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Columna
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Piso piloto

Una de las razones profundas que impiden que nuestras novelas, pelis y teleseries sean globales, que dificultan mucho las exportaciones narrativas españolas, es que la figura del inquilino y su contrafigura dramática, el casero, apenas existen en el universo cerrado de las ficciones nacionales. A diferencia del resto del mundo globalizado, los personajes de nuestra literatura, cine y tele viven, se desarrollan y mueren de aburrimiento en viviendas compradas (hipotecadas a 30 años) y su movilidad cosmopolita es igual a cero, si exceptuamos la gran aventura anual de los veraneos o los viajes chárter. Ahí tenemos un serio problema narrativo que habría que resolver urgentemente si queremos exportar.

Porque, a diferencia de las nuestras, en las ficciones del mundo globalizado no existe prácticamente la figura nacional del personaje propietario de la casa y las únicas hipotecas que impiden su movilidad nunca están relacionadas con el vampírico banco del barrio; lo cual permite a los personajes alquilados cambiar continuamente de parroquia, de banco, de ciudad, de autonomía, de trabajo, de familia, de estrés y hasta de nación, con todo lo que eso significa narrativamente. Es muy distinto, y no sólo en las ficciones, ser propietario que poseedor, dueño que inquilino, estar encadenado a los bienes inmuebles que a los muebles, pagar toda la vida la misma hipoteca al mismo banco que vivir el sagrado principio de incertidumbre del alquiler. Los héroes a la española, esos héroes-propietarios (horizontales) que viven en una casa decorada estilo piso piloto, estética Ikea, tienen mucha menos movilidad física, mental y social que las personas o personajes en arrendamiento. Conocen a menos gente que los tipos que practican el alquiler permanente, se enamoran o copulan con más monotonía, se divorcian con mucho más dramatismo y líos notariales y son héroes urbanos que tienen más raíces que alas; asunto que nos aleja de esas ficciones metropolitanas y cosmopolitas que se exportan tan bien.

Tomemos las series de televisión, que son los actuales espejos del alma de cada país, con permiso de novelistas y peliculeros. Aquí no hay quien viva, Los Serrano, Aída, Cuéntame cómo pasó, Ana y los siete y demás éxitos de audiencia son un canto general al régimen jurídico de la propiedad horizontal, al discurso del condominio, a la estética del piso piloto y, sobre todo, al quietismo social, individual, autonómico, laboral y sexual de los personajes. Exactamente todo lo contrario a las series que nos colonizan. Excepto Los Soprano y A dos metro bajo tierra, por razones narrativas muy explicables (la mafia y la funeraria), no hay héroes que sean dueños de la vivienda ni reuniones de la comunidad de codueños ni, en fin, todo ese arresto domiciliario que implica la propiedad horizontal. Incluso en Frasier, los divertidos doctores Cramer son yuppies en régimen de alquiler. Yo no puedo imaginarme como propietarios horizontales a las pandillas de Seinfeld, Friends y Sexo en Nueva York, a los tipos de CSI, ni siquiera a la tontita Ally McBeal. De la misma manera que no concibo una novela norteamericana moderna, excuso decir joven e hipermoderna, sin que el problema central no sea la lucha por el piso de alquiler, es decir, sin la frenética movilidad metropolitana, sexual y laboral de los personajes; sin esa nomadía genética heredada de las tradiciones del western, las road-movie, la fuga beatnik o el rock de carretera.

Para regresar a nuestra excepción cultural. El problema no es que nuestros queridos personajes de ficción estén diseñados por ese mismo patrón de patrones de la vivienda, sino que se nota mucho que nuestros autores también viven la anomalía (la esquizofrenia) española de la propiedad del piso. Si nuestros creadores fueran seres en alquiler, si no estuvieran tan apegados a los bienes raíces, si fueran un poquitín más nómadas, estoy seguro de que imaginarían en sus páginas y pantallas héroes o antihéroes urbanos, situaciones, ambientes e historias más globales y exportables que por fin lograrían equilibrar nuestra balanza de pagos entre las ficciones que entran y las ficciones que salen.

Por tanto, estoy muy a favor del reciente plan de ZP para fomentar las viviendas en alquiler y acabar (antes de que la burbuja inmobiliaria haga plaf) con la curiosa mítica y mística del piso con hipoteca para 30 años. Si funciona el plan para reconvertirnos de propietarios en inquilinos (y eso sí que es una utopía de las de antes de la muerte de las ideologías), implicaría ante todo una revolución de la narrativa española, tan tradicionalmente claustrofóbica y sedentaria. No olvidemos que los dos aniversarios que celebramos, el de las andanzas del Quijote y el de las peripecias de la relatividad de Einstein, son enemigos mortales del piso en propiedad. Don Alonso Quijano demostró literariamente que es bueno salir de casa y vagabundear por los caminos que se bifurcan, y don Alberto Einstein probó matemáticamente que las leyes del universo también funcionan así porque este famoso espacio-tiempo con tantas curvas y que desde el Big Bang nunca se está quieto tiene muy poco que ver con el modelo físico de la estática y la estética del piso piloto de Los Serrano.

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