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Reportaje:

Maribel es Marigol

Nació en Chalco, un poblado miserable de la periferia de México DF, y ahora juega al fútbol en el equipo femenino del Barça. Maribel Domínguez es una mexicana de aspecto corriente, pero capaz de meter tantos goles, que la llaman Marigol. Por Jordi Soler.

Jordi Soler

Buscando hacerle una entrevista a Marisol, arrastrado por una rara carambola de sinsabores que ya iré explicando, acabé siendo el conserje de los vestuarios del Barça. El origen de esta rareza fue el número móvil del ejecutivo del club que se encarga de las relaciones de Marigol con la prensa, o eso creo, porque tras un rosario significativo de llamadas, en el que la respuesta era invariablemente "llama mañana a esta misma hora y te digo algo", maticé el cargo que supuse tenía y asumí que era el encargado de las relaciones tormentosas con la prensa. El final de aquel rosario telefónico fueron unas coordenadas concretas que eran la puerta hacia la entrevista: martes, cinco de la tarde, en las oficinas del club. Llegué puntualmente sorteando a los forofos del Chelsea, una turba de individuos peligrosísimos e impacientes que daban vueltas como leones enjaulados y sin entradas para el juego.

Entré a las oficinas y anuncié a la amable recepcionista que estaba ahí con la intención de entrevistar a Maribel Domínguez. "¿Tiene cita?", preguntó solícita. Respondí que sí, y ella contraatacó: "¿Quién es Maribel Domínguez?". "Marigol", dije, "la crack del Barça", y después mencioné el nombre del ejecutivo que me había citado. "¡Ay!", dijo, y vi cómo detrás de sus ojos se encendían todas las alarmas. Marcó un teléfono y me mandó a esperar a una salita, y yo aproveché para estudiar la vertiginosa vida de Maribel Domínguez, Marigol, descubierta por un cazatalentos que husmeaba en las calles del poblado de Chalco, en México.

Aquel señor se detuvo a mirar el partido que disputaban unos niños en un terreno lleno de basura y vio que el crack de todos ellos, un chaval descalzo, luego de una serie de driblings que lo dejaron perplejo, anotaba un gol espectacular de chilena. Cuando se acercó para fichar a ese niño al que todos llamaban Mario descubrió que Mario era niña y se llamaba Maribel. Chalco es un poblado miserable de la periferia de México DF, con chabolas y calles de tierra, donde la luz eléctrica llegó hace apenas unos años. Entre las notas de prensa que llevaba en mi dossier, me encontré con esta respuesta suya: "Yo soy de barrio; en mi país, casi todos los barrios son de gente pobre. Hay unos pocos ricos y el resto somos pobres de nacimiento". Cuando, muchas horas después, pude hacerle la entrevista a Marigol, le pregunté sobre sus orígenes futbolísticos y respondió: "Jugaba cascaritas en la calle con mis amigos, pero eran cáscaras para matar el tiempo y divertirte como un niño, un pasatiempo que se convirtió en lo más especial de mi vida, y después me vieron jugar y me invitaron a una liga que estaba mejor establecida, y empecé a jugar en un equipo, después de haber jugado con los hombres". Cascarita, para quien no lo sepa, es un partido de fútbol callejero, informal, en cancha improvisada y polvorienta.

Deslumbrado por el talento de aquella niña que se hacía pasar por niño, el cazatalentos la invitó a jugar, ya con botas, a un equipo en el que le pagaban cinco pesos (unos 35 céntimos de euro) por cada gol. La madre de Maribel, preocupada por la evolución de ese pasatiempo que a su entender llevaba un componente de transexualidad, pensó que el remedio era esconderle las botas, una ingenuidad para esa niña crack que acostumbraba a jugar sin ellas. Pronto la oferta por gol subió a 10 pesos, y entonces Maribel, en un solo partido, para aprovechar cabalmente el incremento, anotó 20 veces; una suma desorbitada que habla de su facilidad para meter la pelota en la portería. Hace unas semanas, en su debú con el equipo femenino del Barça, como si todavía le pagaran por gol, le anotó, para empezar su temporada en España, tres al hilo al Torrejón.

Maribel está considerada la cuarta mejor futbolista del mundo y en su historial figuran episodios como su paso por la liga de fútbol femenino en EE UU (donde fue la tercera máxima goleadora), sus memorables participaciones con la selección mexicana, su paso por los Juegos Olímpicos de Atenas y el fichaje del Celaya, un equipo de hombres de la liga mexicana que aceptó incluirla en sus filas, con vestuario especial, hasta que la FIFA vetó ese proyecto integrador e, indirectamente, mandó a Maribel a buscarse un lugar en España.

Cuando llevaba una hora de espera en la salita de las oficinas del club vi salir al presidente Laporta con una fila de ejecutivos detrás. Que el capitán abandonara el barco, más el tiempo que llevaba esperando, sumado a las sonrisas nerviosas de la recepcionista, me hicieron ponerme de pie y pedirle a ésta que me comunicara con el ejecutivo de las relaciones tormentosas, cosa que hizo rápido, marcó y me dio precipitadamente el teléfono, como si fuera una granada a punto de explotar. "¿Que la entrevista no era por teléfono?", me dijo el ejecutivo. Y yo, a su vez, respondí: "Sí, por eso mismo estoy llamándote por teléfono desde tu oficina, donde me citaste hace una semana". El ejecutivo farfulló algo que sonó a disculpa, dijo que venían retrasados de un programa de televisión, y reagendó nuestra cita para una hora más tarde en el Mini Estadi, el estadio donde juegan las del Barça y las fuerzas juveniles del club.

En la entrevista que tendríamos muchas, pero muchas horas después, le pregunté si veía alguna relación entre Chalco y las favelas, entre su extraordinaria carrera de los campos de tierra al fútbol europeo y la de, digamos, el rey Pelé. "Sí, pienso que es casi lo mismo, creo que he salido de lo más bajo, y Chalco no es aún una población muy bien establecida y, bueno, estamos luchando para que lo sea. La colonia donde vivo ni siquiera tiene las calles pavimentadas. También es el modo de lucha, ¿no? Sufres mucho en lo que haces y en cómo vives, y al mismo tiempo quieres luchar y sobresalir al máximo".

Salí de las oficinas del club con dirección al Mini Estadi, que está del otro lado de la calle. Era una tarde helada de llovizna ininterrumpida y matizada por los gritos y las demostraciones de poder físico de los forofos del Chelsea. Esquivando a esa inquieta tribu llegué al portón que resguardaba un policía, pregunté por mi contacto telefónico y el policía me dijo lo que ya sabía y temía: que no había llegado y que nadie sabía cuándo iba a llegar. Luego, supongo que para tranquilizarme, me mandó a la conserjería, un punto específico en las tripas del estadio por donde forzosamente tendría que pasar Marigol.

Como la cosa iba evidentemente para largo, aproveché para ver un rato el entrenamiento de las fuerzas infantiles y para ubicar la conserjería, que era una caseta a la entrada de la zona de vestuarios. Como la única luz de las bambalinas del estadio era la de esa caseta y del conserje no había ni rastro, decidí sentarme en su silla para seguir estudiando el dossier de donde extraje esta declaración de Maribel, de cuando tenía 18 años y acababa de fichar con el Inter: "Estaba sentada en el vestuario cuando entró una instructora y exigió que me bajara los pantalones para demostrar que era mujer. Le respondí: 'De acuerdo, si usted hace lo mismo'. Desde ese momento, nadie más me molestó".

Al leer esto recordé la carta que le escribió "un caballero del Perú" a sor Juana Inés de la Cruz, la poetisa mexicana, donde invitaba a la monja a que se convirtiera en hombre. La respuesta de sor Juana salió en forma de romance epistolar y ahí le explica a ese peruano impertinente que vive en un convento justo para poder leer, escribir y saber latín, para poder hacer eso que entonces sólo hacían los hombres, sin que nadie se metiera con su feminidad: "Yo no entiendo de esas cosas / sólo sé que aquí me vine porque / si es que soy mujer / ninguno lo verifique". Horas más tarde, recitándole estos versos, le sugerí a Marigol la insensatez de un probable paralelismo con la monja mexicana: "Sí, también ella tuvo que pasar por tantas cosas para que le dieran la oportunidad de mostrarse, porque en ese tiempo no era tan bien visto que una mujer hiciera sus poemas, la escuela y todo esto… Y no es porque tú la menciones, porque, la verdad, el otro día platicaba sobre esto con mi representante y con el entrenador de México y con un familiar".

Revisaba yo el 'dossier' bajo la luz de la caseta y, de paso, aprovechaba el calorcillo que despedía la parrilla al rojo vivo de un radiador, cuando un muchacho, para llamar mi atención, tocó con los nudillos en el cristal; abrí la ventana y, antes de que pudiera decir nada, me pidió dos toallas: "Una para el cuerpo y otra para los pies", me lo dijo en tono confidencial cerrando un ojo. Yo estaba a punto de gritarle que quién se había creído que era yo, pero a tiempo reparé en que estaba en la oficina del conserje, sentado en su silla, leyendo bajo su luz y entibiándome las ancas con su calorcillo: "Soy el conserje", me dije, y fui rápido a por las toallas.

Cuando las entregaba al chaval que volvía a cerrarme el ojo (¿qué tenía de malo designar una toalla completa para los pies?) noté que a los vestuarios entraban niños con las rodillas enlodadas que venían de un entrenamiento y que, simultáneamente, comenzaban a llegar las futbolistas del Barça, todas menos Marigol, que, como se me había explicado, había salido con retraso de su entrevista en televisión.

Luego de la insensatez del paralelismo con sor Juana, porque igual de válido hubiera sido el paralelismo con Dustin Hoffman en su glorioso papel de Tootsie, le pregunté, horas después, cuando pude, por la situación ingrata de hacer lo mismo que los hombres futbolistas, con frecuencia mejor que muchos de ellos, y ganar (ya exagerando) la décima parte de su sueldo y jugar (por decir algo) ante la décima parte del público. "Eso es algo que siempre ha estado y desgraciadamente hay que aceptarlo, pero a mí me gustaría seguir luchando y ascendiendo, no tanto por el dinero ni por cuánto ganen hombres o mujeres, pero creo que en el futuro puede haber lo mismo. Que la mujer no esté atrás del hombre, sino a su lado, y que vean nuestro fútbol como el de ellos, que van al estadio y se divierten al máximo y generan expectativas; creo que lo mismo puede pasar con el fútbol de mujeres, que está creciendo mucho. A lo mejor nosotras estamos sufriendo un poco el no poder cobrar tanto, y no obtener las cosas que a lo mejor las niñas, en el futuro, van a tener, y la verdad es que esto me deja buen sabor de boca, el pensar que eres una pionera, que luchas y que a lo mejor tu nombre se olvide en el futuro, pero quizá no, y a lo mejor lo tengan en un libro diciendo Maribel Domínguez hizo tanto en el fútbol, y que seas modelo a seguir de las pequeñitas, creo que ésa es la mejor paga que pueda tener".

Después del chaval de las toallas, mi lectura fue interrumpida por tres muchachas que me preguntaron, con cara de andar desorientadas, por el vestuario que iba a tocarles para ese entrenamiento. Vi que de mi lado izquierdo, en la pared, colgaban unas llaves con número y solucioné esa petición cogiendo una de ellas e indicándoles, servicial y contundente como un buen conserje: "Vestuario seis, muchachas".

A las ocho de la tarde, la zona de vestuarios del Mini Estadi funcionaba a tope y yo solucionaba como podía las peticiones de los futbolistas; ya empezaba a dar por perdida mi entrevista cuando vi que Marigol llegaba y saludaba a sus colegas, media docena de muchachas en uniforme de entrenamiento que improvisaban filigranas con el balón que yo puntualmente les había proporcionado. Cogí el magnetófono y brinqué fuera de mi caseta, pero antes de llegar a ella me interceptó un entrenador que amablemente me sugirió que esperara a quien había negociado conmigo la entrevista. Sintiéndome un poco arrinconado, dejé escapar a Marigol y regresé a mi silla en la conserjería a seguir cumpliendo con mi deber.

Veinticuatro horas más tarde, cuando finalmente pude hacer esa entrevista, le pregunté a Maribel qué le hubiera gustado ser de no haber sido crack del fútbol: "Contador público, me encantan los números, hay veces que no alcanzas tu carrera académica por el fútbol o por diferentes cosas, pero yo creo que nunca es tarde para hacerlo, o por lo menos intentarlo".

A las ocho y media en punto salió del vestuario el equipo femenino del Barça rumbo a la cancha de entrenamiento y, mientras yo veía irse mi entrevista al trote entre sus diez compañeras, se me aproximó esa voz con la que llevaba 15 días conviviendo y me dijo, con su mejor sonrisa, que lo sentía, que el entrenamiento comenzaba, que lo más que podía ofrecerme era una entrevista telefónica a la tarde siguiente. Y así fue, pasé por mi caseta de conserje para recoger mi dossier y entregarle un jabón a un chaval sudoroso y exigente, y salí al frío, a la lluvia pertinaz y a las ventiscas, rumiando la idea agridulce de mi fracaso periodístico frente a mi éxito rotundo en la conserjería. Al día siguiente, temiendo lo peor, marqué el número móvil y, para mi sorpresa, fui puesto en contacto con Maribel. Le pregunté cómo se sentía en Barcelona: "Me gusta su tranquilidad, que la gente es muy tranquila. Quiero empezar a entrenar niños y a tomar clases de catalán". Luego le pregunté por la música que oye: "Cuando estoy contenta, me gustan los Doors, o algo de rock en español, y si estoy tristona, oigo a Juan Gabriel o a Rocío Dúrcal". Y después seguí preguntando cosas insensatas sobre sor Juana y el rey Pelé, sin llegar a los extremos de aquel impertinente caballero de Perú.

INICIOS "Jugaba 'cascaritas' en la calle con mis amigos, para matar el tiempo y divertirme como un niño, y ese pasatiempo se convirtió en lo más especial en mi vida".
INICIOS "Jugaba 'cascaritas' en la calle con mis amigos, para matar el tiempo y divertirme como un niño, y ese pasatiempo se convirtió en lo más especial en mi vida".CÉSAR LUCADAMO

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