Embrollos
Cuando parece que los electores vascos acaban de enterrar el plan Ibarretxe, ahora resulta que los socialistas catalanes ponen sobre el tapete su plan Maragall. Está visto que no ganamos para sustos, pues cuando empezamos a salir de un embrollo, enseguida se forma otro que aún podría ser más lioso. Pero ése es el triste destino al que está condenado el presidente Zapatero durante la presente legislatura por dos razones al menos. Ante todo, por su exigua mayoría parlamentaria, que le deja en manos de sus acreedores catalanes (lo que también le ocurre a Maragall, a su vez dependiente del árbitro Carod Rovira). Pero sobre todo, como ya comenté días atrás, porque Zapatero padece un déficit de legitimidad de origen a causa del trágico modo en que llegó al poder, lo que le mueve a buscar un superávit de legitimidad de ejercicio. De ahí que haya organizado la apertura de múltiples agendas políticas en un difícil esfuerzo por cargarse de razones que le hagan merecer su reelección al final de la legislatura.
Algunas de estas agendas son fáciles de superar con éxito: como sucede con la agenda civil, de la que ya se han aprobado en un año el matrimonio homosexual y la simplificación del divorcio. Pero otras agendas son más difíciles de llevar adelante, pues generan peliagudos embrollos casi imposibles de resolver. Así ocurre con la agenda territorial (o reforma por consenso del Senado y los estatutos de autonomía): la auténtica joya de la corona, pues si Zapatero saliese con bien de semejante berenjenal, sin duda alguna obtendría en 2008 una merecida mayoría absoluta. Pero por lo visto hasta la fecha, pues aún queda mucha tela por cortar, los primeros indicios apuntan a que Zapatero va a fracasar estrepitosamente, dándose un batacazo en toda regla.
Es verdad que hasta ahora ZP ha tenido bastante suerte, tal como reza la propaganda del régimen que nos vende su optimismo oficial. Y esa suerte se ha demostrado una vez más con el resultado de las elecciones vascas, que han desactivado el artefacto del plan Ibarretxe. Tanto es así que si hasta ahora el escollo más difícil de la agenda territorial era la cuestión vasca, pues a su lado la catalana parecía pan comido, ahora mismo las cosas ya pintan de un modo muy distinto, pues el caso vasco podría entrar en vías de arreglo, ya que no de una impensable solución. Y si de verdad la cuestión vasca se arreglase aunque sólo fuese un poco, eso convertiría por contraste a la cuestión catalana en la prueba de fuego del efecto Zapatero.
Pero no echemos las campanas al vuelo. Puestos a hablar de embrollos, ninguno tan enrevesado como el resultado electoral producido en Euskadi, en medio del chapucero barullo causado por una excluyente Ley de Partidos que sólo crea inseguridad jurídica. Lo único cierto es el giro a la izquierda, pues los grandes perdedores son los partidos de la derecha estatal (el PP pierde un 6%) y nacionalista (perdiendo otro 4% PNV y EA), en beneficio de la izquierda estatal (el PSE crece un 5%) y nacionalista (con otra subida del 5% entre Aralar y Batasuna). En cambio, la correlación entre estatalismo y nacionalismo no ha variado, pues los abertzales ganan un 1% pero pierden un escaño. Así, Ibarretxe sufre una grave derrota y el nuevo Parlamento es aún más ingobernable que el anterior, ejerciendo Batasuna el mismo papel arbitral de Carod Rovira en Cataluña (y además con idéntica esperanza de vaciar electoralmente a la derecha nacionalista).
En estas condiciones, al PNV se le presenta el perverso dilema de pactar con la izquierda estatal del PSE o con la independentista de Batasuna, y ambas opciones le han de resultar igualmente perjudiciales, pues sólo favorecerán electoralmente a Batasuna. Pero lo peor para el PNV sería que acentuase su soberanismo, pues cuando lo hizo durante la legislatura anterior, el electorado le ha castigado haciéndole ceder un escaño al PSE, otro a Aralar y dos a Batasuna. De ahí que le convenga más pactar con el PSE, aunque sólo sea para evitar que éste le haga una pinza con Batasuna negociando "la paz" a espaldas suyas.
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