Un burócrata de la curia romana
El cardenal Angelo Sodano, es, con el alemán Joseph Ratzinger, el más importante miembro de la curia romana, es decir, del Gobierno de la Iglesia. Probablemente es también uno de los más odiados. Durante más de 13 años (desde junio de 1991) ha llevado las riendas de la política y la diplomacia de la Santa Sede, desde su puesto de secretario de Estado (primer ministro vaticano), y no siempre en sintonía con el entorno del Papa.
En la última etapa del largo pontificado de Karol Wojtyla se ha asistido a no pocas situaciones de tira y afloja entre el poderoso jefe del Gobierno vaticano y el secretario privado de Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz. Sodano se atrevió, incluso, en las últimas semanas de agonía del Papa a especular sobre la posibilidad de una dimisión. Un tremendo error que intentó remediar una vez consumada la muerte, proclamándolo ante la multitud concentrada en la plaza de San Pedro como Juan Pablo II El Grande.
La relación con Pinochet es una mancha en su historial
Ninguno de estos desencuentros impedirá que Sodano desempeñe un papel fundamental en el cónclave que se abre el lunes. Después de todo, la historia de la Iglesia católica está llena de ejemplos de papas que alcanzaron el puesto supremo después de haber sido secretarios de Estado del antecesor (Pío XII, por ejemplo).
No parece que esa costumbre vaya a repetirse con Sodano, un burócrata de la Curia, a la que llegó en 1959, después de completar los estudios de Teología en el seminario de Asti, la ciudad piamontesa donde nació, el 23 de noviembre de 1927.
Hijo de un conocido político democristiano italiano de la posguerra (Giovanni Sodano), el secretario de Estado se licenció en Teología y Derecho Canónico en la Universidad Gregoriana de Roma y en la de Letrán, respectivamente. Sus excelentes contactos le permitieron abrirse camino de inmediato en el Gobierno vaticano, mientras completaba su formación en la escuela diplomática de la Santa Sede (la Academia Eclesiástica Pontificia).
A lo largo de los años sesenta desempeña el cargo de secretario de Nunciatura en Ecuador, Uruguay y Chile, tomando un primer contacto con la realidad latinoamericana. En 1977, Pablo VI le envía como nuncio apostólico a Chile. Son años turbulentos, de dictadura militar, pero Sodano no tiene dificultad en mantener excelentes relaciones con el régimen del general Augusto Pinochet. Su actitud no es novedosa en la diplomacia vaticana, siempre posibilista y pragmática. Pero el largo decenio transcurrido en Chile, en amigable contacto con el dictador Pinochet, acaba por convertirse en una lacra, un borrón casi insalvable en la biografía del secretario de Estado.
A partir de esa experiencia latinoamericana, Sodano desarrolla estrechos lazos con las conferencias episcopales de esa importante zona del mundo, donde viven el 44% de los católicos. Y, por proximidad lingüística, con los prelados españoles, que siempre encontrarán en él un apoyo en el intrincado laberinto vaticano, donde frecuentemente se menosprecia a las jerarquías de las iglesias nacionales.
En aceptable sintonía con el Opus Dei, el cardenal Sodano puede influir especialmente en el colectivo de electores latinoamericanos y, obviamente, impulsar la candidatura de algún papable italiano, aunque no está muy claro quién será el pupilo. Su inicial respaldo al cardenal de Milán, Dionigi Tettamanzi, parece cada vez menos claro, a medida que se aproxima la fecha del cónclave.
Hay quien opina que podría inclinarse por el cardenal de Turín, Severino Poletto. O, si las condiciones lo permiten, postularse él mismo como sucesor de Juan Pablo II, El Grande.
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