la Constitución tiene un aspecto político internacional muy importante. Une y engrandece la potencia europea frente a la potencia norteamericana. Washington celebró la diferenciación maniquea entre "la nueva Europa" aliada a la guerra injustificada de Irak y la "vieja Europa" defensora del orden internacional. La Constitución europea reforzará el cuadro legal internacional y advertirá a las potencias emergentes (China, la India, Brasil) que el unilateralismo es el camino del conflicto y el multilateralismo, o "concierto de naciones" como lo llama Hugh Thomas, es lo más cercano a la paz y al derecho que poseemos.

La Constitución europea fortalece el internacionalismo europeo. Le abre los brazos a la Europa Central. Distribuye más equitativamente los recursos económicos del continente. Le da rango y dignidad a las culturas "pequeñas" que Milan Kundera defiende. Aumenta los recursos parlamentarios, jurídicos, culturales y sociales de Europa.

En un libro que resultará indispensable, El fin de la guerra fría y el salvaje mundo nuevo, el experimentado diplomático mexicano Juan José Bremer recuerda que Jean Monet el fundador, Maurice Schuman el continuador y Jacques Delors el culminador, fueron todos franceses. Pero Francia, todos lo saben, no sólo tiene una cara masculina. Simone Veil, víctima judía del nazismo y ferviente europeísta, destaca el aliento que la Constitución da a lo ya alcanzado por la Comunidad en cuanto a igualdad de remuneraciones entre los sexos, protección social de la mujer, protección a la maternidad y defensa contra los abusos.

¿Y acaso no es una figura femenina, "Mariana", quien simboliza a la nación francesa? De allí el título de este artículo: Mariana, di que sí.

Carlos Fuentes es escritor mexicano.

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