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De solidaridades y financiaciones

Joan Subirats

Los expertos en federalismo alemán afirman que en los últimos años se ha ido pasando del federalismo cooperativo a la llamada doctrina Sinatra (así llamada por la canción My way del cantante americano). Lo que significa "federalismo cooperativo" está más o menos claro. Una división funcional de las competencias entre los ámbitos propios de la legislación federal y los propios de la legislación de los länder. Una función de intermediación y conjunción en el proceso legislativo común por parte del Bundesrat o Senado territorial. Una multitud de comités de coordinación que aseguren en las diversas políticas sectoriales su formulación e implementación conjunta. Y desde mediados de la década de 1980 y más concretamente desde Maastricht, la extensión de todo ello al ámbito de decisión de la Unión Europea. Todo ello, además, en un contexto cultural y de identidad fuertemente homogéneo. El mensaje que nos llega de Alemania es que "federalismo cooperativo" es también algo que cada vez más evoca el pasado. Un pasado en el que parecía existir un consenso con relación al uso de las instituciones federales para conseguir y mantener un nivel uniforme de condiciones de vida en el conjunto de la entonces denominada Alemania Federal.

A diferencia de otros sistemas federales, el objetivo de garantizar la diversidad territorial estaba mucho menos presente que el de conseguir la uniformidad en la manera de vivir a lo largo y ancho del territorio. En posteriores reformas, ese objetivo general se mantuvo (suavizando el término "uniformidad" por el "equivalencia en las condiciones de vida"), pero no resistió el impacto de la unificación de Alemania que siguió a la caída del muro en 1989. Desde ese momento, la gran cuestión planteada es si el objetivo de la equivalencia puede seguir asumiéndose como realizable, vistas las notabilísimas distancias existentes entre regiones y las muy modestas perspectivas de crecimiento económico que parecen predecibles a medio y largo plazo. Al lado de esas razones objetivas, es cierto que ha ido creciendo la percepción negativa o simplemente crítica sobre la deseabilidad de un horizonte de uniformidad para el conjunto del país. Los intereses de los länder se han ido diferenciando, y tanto la europeización como la globalización han abierto múltiples posibilidades de relación y conexión para los estados federados que antes pasaban casi enteramente por el Estado federal. Cada vez más se cuestionan los sacrificios que unos han de hacer para el beneficio de otros. Unos otros de los que se sabe poco y sobre cuyo nivel de esfuerzo real existen dudas.

De esta manera, la doctrina Sinatra, el my way de cada cual, ha ido haciéndose más y más visible. Las vías específicas de buscarse la vida, de luchar por inversiones, de mantener las localizaciones industriales, de arañar trozos del pastel de los presupuestos europeos o de tratar de reducir la propia contribución a los mismos, han ido siendo cada vez más frecuentes. Y así se han ido rechazando formas de hacer y gobernar la federación que antes se asumían como deseables y pertinentes. Un presidente bavarés decía: "Necesitamos trajes a medida, no corsés unitarios". Si hace muchos años se decía que el federalismo alemán era una estructura institucional que se solapaba a una sociedad no federal, hoy tenemos un nuevo federalismo alemán con fuertes bases sociales, que rechazan que la solidaridad y la uniformidad de las condiciones de vida del conjunto de los alemanes sea algo que se deba considerar indiscutible y deseable sin más. De hecho, la reciente reforma de la financiación de los länder ha tratado de reducir los impactos igualadores que provocaban efectos muy indeseados sobre la continuidad de los mecanismos de redistribución internos. La búsqueda del interés propio de cada land y la disminución del peso del valor solidaridad se han ido imponiendo. Y todo ello sobre bases de notable homogeneidad cultural y a partir de la aceptación abrumadora del sentimiento común de identidad alemán.

Sin necesidad de extendernos en el tema, no resultará extraño que afirmemos que fenómenos parecidos o significativamente más convulsos han provocado y provocan temblores notables en los sistemas de solidaridad y redistribución territorial en Estados como Bélgica, Canadá e Italia, y en los primeros balbuceos del nuevo orden británico tras el inicio de la devolution. Y evidentemente, en estos países no sólo se habla de conformar sistemas eficientes de construcción de capacidades de gobierno federales y federadas, sino también de respeto a la diversidad, de asimetrías, de culturas y sentimientos diferenciales.

¿Nos sirven de algo estas digresiones comparativas? Probablemente nos deberían servir para entender que lo que nos ocurre no es un mal específico, original y sólo atribuible a nuestra mala cabeza. Otra cosa es saber si nos tenemos que plegar simplemente a esa deriva sinatrista o deberíamos impulsar otro tipo de planteamientos. Creo que todo depende de la perspectiva desde la que lancemos nuestra mirada al asunto. Para simplificar, propongo dos. Si nuestra posición con relación a los temas de identidad es accidentalista, o simplemente nos parece que seguir insistiendo en sentimientos colectivos de pertenencia o de implicación comunitaria es obsoleto o meramente contradictorio con el universalismo humanista y cosmopolita, entonces el debate sobre los temas planteados en este artículo y el debate en el que estamos inmersos sobre la financiación territorial en España nos parecerá irrelevante y caduco. Si creemos que nuestra concepción humanista, universalista y cosmopolita, no puede hacerse desde el no lugar y que, por tanto, hay batallas que dar también en la forma en que se distribuyen recursos aquí y fuera de aquí, se plantean prioridades y solidaridades, y se argumenta sobre la equidad, entonces parece relevante todo replanteamiento y todo ejercicio de transparencia sobre qué dinero, quién lo gestiona, quién responde de su uso, qué efectos tiene y qué problemas soluciona. La situación actual no resuelve prácticamente ninguna de esas preguntas, sigue generando falsos debates y da por supuestas adscripciones, solidaridades y resultados de éstas. ¿Puede lucharse por una mayor cohesión social y equidad en Barcelona, Cataluña, España, Europa y el mundo, y al mismo tiempo estar de acuerdo con un replanteamiento de la financiación autonómica? Me apunto al sí.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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