Censuras del futuro
Con el tiempo, el británico Michael Winterbottom ha ido desarrollando una filmografía que por lo menos en un punto se parece a la de su no menos británico antecesor Michael Powell, de quien probablemente lo alejan muchas más cosas que las que guardan en común sus trayectorias: en que jamás una película suya se parece en nada a la anterior. Véase la última comparación posible: cuando apenas se han acallado los ecos del estreno de su controvertida última película, la behavorista peripecia erótica 9 Songs, nos llega su criatura inmediatamente anterior que resulta ser... una película de ciencia-ficción, como In this World era un falso documental rodado en condiciones de extrema dificultad; 24 hour party people, un peculiar musical; The claim, un western con hechuras clásicas; Wonderland, un drama realista, contemporáneo y proletario, o Jude, la adaptación de un clásico decimonónico. No se puede negar que nuestro hombre cambia de registro como otros de camisa.
CÓDIGO 46
Dirección: Michael Winterbottom. Intérpretes: Tim Robbins, Samantha Morton, Om Puri, Jeanne Balibar. Género: ciencia-ficción. Reino Unido, 2003. Duración: 92 minutos.
¿Qué tiene en común Código 46 con el resto de la filmografía de Winterbottom? Muy pocas cosas, aunque un par se destaquen con nitidez. Una, el tratamiento de la peripecia, hecho de distancia y (supuesta) objetividad, lo que lo hace, como por otra parte la mayoría de sus propuestas, un producto un pelín frío, por momentos incluso más que eso. Otra, su deseo de hablar, aunque sea con las formas elípticas que tan queridas le han resultado siempre al género, no de un mundo futuro, como parece hacerlo, sino del presente, de nuestra realidad compuesta de un universo desarrollado que es algo así como un núcleo duro que impone sus leyes, y de una periferia sometida al dominio del centro.
Pero Código 46 habla también de otras cosas. Por ejemplo, de un futuro en el que, a pesar del control de cada vez más grandes corporaciones (y al frente de todas, una que responde al premonitorio nombre de Esfinge) y los impresionantes cambios que se han operado en todas partes (con Shanghai como uno de los centros en los que se resuelven algunas cosas importantes), los hombres siguen comportándose como tales, siguen teniendo deseos, son infieles, sueñan con paraísos inalcanzables.
Límites
Por ejemplo, de un mundo en el que si se cruzan determinados límites (si se infringe el famoso Código 46 del título, el permiso de viaje que necesita cualquier ciudadano para trasladarse de una ciudad a otra: estamos en un mundo hipercontrolado, una especie de continuación de nuestro universo cotidiano), la pena prevista es sencillamente el borrado de la memoria, y las consecuencias que de ello derivan.
Y a la postre, como quería el viejo Alfred Hitchcock, de lo que en realidad va la cosa es también, y sobre todo, de una historia de amor, vieja como el tiempo, y por eso mismo, tan efectiva, la que viven un sorprendente Tim Robbins, tan alejado aquí de los papeles que suele frecuentar, y Samantha Morton; un romance que pasa por encima de todas las contingencias, las presiones, las censuras. Un amor, en fin, como desea cualquier espectador cinematográfico: una instancia para el reconocimiento, la empatía, la adhesión.
Babelia
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