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Columna
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Monarquía

En España no hay monárquicos tradicionales, ni falta que hace. Si hubiera monárquicos de aquéllos, si pesaran mucho en la vida civil, es muy probable que se llevaran por delante a la propia monarquía. Pero en el país hoy pintan muy poco los cortesanos engreídos, los generales conspiradores o los tratadistas del derecho divino. Y eso es bueno para la convivencia y también para el Rey, quien, por otra parte (y dicho sea con todo el respeto para Zapatero), creo que tiene muy poco de republicano. Es un rey muy de la realeza; pero como pasó oscuridades y desprecios durante la mitad de su vida, eso lo curtió mucho, lo hizo de la mayoría, y también lo hizo demócrata y enemigo del boato. Don Juan Carlos es un rey demócrata. Mucho más demócrata, ¡ay!, que casi todos los presidentes de las efímeras repúblicas españolas, que acostumbraron a caer en el sectarismo.

Al Rey lo puso Franco, es cierto, pero don Juan Carlos trabajó desde el primer día de su reinado por hacer de España un país decente. La nación libre, desplegada y solidaria que consagra la Constitución de 1978. Una ley capital que fue votada por la inmensa mayoría de los españoles, que bien barruntaban entonces que sin la labor del Rey las cosas habrían ido mucho peor durante la difícil transición a la democracia. Habrían encallado en el inmovilismo o en la confrontación. Porque no sólo bastaba con la actitud sensata de los ciudadanos: precisábamos de un improbable cómplice en la cúpula de aquel estado aún sombrío, poblado de militares golpistas y de meapilas mafiosos. Y entonces, gran sorpresa, resultó que el Rey era uno de los nuestros. Desde aquel tiempo, y no digamos desde el 23-F, ese señor de la Zarzuela es muy importante para los demócratas españoles, sean éstos monárquicos o republicanos. Y hasta pienso que ninguna monarquía europea está más legitimada -hoy- que la nuestra. Por eso, muchos de quienes llevamos en el corazón a una señora con un gorro frigio nos alegramos de que don Juan Carlos vaya a ser abuelo de otro rey o de otra reina. Que deberá ganarse el puesto como él. Y como el príncipe Felipe en su día, según cabe confiar.

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