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Columna
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Disparates

Rosa Montero

El viernes pasado, 8 de abril, se cumplió un año del alto el fuego en la región de Darfur, al oeste de Sudán, un territorio tan grande como Francia habitado por seis millones de personas que en estos momentos están siendo apaleadas, mutiladas y asesinadas impunemente. Porque el alto el fuego es un fracaso. Los combates continúan entre las milicias armadas del Gobierno sudanés y diversos grupos rebeldes de distinto pelaje, una horda de hombres armados y feroces que ha causado ya cerca de 300.000 muertos y ha obligado a más de dos millones de personas a abandonar su hogar. Hace tres meses, una comisión de investigación de la ONU decía que los crímenes de Darfur estaban siendo "quizá no menos serios ni atroces que el genocidio". La ONU también acaba de advertir que, si no recibe más ayudas económicas, tendrá que racionar el agua y los víveres de los refugiados sudaneses, para que las reservas duren hasta el verano. La constante violencia ha destruido los medios de vida de la población; lo más probable es que se pierda también la siembra de junio, lo que provocaría una fatal hambruna hasta la siguiente cosecha, en octubre de 2006.

Estamos hablando de seis millones de personas aterrorizadas y en riesgo de muerte que no parecen interesar a casi nadie. Nunca importaron mucho, pero ahora, además, su caso ha sido sepultado, como tantos otros, por la avalancha del Papa, que ha ocupado todas las secciones de internacional de los periódicos. Incluso en EL PAÍS: siete páginas enteras el 8 de abril, nueve páginas enteras al día siguiente. Los medios han desperdiciado espacios asombrosos en nimiedades tales como constatar quién se levantó y quién no en el minuto de silencio del Congreso, o en reproducir beatas quejas porque Zapatero no mostró suficiente pesadumbre institucional. Rectifico: no son nimiedades. Son la punta del iceberg de una ola retrógrada y confusa que intenta borrar los lindes entre lo religioso y lo civil. En este espasmo de histeria colectiva en torno al Papa creo percibir el posicionamiento consciente de algunos y la autoidentificación inconsciente de muchos frente al miedo que les produce el islam. De ahí el paroxismo y el disparate. África agoniza en el olvido y nosotros regresamos a las Cruzadas.

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