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Columna
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Céntimos

En Girona, como en Ontinyent; es decir, en "valenciano / catalán", ese idioma de doble denominación contra el cual desplegó el PP hace unos meses toda su artillería en una aguerrida batalla que acabó en el más estrepitoso fracaso, la expresión "fer cinc cèntims" significa explicar de forma concisa o resumida un argumento, una anécdota o una situación. Las gentes de Escola Valenciana-Federació d'Associacions per la Llengua han decidido, recogiendo materialmente calderilla del euro, "fer cinc cèntims" al Consell de su nulo apoyo económico al movimiento civil que alienta la normalización del valenciano en las aulas y en la sociedad, así como de su escaso entusiasmo por la promoción pública e institucional de la lengua propia del país. Ayer en Crevillent, en la primera de las 16 reuniones masivas que organiza cada primavera, Escola Valenciana empezó a recoger en urnas gigantes las diminutas monedas de cinco céntimos que, al final, entregará en el Palau, como irónica queja por si "la crisis económica de la Generalitat es más grave de lo que parece" y eso pudiera explicar "que no haya dinero" para el valenciano. Hace 20 años que empezaron a celebrarse, en Benifaió y La Xara, trobades en las que padres, profesores y alumnos reafirman de forma festiva su terca voluntad de no dejar morir el patrimonio que mejor nos justifica como pueblo y que más razones aporta a la voluntad de autogobierno y de convivencia futura en la pluralidad. Movimiento civil unitario, de vocación transversal y talante optimista, Escola Valenciana causa alergia a tanto darwinista social como hay agazapado por ahí, a tanto intolerante convencido de que la diversidad es sólo el camuflaje caprichoso de una amenaza a su pereza mental. El vigor y la vitalidad, sin subvenciones ni compensaciones, de un movimiento que persiste y crece (ahora emprende una aventura de voluntariado lingüístico dirigida a la integración de inmigrantes que debería hacer sonrojarse a los responsables de Educación), no sólo destaca el sectarismo oficial sino que viene a recriminar a los jóvenes dirigentes de la derecha en el poder su fracaso generacional y al inquilino de la Generalitat lo amortizable de su papel: da igual que el presidente se llame Francisco Camps porque la idiosincrasia y la propaganda imponen su ley.

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