Mañana
Ibarretxe y Otegi coincidieron la misma noche del domingo en apelar retóricamente al mañana, al futuro inmediato, para otear la nueva situación política que las urnas nos han deparado. El lehendakari en funciones fracasado con su plan y el representante de Batasuna intervenían en unas situaciones anímicas bien diferentes, trasluciendo el traspiés el primero y ciertamente eufórico el segundo. Aunque el constitucionalismo, más atemperado en esta ocasión, siga arrebatando lentamente espacio al nacionalismo (un escaño), no cabe duda que el fracaso de Ibarretxe se puede apreciar por la pícara jugada de mus que ha permitido que Batasuna se haya podido presentar con otras siglas a las elecciones. De no haber sido así, difícilmente se hubiera podido visualizar ese frenazo a Ibarretxe.
El problema es que el brazo político de ETA sigue presente en el Parlamento vasco, que va a ser realmente complicada su disolución y el precedente abre el resquicio a que se busquen salidas similares en posteriores elecciones. Ante la presión del nacionalismo que no condena el terrorismo, la primera tentación de Ibarretxe será seguir apoyándose en él en las cuestiones fundamentales, como lo hiciera en la pasada legislatura. Pero de ser así, con el apoyo de tal aliado, el proceso soberanista iría marcado por la presencia en la sombra de ETA, que se sabe en estos momentos más débil que nunca.
Habrá que esperar al mañana para descubrir si Ibarretxe no juega dos partidas, una sobre la mesa y otra bajo ella; una manteniendo el radical mensaje de ruptura secesionista y otra ante un socialismo muy dispuesto a la negociación, abriendo con éste -pues representa al poder del Estado- otra vía. Pero la negociación sólo podría ser creíble si, por primera vez, el nacionalismo renunciara a utilizar la disposición adicional del Estatuto, la de los derechos históricos tan conocida por Emilio Guevara, como excusa para nunca renunciar a nada cuando pacta con el Gobierno central. Sin embargo, en esta negociación Ibarretxe tiene la ventaja de la buena disposición, del talante, de Zapatero, aunque la desventaja de que Guevara y otros se conocen perfectamente todas sus triquiñuelas. Y la partida debajo del tapete puede seducir a Zapatero, conociendo la necesidad que éste tiene de asegurarse esta legislatura en la que gobierna en minoría.
Una cuestión se hace evidente y debiera asumir el nacionalismo moderado: el mantenimiento de reivindicaciones maximalistas hace ingobernable cualquier sociedad que sea plural y moderna. De todas formas, no deja de ser esperpéntica esta compleja situación, en la que los ilegalizados hasta ayer permiten descubrir el fiasco del plan Ibarretxe y, al mismo tiempo, muestran con su presencia institucional una gatera en la Ley de Partidos y una debilidad evidente del Estado de derecho. Quizás este aspecto sea el más preocupante, la inconsistencia de nuestro Estado de derecho, que no sólo permite la supervivencia del brazo político de ETA, sino que Ibarretxe, o cualquier otro, pueda poner patas arribas desde la periferia, devaluando la arquitectura constitucional, las convenciones fundamentales de la convivencia política que nos otorgamos hace veintisiete años.
Hay todo tipo de lecturas para estas elecciones, desde las justas felicitaciones del PSE, al podía haber sido peor del PP, a la agridulce de Ibarretxe y la eufórica de Otegi. Pero el serio problema es que nos encontremos, ante tanta batallita puntual y tanto pragmatismo sin el referente del Estado de derecho, que todo pueda ser cambiado sin tener en cuenta las repercusiones posteriores que puedan suponer. Hay que esperar a mañana.
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