El peligro amarillo
El temor a la avalancha china se extiende por toda Europa y América, tanto entre la rica del norte como en la postrada del sur. No hay reunión de empresarios, trabajadores, políticos o economistas en la que no se plantee el peligro que representa el dinamismo económico de Asia para la actividad económica, el empleo y el bienestar de los occidentales. Este miedo a que el dinamismo de China acabe sacando del mapa económico del mundo a los países latinoamericanos estuvo presente a lo largo del encuentro iberoamericano que el Gobierno español, en colaboración con el CIDOB de Barcelona, organizó el pasado fin de semana en Sevilla, preparatorio de la cumbre de jefes de Estado y Gobierno iberoamericanos del próximo octubre en Salamanca.
Entre nosotros, en Cataluña, quien tiene estos días el miedo metido en el cuerpo son los empresarios y trabajadores de la industria textil. El término más utilizado por las gentes del sector es avalancha china. El motivo es que el 1 de enero pasado dejaron de estar en vigor las medidas que durante decenios protegieron dentro de la Organización Mundial del Comercio (OMC) al sector textil español, y al de los demás países desarrollados occidentales, de las importaciones procedentes de los países en desarrollo. Se esperaba que, con el libre acceso al mercado de los consumidores occidentales, los países pobres viesen una luz en su camino a la industrialización y al desarrollo, sin que, por otra parte, nuestra industria se viese gravemente amenazada, dado el mayor nivel de innovación y productividad que se le supone.
Pero las alarmas saltan por todos los lados, tanto entre los países en desarrollo como en los desarrollados. En primer lugar, contra lo que se esperaba, los principales amenazados por la libertad de comercio textil parecen ser los países más pobres del centro y el sur de América, y los de Asia, que están viendo como sus exportaciones textiles no aumentan, sino que se reducen aún por debajo de los niveles que tenían en el anterior régimen de comercio más cerrado, en beneficio de las exportaciones chinas. Las alarmas también están saltando en los países desarrollados, en particular en Estados Unidos y en la Unión Europea.
Entre nosotros el que ha encendido todas las luces rojas ha sido el Consejo Intertextil Español, una suerte de patronal del sector, que reclama insistentemente a las autoridades españolas y comunitarias la apertura de un investigación sobre la "avalancha" de las exportaciones textiles de China, como paso previo para la adopción de medidas de protección de la industria española y europea por parte de la Unión Europea. Los empresarios hablan de una "verdadera invasión" de productos chinos en el mercado europeo en estos tres primeros meses desde que se ha liberalizado el comercio textil.
¿Por qué tendríamos los consumidores españoles y europeos que defendernos de estas importaciones textiles chinas, si en principio son más baratas y nos podríamos beneficiar de esos precios más bajos? Mis amigos del sector me dan dos argumentos. En primer lugar, señalan, no es seguro que seamos los consumidores los que finalmente nos veamos beneficiados. Puede ocurrir que los distribuidores españoles de productos textiles dejen de comprar a los fabricantes españoles para comprar más barato a los chinos. Pero estas ventajas de costes no necesariamente se trasladarán a los consumidores finales.
El segundo argumento que manejan los partidarios de frenar las importaciones asiáticas, está relacionado con la idea de que China está haciendo competencia desleal a los empresarios y trabajadores occidentales, al trabajar con salarios y condiciones laborales que están prohibidas por las legislaciones de nuestros países, además de que las empresas chinas reciben subvenciones generosas de su Gobierno.
Pero hay que ir con cuidado con este argumento de la competencia desleal. Ya se manejó en los años setenta contra Japón, en el momento en que las exportaciones japonesas de productos manufacturados, como los coches o los televisores y vídeos, comenzaban a inundar los mercados de Estado Unidos y Europa. Lo mismo que se hizo en los años ochenta con las exportaciones procedentes de los llamados pequeños "tigres asiáticos". En realidad, los países asiáticos que están experimentando la aventura del desarrollo no hacen más que imitar las políticas que en el pasado llevaron a cabo los países ahora desarrollados: aprovechar sus salarios bajos y mano de obra abundante, apoyar a sus empresas con subvenciones y proteger su mercado interior hasta que sean lo suficiente fuertes para luchar en los mercados internacionales.
Pero ¿estamos seguros de que detrás del dinamismo que está experimentado China sólo hay salarios bajos y condiciones laborales extremadamente duras? En busca de respuestas a esta pregunta, este fin de semana he vuelto a leer un libro fascinante sobre la aventura del desarrollo económico, sus historias de éxito y de fracaso. Se trata de la La riqueza y la pobreza de las naciones, de David Landes. Todo él merece la pena, aun cuando en algunos momentos sea demasiado crítico con la herencia española. Pero para comprender por qué son hoy los países asiáticos los que lideran el dinamismo económico en el mundo y porque otras regiones, como Latinoamérica, son los perdedores, conviene leer los capítulos 27º y 28º. La conclusión de Landes es reveladora: "Si alguna lección puede extraerse de la historia del desarrollo económico, es que la cultura es el factor determinante por excelencia". Especialmente la cultura del trabajo duro, continuado y bien hecho.
Los chinos tienen hoy una ética del trabajo y de la empresa que haría enrojecer de envidia a un calvinista weberiano, la cultura del trabajo y de la empresa que estuvo detrás del "milagro económico" español de los años sesenta y primeros setenta del pasado siglo. ¿Cómo estamos hoy de ética del trabajo y espíritu empresarial? En ocasiones, tengo la impresión de que Cataluña es cada vez más un país maravilloso para vivir y envejecer, pero no una tierra de oportunidades.
Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona
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