"La época de Marco Polo es la génesis de la modernidad y la diversidad"
Las amigas y escritoras bonaerenses Graciela Montes (1947) y Ema Wolf (1948) solían quedar a beber cerveza en un bar de Belgrano, el Marco Polo. Un día, una de ellas reparó en el nombre, tan asociado a los relatos juveniles (de los que ambas son autoras consagradas), y decidieron ponerse a investigar más sobre el comerciante y aventurero veneciano. "Dejamos Google exhausto de tanto buscar", dice Montes riendo, "y lo que más nos interesó fue rescatar la figura del amanuense, Rustichello de Pisa, imaginar por qué y cómo decidió tomar la pluma para anotar y comentar las memorias viajeras de Polo en Las maravillas del mundo".
Cinco años después de escribir a medias ese complicado e imaginativo ejercicio de ficción histórica (que parte de la verosímil hipótesis de que Polo y el copista-escritor compartieron celda durante nueve meses en Génova), las dos autoras no sólo mantenían la amistad, sino que se animaron a presentar el resultado de su trabajo, El turno del escriba, al Premio Alfaguara, y, de manera inopinada, pero indiscutible según el jurado, lo ganaron.
"Escribir a medias fue lindo, con altibajos. Las correcciones fueron muy duras, pero eso pasa también en el trabajo individual"
"¡Todo menos ir a Génova! Viajar allí era caro. Y era más fácil imaginarla con los libros. Se trataba de trazar hipótesis donde no había certezas"
Montes y Wolf están ya tan compenetradas, son tan simbióticas, que al revisar las notas de la entrevista pasa lo mismo que al leer la novela: no hay forma de distinguir quién dice qué. Quizá por eso no les importa en absoluto que no se atribuyan sus respuestas por separado.
Pregunta. ¿Lo de escribir a medias fue el resultado de un mero azar de bar?
Respuesta. Bueno, no fue casual del todo, habíamos hablado mucho de literatura antes de lanzarnos a la aventura, fuimos colegas en una revista, teníamos un piso común de discusión de lectura...
P. ¿Un apartamento?
R. No, no, un terreno común, un espacio... Marco Polo fue sólo el disparador. Pero es un personaje que está en la tradición del relato juvenil y ya se había escrito mucho de él, así que nos dedicamos a Rusti. Primero investigamos qué había sobre él y luego nos pusimos a rellenar los huecos que dejó la historia.
P. ¿Y había muchas pistas en Las maravillas del mundo?
R. Los historiadores exploraron la trastienda, hay buenas ediciones del libro con notas críticas muy útiles. En el prólogo se decía que fue él, Rustichello, quien lo escribió. Pero se sabe también que fue traductor de libros de caballerías por encargo del príncipe británico Eduardo III, y que hacia 1298 conoció en la cárcel a a un mercader viajero. Todo lo demás tuvimos que imaginarlo. La tarea consistió en recrear aquel momento dibujando hipótesis donde no había certezas.
P. Hipótesis literarias, tan válidas como las históricas si hacemos caso de Auden: "Los libros de texto nos engañan".
R. Sí, se trataba de elegir lo más literario. Por eso imaginamos que escribieron el libro en la clandestinidad, durante los nueve meses que probablemente pasaron juntos en el presidio del Palazzo del Mare, tras la guerra del Curzola, a escondidas de sus carceleros genoveses... Aunque puede ser que todo pasara en otra cárcel, en otros meses... Pero hay indicios suficientes para pensar que pudo pasar así.
P. Una de las ideas que sobrevuelan la novela, y no sé si es un guiño hacia ustedes mismas, es la afirmación del poder liberador de la palabra, de la literatura, de la imaginación.
R. Rusti quería salvarse de la cárcel escribiendo el relato de los viajes de Polo, y no creemos que pensara tanto en la palabra como en eso. Él tiene su oficio y a partir de ahí construye. Es su buena letra lo que lo salva. Pero la narración de Polo, tan interesante, tan exótica, ese cúmulo de experiencias, le atrapa, le tienta a ir más lejos, le anima a convertirse en escritor. Nosotras creemos que él conoció a Eduardo III en la corte de los Anjou, y que ahí se dio cuenta del prestigio que tenían los poetas, los trovadores; debió de ver que no tenía otra opción para salvarse que convertirse en uno de ellos.
P. Pero él no se convierte en un escritor del todo sino más bien en periodista, o en el negro de Polo. Y ésa parece otra de las ideas del libro: que la autoría no siempre es clara.
R. Rustichello escribe, agrega, mete morcillas, recuerda historias y las incorpora... No sabemos cuánto es suyo. El hecho de que el manuscrito original no exista nos permite pensar que pudo ser muy distinto del que se conserva... En aquella época había toda una tradición de escribas intervencionistas que copiaban en función de los intereses de quienes financiaban el libro... Los textos de doctrina se copiaban tal cual, pero estos otros libros no, no tenían autor...
P. Un poco como su libro: es de las dos y de ninguna...
R. Sí, escribir a medias es un gran ejercicio de humildad, te acostumbras a ver tus clichés, tus rigideces, y al ver a la otra a tu lado, te vuelves más plástica, menos arrogante... Hay metáforas que a ti te encantan y que a la otra le parecen espantosas, y como tardamos cinco años en terminar el libro, y eso es mucho tiempo, una cambia, evoluciona, e incluso tus metáforas antiguas te parecen ya espantosas...
P. Así que no ha sido un camino de rosas...
R. Fue lindo, con altibajos. Las correcciones fueron muy duras y hubo algunos momentos malos, pero eso pasa también en el trabajo individual... La amistad sobrevivió. Nunca la hubiéramos puesto en juego. Si no hubiera funcionado, si no hubiera sido placentero, deportivo, estimulante, lo habríamos dejado. Escribir a medias es recomendable sólo si es placentero. Y si hay una historia que contar.
P. ¿Nunca se puso la cosa tan mal como para abandonar?
R. No, eso nunca, teníamos que llevarlo a buen puerto, ¡teníamos adquirida... una responsabilidad... social!
P. ¿Qué fue lo más placentero del trabajo conjunto?
R. Lo que nos mantuvo en marcha fue aprender tanto sobre esa época preciosa, apasionante. Íbamos investigando según las necesidades del libro, a medida que escribíamos, para tratar de compensar el encierro con la presencia viva y colorida de la vida exterior, los olores, los sabores...
P. Desde luego, los olores se sienten. Sobre todo, los malos.
R. Bueno, en las películas sobre la Edad Media siempre es así: te dan ganas de taparte la nariz.
P. La recreación de la época y de la ciudad es exhaustiva. Pero ustedes no conocen Génova.
R. ¡Todo menos ir! Está lejos y el viaje es caro, y sobre la época, es tan lejana que era más fácil reconstruirla con los libros que in situ. Casi no queda nada de aquel tiempo en pie, salvo la catedral y alguna torre... El Palazzo del Mare es hoy el Archivo Histórico, y su director nos facilitó un mapa de la ciudad que nos ayudó mucho. Por lo demás, tratamos de no ser anacrónicas, de hacer honor a la verdad de la historia; estaba todo por descubrir, y eso nos animó mucho.
P. Eso define bien aquellos años: es la era de los descubrimientos...
R. El mundo de las ciudades-Estado era ya muy civilizado, un universo lleno de sutileza y de habilidad negociadora... Todo estaba muy legislado y regulado, hasta la relación médico-paciente, y a la vez empezaba a haber libertad, florecía el comercio, se montaban las primeras expediciones en busca del otro mundo... Es muy divertido cotejar todo aquello con nuestros propios sistemas de vida. Allí está el origen de nuestra forma de vivir: el dinero, los préstamos de los poderosos a los países... La época de Marco Polo es la génesis de la modernidad y la diversidad. Incluso más diversa que ésta. Conociéndola bien, se te va esa imagen de la Edad Media como una época quieta, hermética. Había tantas palabras que designaban cosas tan precisas... Era un mundo heterogéneo, múltiple, quizá menos homogéneo que el actual.
P. Pero según enseña la novela, también un mundo miserable y lleno de peligros y supersticiones.
R. Era muy duro, seguro. Había mucha hambre, mucha miseria, las sequías y las guerras eran devastadoras...
P. Pero el viaje de Polo, y sobre todo su relato, debió servir para cambiar la perspectiva...
R. Europa empezó a comparar su realidad con noticias de lugares tan lejanos y eso debió ayudar a relativizar mucho la mirada. Supieron que había otros reyes, otras costumbres, otros signos astrales, otras comidas, otros usos sexuales... ¡Y tenemos todo el derecho de pensar que eso se lo debemos a Rustichello tanto como a Polo!
Babelia
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