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IDA y VUELTA
Columna
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Nueve días del libro

La decisión de enfatizar el Día del Libro con nueve jornadas de calentamiento subvierte la tradición. La excusa es que la festividad caía en sábado, así que, en lugar de adelantarla al viernes, alguien sugirió crear una previa en forma de multitud de actos que han multiplicado la presencia de autores en los medios de comunicación, ocupando el paréntesis que separa Construmat de la Feria de Abril. Mi semana del libro empezó el lunes, cuando escuché por la radio a un médico ex cantante de folk hablar de su nuevo libro. Se trata de una fábula pedagógica para padres e hijos protagonizada por una niña a la que, en otro best seller, el mismo médico enseñó a dormir. El éxito le persigue porque dormir a los recién nacidos tiene mérito. A los adultos, en cambio, es fácil dejarlos fritos y en esa materia algunos de nuestros escritores son auténticos maestros.

El martes me pareció ver a Ismael Prados por la calle. Fue cocinero antes que escritor mediático, y debería figurar en la exposición Qui és qui en les lletres catalanes (Palau Moja), que parece el archivo de sospechosos de una comisaría. El hambre agudiza el ingenio, y en el caso de los cocineros esta verdad empezó a ser rentable con los libros de Karlos Arguiñano (año 1992). Desde entonces, se les tacha de intrusos, olvidando que los recetarios siempre fueron una parte importante del, nunca mejor dicho, pastel editorial. Además, algunas recetas parecen poemas y ciertos poemas parecen recetas. Ejemplo de poema receta: "Coliflor venenosa / calcinado de cólera, / flatulenta de cal" (Gloria Fuertes). Ejemplo de receta con nombre de haikú: "Anchoas papillot" (Karlos Arguiñano). El miércoles perdí el control. En una librería, era tanta la oferta que no pude comprar nada ante la variedad de estímulos: memorias de jugadores de balonmano, biografías de artistas de strip-tease o de sadomasoquistas profesionales, retratos de ex presidentes amargados, recopilaciones de artículos sin denominación de origen, panfletos antiolímpicos, parodias políticas, relatos de cantantes contando sus trasplantes, libros de autoayuda que ayudan más al autor que al lector, prédicas solidarias, autobombo psicoterapéutico, manuales de chamanismo, póstumas arengas pontificias, consejos para superar la depresión posparto, ensayos sobre terrorismo y novelas de autores que firman (o no) manifiestos contra las firmas.

El jueves y el viernes la ciudad se llenó de escritores y jefes de prensa de editoriales tomando posiciones y espiándose los unos a los otros, enfermos de estadística y teléfono móvil. Se comentaban los tumultos que había provocado la presentación de un libro sobre la sexualidad adolescente, que acabó con incidentes, heridos y 10.000 ejemplares vendidos, un balance envidiable. La expectativa es la de siempre, pero hay más gente para repartir. Esa es la sensación que muchos tuvieron ayer y que tendrán hoy, el día siguiente, cuando comprueben que no están en las listas de más vendidos (los libros, no los autores). Habrán vivido la fiesta, conversado con lectores, cotilleado sobre sus colegas, argumentado sobre la situación del libro y sobrevivido a las diferentes recepciones (hotel Regina), cócteles (Palau de Pedralbes) y fiestas (Luz de Gas). Viendo tantísima gente por las calles, el que no quiera entender que ésta es una movida editorial y no literaria es porque no quiere. Además, firmar o comprar no es obligatorio, y es perfectamente legítimo distanciarse de las aglomeraciones. Hay tiempo para todos: hoy empieza un largo periodo de 364 días durante los cuales podremos comprar libros a nuestras anchas e incluso leerlos.

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