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Columna
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El paso de la virgen

¿Ha renunciado el Partido Nacionalista Vasco a seguir adelante con el plan Ibarretxe y a convocar la consulta que nos prometía para la legislatura en ciernes? Sólo los hechos nos darán la respuesta, ya que jamás habrá una declaración explícita de la renuncia en caso de que ésta sea efectiva. Por eso, el silencio será elocuente y habrá que saber escucharlo con atención.

El PNV nunca se equivoca, jamás comete errores. Como buen conductor, exige fe y fidelidad a su tarea al servicio de un destino que le ha sido encomendado. Quien crea en ese destino no puede albergar dudas, tampoco de la rectitud de una voluntad que sólo se esfuerza en apartar y superar los obstáculos. Con más frecuencia de lo deseable, el camino es sinuoso, nada más. No lo hagamos aún más retorcido con la crítica, no tratemos de poner más obstáculos al quehacer del guía.

Jamás habrá una renuncia explícita. Por eso, el silencio será elocuente y habrá que saber escucharlo
El PNV nunca se equivoca. Como buen conductor, exige fe en su tarea al servicio del destino encomendado

¿Rompió el PNV con el Acuerdo de Lizarra? Sí. ¿Lo reconoció alguna vez con claridad? Jamás. ¿No será un silencio similar su única respuesta al abandono definitivo del plan Ibarretxe? Lo será, casi con seguridad. Silencios elocuentes estos, silencios que clausuran sin clausurar definitivamente nada, porque, lejos de ser condenados para el olvido, estos errores nefastos son guardados como experiencia viva a la que se podrá recurrir de nuevo en caso necesario. La renuncia explícita deja constancia del error, la crítica exigente también. De ahí que el PNV no sólo se calle, sino que también pida silencio a los demás: no se trata de mortificarse.

Pero sí se trata de mortificarse. Que el PNV someta o no a autocrítica sus errores es un asunto que sólo indirectamente nos afecta. Pero ni Lizarra, ni el plan Ibarretxe han sido sólo proyectos del PNV. Lo han sido también del Gobierno de todos los vascos, que no tenemos por qué asumir la función de guía que se atribuye el PNV, ni el silencio interesado que trata de imponer a sus seguidores.

Como ciudadano vasco, tengo derecho a pedir cuentas, a exigir responsabilidades a mi Gobierno, tengo derecho a formular las siguientes preguntas. Señor Ibarretxe: ¿tiene usted intención de seguir adelante con su plan?, ¿si ha renunciado a él, por qué lo ha hecho y cuáles son las consecuencias que está usted dispuesto a asumir?, ¿no tendría usted que renunciar, por dignidad, a la pretensión de volver a ser el lehendakari de todos los vascos, también de aquellos a los que ha mortificado con sus iniciativas, cuyo fracaso es incapaz de asumir?

Tanto el Pacto de Lizarra como el Plan, han sido mortificantes para un sector numeroso de la ciudadanía vasca. ¿Se ha sentido el señor Ibarretxe alguna vez responsable de la orgía de sangre que siguió a la ruptura de la tregua, orgía que se cebó en los oponentes políticos mientras él seguía gobernando con el apoyo de quienes jaleaban aquellos crímenes, entre ellos un militante confeso de ETA y alto responsable de la organización, Josu Ternera, miembro además entonces, para mayor sarcasmo, de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco?

¿Se puede solventar esa etapa, como se hizo, sin ninguna explicación, no ya con la demanda de perdón, sino sin asumir error alguno, sólo con el silencio? No sólo se puede, sino que esa es la práctica habitual del PNV, un partido que ha sido incapaz de revisar sus postulados ideológicos fundacionales -léase el libro Tras la huella de Sabino Arana de Antonio Elorza-, principios indiscutidos pero en vigor, a pesar del silencio con que se los cubre o quizá precisamente por ello.

El error y el horror se velan con el silencio, y el silencio se colma con disimulados plebiscitos, con los que se trata de legitimar aquellos sin exigencia de responsabilidad alguna, ya que el disimulo nada más se levanta cuando se ganan. Las pasadas elecciones sólo hubieran sido postuladas como plebiscito -y así fueron convocadas- con otros y mejores resultados. Cuando éstos no son tan buenos, queda únicamente el silencio, colofón de la táctica de la cobardía.

Y así ha sido, silencioso, el comunicado aprobado la semana pasada de la Asamblea Nacional del PNV, en el que se demanda la superación del Pacto Antiterrorista y de la Ley de Partidos, pero en el que no se hace mención al plan Ibarretxe, proyecto en litigio en las pasadas elecciones. Es posible que se abra "una hermosa oportunidad para avanzar en la paz y la normalidad política" y no le negamos a Ibarretxe legitimidad para que pueda participar en ella como representante de su partido o como ciudadano particular. Lo que le discutimos es la dignidad para que nos represente en ella a todos los vascos.

Sus hermosas y reiteradas invocaciones a la paz y la normalización han quedado mancilladas. Su paso no es el de la virgen, aunque pretenda parecerlo.

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