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Reportaje:

La minoría más marginada

El retorno forzado de gitanos a Kosovo desde Alemania despierta la preocupación por su situación

Guillermo Altares

En el barrio gitano de Vushtri, una ciudad del norte de Kosovo, no parece que la guerra terminase en 1999. Da la impresión de que finalizó hace unas semanas. En realidad, este lugar fue destrozado en marzo del año pasado, durante el pogromo de radicales albaneses contra serbios y romaníes. Hace un mes regresaron las cinco primeras familias a viviendas reconstruidas por la comunidad internacional. La protección es escasa (soldados desarmados de la milicia kosovar), pero existe. "Ya tuvimos problemas con los serbios y ahora los hemos tenido con los albaneses. Siempre hemos sido una minoría para todos", asegura en el modesto salón de su casa recién inaugurada Fitnete Rusteme, de 30 años.

Antes de junio de 1999 había 120.000 gitanos en Kosovo. Ahora quedan 12.000

Como muchos ashkali, egipcios o romaníes -las tres categorías en las que se dividen los gitanos de Kosovo-, su principal queja es económica: no hay trabajo y están condenados a vivir en la miseria. También existe el miedo: acusados por radicales albaneses de colaborar con los serbios durante la guerra (1998-1999) o simplemente despreciados y marginados han sido objeto de numerosas agresiones desde el final del conflicto. Antes de junio de 1999, cuando entraron las tropas internacionales, había unos 120.000 gitanos en Kosovo: ahora quedan 12.000 sobre dos millones de habitantes (90% albaneses y 8% serbios).

Alemania comenzó el jueves a repatriar de forma forzosa a ashkali y otros kosovares que acogió durante la guerra, lo que ha despertado la preocupación de organizaciones de derechos humanos, como el Centro Europeo para los Derechos Romaníes (ERRC), con sede en Budapest, que asegura que las expulsiones se realizan "sobre bases racistas", en palabras de uno de los responsables de este instituto independiente, Claude Cahn. UNMIK, la misión de Naciones Unidas para esta provincia serbia administrada por la comunidad internacional, niega que vaya a producirse una expulsión masiva de los 54.000 kosovares de Alemania (38.000 miembros de minorías y 16.000 albaneses).

"En el primer avión llegaron el jueves 32 albaneses y 5 ashkali", explica en Pristina Kilian Kleinschmidt, número dos de la Oficina de Retorno y Comunidades de UNMIK. "Creemos que la situación de seguridad ha vuelto a los niveles anteriores a marzo de 2004. Conforme vayamos acercándonos a una solución política para Kosovo, se producirán más regresos porque no se trata de emigrantes, sino de gente que huyó como refugiada", agrega Kleinschmidt, quien insiste en que trabajan sobre bases individuales. UNMIK estudia cada caso y puede vetar el retorno por motivos de seguridad. El pacto prevé el regreso de unos 300 ashkali y egipcios como máximo (no romaníes, los más marginados entre los marginados) al mes.

"No estamos de acuerdo con este retorno porque nuestras comunidades viven en una situación económica muy mala", asegura Rexhep Hyseni, de 42 años, representante del Partido Democrático de los Ashkali de Kosovo (PDAK) en Kosovo Polje, una ciudad a pocos kilómetros de Pristina. El barrio de los romaníes, junto a la estación de tren, no está más destartalado que otras partes de la localidad, en la que viven también albaneses y serbios. "Primero habría que solucionar la situación de los desplazados internos y luego comenzar a traer gente de fuera", afirma Hyseni, quien reconoce, sin embargo, que su comunidad no tiene problemas de seguridad ni de libertad de movimientos.

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La situación de los gitanos desplazados dentro de Kosovo es muchas veces terrible. Desde que fueron expulsados de sus casas en el verano de 1999, en el campo de refugiados de Plementina, al pie de una gigantesca central eléctrica que alimenta Pristina, subsisten 464 personas, el 90% gracias a una ayuda de 50 euros por familia. Sin agua corriente, en viviendas prefabricadas instaladas sobre el barro, las condiciones higiénicas son deplorables, según el responsable y maestro del campo, Bajrush Berisha, de 39 años; pero mejores que en los campos de Zitrovac, Cesmin Llug y Kablare, en Mitrovica Norte, donde el envenenamiento por plomo en el agua -con niveles cien veces superiores a los recomendados- ha producido graves enfermedades en unos 40 niños.

"Está claro que existe una discriminación, que hay muchas menos oportunidades para los romaníes, y ése es un problema grave, al que hay que enfrentarse", afirma Kleinschmidt. "Me da la impresión de que se ocupan mucho más de la minoría serbia que de nosotros. Pero nuestro Estado es Kosovo", dice, por su parte, el maestro Berisha, que explica la diferencia entre las tres categorías: "Los romaníes, que vinieron de India, tienen su propia lengua y sus tradiciones. Los ashkali vienen de Irán, de una ciudad llamada Ashkan. Los egipcios, como yo, eran artesanos traídos como esclavos por Alejandro Magno a los Balcanes".

En un territorio con un 60% de paro, a la espera de un estatuto definitivo que comenzará a ser debatido por la comunidad internacional este verano y con profundas huellas de la violencia étnica, la situación de los que viven en el margen de la sociedad no es nada fácil pese a que tengan representación parlamentaria (cuatro diputados sobre 110). "No creo que haya futuro en Kosovo", asegura Ferida Miftari, de 37 años, en Vushtri. Su marido desapareció durante la guerra y tiene dos niños y 55 euros al mes para sobrevivir.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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