Santa imaginería

Los buenos directores que no escriben sus guiones siempre acaban teniendo dificultades para encontrar historias a la altura de su talento. Les ha ocurrido a algunos de los mejores de la historia y les sigue pasando a una parte de los más brillantes realizadores actuales, caso del británico Danny Boyle. Al autor de Trainspotting se le atragantó de tal manera su salto a Hollywood con las fallidas Una historia diferente (1997) y La playa (2000) que tuvo que volver a Inglaterra para intentar recuperar el crédito perdido. Lo consiguió en parte con la tan modesta como entretenida 28 días después (2002), y ahora sigue en la buena senda con la tan desigual como deslumbrante Millones.
Hasta La playa, las películas de Boyle estaban escritas por John Hodge, guionista con excelentes ideas que no acababan de hilvanarse en el papel (salvo Trainspotting, la única que partía de una novela) y que, sobre todo, no llegaban a la altura del poderío visual del director. En Millones, Boyle se ha aliado con John Cottrell Boyce, habitual escritor de los filmes de Michael Winterbottom. Una pareja esta última que se puede analizar casi de la misma manera que la de Boyle-Hodge, pues a los guiones de Welcome to Sarajevo, El perdón y 24 hour party people se les pueden encontrar más fracturas que a su irreprochable dirección.
MILLONES
Dirección: Danny Boyle. Intérpretes: Alexander Nathan Etel, Lewis McGibbon, James Nesbitt, Daisy Donovan. Género: comedia. RU, 2004. Duración: 98 minutos.
Sin embargo, de lo que sí debe saber mucho Cottrell es de niños (tiene siete hijos), pues buena parte de lo mejor de Millones está en el imaginativo universo en el que viven los dos críos protagonistas: un insólito experto en microeconomía de nueve años y un aspirante a teólogo de siete versado en santos de toda época y condición. La película, teniendo en cuenta el tema que trata (los dos hermanos encuentran una maleta cargada de libras pocos días antes del definitivo paso al euro en el Reino Unido), se escapa de las formas habituales del cine de hoy. Y eso es lo mejor, su originalidad. No estamos ante una comedia costumbrista. Ni ante la salvaje negrura de Tumba abierta, ópera prima de Boyle en la que un grupo de personas también luchaba por el dinero encontrado en una cartera abandonada. Aquí hay que agarrarse al colorista poderío de Boyle y a su capacidad para relucir con las músicas, el montaje y el surrealismo con el que huye del empalago de la mayoría de las comedias familiares con niño.
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