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EL NUEVO PAPA

Benedicto XVI afirma en la coronación que no impondrá su voluntad ni sus ideas

Ratzinger insiste en la homilía en el objetivo de la unidad de católicos, ortodoxos y protestantes

Enric González

Benedicto XVI recibió ayer el palio de lana y el anillo del pescador, los dos antiguos símbolos papales, y tendió una rama de olivo a quienes temían que siguiera siendo el teólogo conservador e inflexible que durante casi un cuarto de siglo dirigió la Congregación para la Doctrina de la Fe. "Mi auténtico programa de gobierno", anunció en la homilía, "es el de no hacer mi voluntad, ni seguir mis propias ideas, sino ponerme con toda la Iglesia a la escucha de la palabra y la voluntad de Dios, y dejarme guiar por Él". El nuevo Papa insistió en conseguir la unidad de católicos, ortodoxos y protestantes.

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La plaza mostraba un aspecto imponente en la misa que inauguró el reinado de Benedicto XVI cuando el Papa, después de orar en la cripta vaticana ante la supuesta tumba de Pedro, se enfrentó a la multitud que asistía a su primera gran misa como Papa. Los asistentes no llegaban ni mucho menos al medio millón que se había previsto, pero componían la estampa de las grandes ocasiones. Joseph Ratzinger sonrió al ver el gentío y sonrió con frecuencia a lo largo de una ceremonia cercana a las tres horas. Menos conmovido que en el funeral de Juan Pablo II y menos tenso que en la misa previa al cónclave, se pareció bastante al hombre que fue hasta el martes: apacible y con sentido del humor, tímido y dialogante. Ideas, por supuesto, al margen.

Fue significativo que en la homilía asegurara que no tenía intención de imponer sus propias ideas desde la cátedra de San Pedro. La ortodoxia doctrinal de Ratzinger fue muy admirada por gran parte de la jerarquía católica, especialmente la concentrada en el Vaticano, pero generó profundas polémicas con los sectores reformistas e inquietó a quienes no entendían el frenazo al espíritu innovador del Concilio Vaticano II. Benedicto XVI intentó tranquilizar a todos con su afirmación de que se ponía "a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor".

Parábolas evangélicas

La homilía, tejida en torno a dos parábolas evangélicas, la del pescador y la del buen pastor, fue simple y a la vez rica en sugerencias teológicas, lo esperable de un maestro de teólogos. La primera mención, inevitablemente, se dirigió a su amigo Karol Wojtyla: "¡Qué abandonados nos sentimos tras la partida de Juan Pablo II!". Acto seguido expresó de nuevo extrañeza, como en el discurso del miércoles en la Capilla Sixtina, ante el hecho de que la sucesión recayera en él: "Y ahora, en este momento, yo, débil servidor de Dios, debo asumir este deber inaudito que supera realmente todas las capacidades humanas". "Pero no estoy solo", siguió, "no debo soportar solo lo que en realidad nunca podría cargar solo", porque "vuestra oración, queridos amigos, vuestra indulgencia, vuestro amor, vuestra fe y vuestra esperanza me acompañan".

"La Iglesia está viva", proclamó, en uno de los momentos más significativos del sermón, "la Iglesia es joven y lleva en sí el futuro del mundo". Se congratuló de ello con los demás miembros del catolicismo y amplió el mensaje más allá: "El discurso se llena de afecto también en el saludo que dirijo a todos aquellos que, renacidos con el sacramento del bautismo, no están aún en plena comunión con nosotros; y a vosotros, hermanos del pueblo judío, al que permanecemos ligados por un gran patrimonio espiritual común que hunde sus raíces en las irrevocables promesas de Dios. Mi pensamiento va en fin, casi como una onda que se expande, a todos los hombres de nuestro tiempo, creyentes y no creyentes".

Benedicto XVI no consideró necesario "presentar en este momento un programa de gobierno", porque no faltarán "otras ocasiones para hacerlo". Y agregó: "Mi auténtico programa de gobierno es el de no hacer mi voluntad, ni seguir mis ideas, sino ponerme con toda la Iglesia a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor y dejarme guiar por Él".

Cuando habló de la injusticia y la miseria en el mundo, las yuxtapuso a la falta de fe: "Existe el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed, el desierto del abandono, de la soledad, del amor destruido. Existe el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío del alma sin consciencia de la dignidad y el camino del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo", concluyó el pasaje, "porque los desiertos interiores se han hecho muy extensos".

Hacia el final lanzó una crítica contra los poderes terrenales que, casi extinguido el comunismo, sólo podía estar dirigida hacia la "dictadura laicista" que Ratzinger considera el peor peligro del mundo desarrollado: "Todas las ideologías del poder se justifican así, justifican la destrucción de aquello que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Y nosotros sufrimos por la paciencia de Dios".

"El mundo es salvado por el crucificado, no por los crucificadores", agregó. Invocando de nuevo la imagen del buen pastor, hizo una última petición a los fieles: "Rezad por mí, para que no huya, por miedo, ante los lobos".

Los reyes de España felicitan al Papa después de la misa inaugural de su pontificado.
Los reyes de España felicitan al Papa después de la misa inaugural de su pontificado.REUTERS

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