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Columna
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14 de abril

Fue exactamente hoy, sólo que hace 74 años, y de pronto apetece mirarse en esa fecha, 14-4-1931, como si fuese un espejo, y comprobar de qué modo nos reflejamos en ella. Los espejos son fiables porque siempre dicen la verdad, pero son peligrosos cuando se alían con la nostalgia, y habrá muchos que hoy, cuando comenten los actos que se van a celebrar en Madrid, como en toda España, en recuerdo y homenaje de la II República, no verán mucho más que eso: la flor alucinógena y llamativa, pero también débil, de la nostalgia, abriéndose igual que las amapolas para vivir y morir en un mismo día. Eso verán muchos de los que miren desde fuera, por ejemplo, la cena de escritores, artistas y políticos que se van a reunir en un hotel de la calle de Atocha, esta misma noche, bajo banderas de tres colores; o la manifestación del día 17 por el centro de la ciudad; o el homenaje del sábado a las víctimas del fascismo, que se hará en el cementerio civil; o los conciertos, los artículos y las fotos de tantas veces, con miles de ciudadanos en la Puerta del Sol o con la bandera de la República ondeando en el Palacio de Comunicaciones. Verán y oirán el eco de un país de nunca jamás, que quiso darle a sus ciudadanos escuela y despensa, como decía Joaquín Costa, y que fue exterminado por una Guerra Civil y 38 años de dictadura. Mejor ni acordarse. Pero otros no. Hay personas que llevan muchos años sabiendo que la única forma de conocer la verdad es haciendo primero el inventario de las mentiras y borrando de nuestra Historia las salpicaduras con que la mancharon los sublevados de entonces y que no quieren limpiar sus herederos totales o parciales de ahora; todos esos, por ejemplo, que protestaban hace poco en la plaza de San Juan de la Cruz por la retirada de la estatua de Franco que cabalgaba sobre todos nosotros, aquel ataúd en forma de jinete que, por una vez, me hizo llevarle la contraria a Bob Dylan. ¿La dignidad no puede pisotearse, como viene a decir el genio en una de sus canciones? Pues claro que sí, Bob: se la puede pisotear y hasta se puede cabalgar sobre ella, antes y después de muerto.

España es un país que durante casi cuarenta años vivió atado a dos mentiras: la que los golpistas de 1936 contaron sobre ellos y la que contaron sobre los vencidos. Quienes se han molestado en saber cuáles fueron los logros de aquella República, y no sólo sus errores, saben que bajo su Gobierno se consiguió, por citar sólo algunos derechos que hoy día no va a discutir ninguna persona que esté en su sano juicio, el sufragio universal, la separación definitiva de la Iglesia y el Estado, o la promulgación de las leyes que permitían el matrimonio civil y el divorcio. Y sabrán, también, que todos esos logros fueron abolidos por la dictadura. Bueno, casi todos, porque el sufragio no les hizo falta ni a las mujeres ni a los hombres: las urnas son lo contrario de las pistolas.

Este país, con el esfuerzo y el sacrificio de casi todos, ha escapado de su infierno. Pero sigue habiendo una sensación de injusticia y olvido, por parte del Estado pero también de la sociedad en general, hacia las personas que dieron sus vidas o fueron despojadas de todo, desde su honor hasta sus posesiones, por defender, sencillamente, lo que era justo y era legal. ¿No merecen esas víctimas el mismo respeto que todas las víctimas, sean quienes sean sus asesinos?

Ayer mismo, mientas miraba la enorme bandera constitucional que flamea en la plaza de Colón, pensé que lo mismo que ese pabellón ya no ofende a nadie sino que, al contrario, es mirada como algo propio por la mayoría de los ciudadanos, tampoco iba a ofender a nadie, salvo a los que cantaban el Cara al Sol en la plaza de San Juan de la Cruz, la bandera republicana, a la que debería concederse algún grado de cooficialidad, parecido al que tienen la ikurriña, la senyera y el resto de las banderas de las comunidades autónomas, para que hoy, en conmemoración del 14 de abril, fuese enarbolada junto a la otra, simbólicamente pero con carácter oficial, en la misma plaza de Colón, en los balcones de la Comunidad de Madrid sobre la Puerta del Sol y en el Ayuntamiento. Sería tan hermoso pero, sobre todo, sería tan justo.

Lo contrario de la justicia es el miedo.

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