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Tribuna:Elecciones autonómicas
Tribuna
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Narcisismo nacionalista

Considera el autor que durante la pasada legislatura el debate identitario ha tapado los problemas sociales y económicos.

Es difícil encontrar un gobierno tan obstinado y unidimensional en su estrategia política, con tanta carga de ansiedad hegemonista, tan propagandista y conservador en su acción y práctica política como el tripartito nacionalista. La permanente utilización de la didáctica de la repetición y el autobombo, bajo el eslogan "en Euskadi se vive mejor" gracias al autogobierno y a la gestión nacionalista, tiene un doble mensaje estratégico: Euskadi solo es posible si el nacionalismo gobierna sus instituciones, y cuanto más capacidad de autogobierno tengamos, y más aún si es ilimitado (soberanía plena, es decir facultad de disponer libremente de uno mismo), nuestro bienestar será aún mayor.

La fiscalidad ha sufrido una revolución silenciosa también en Euskadi, con rebajas muy desiguales
A pesar del buen momento económico, no se ha corregido de modo adecuado el número de perdedores sociales

De esta manera la consigna ya esta servida: por la continuidad y mejora de nuestro bienestar, por la existencia misma de Euskadi y su autogobierno, debemos seguir en el poder. La alternancia sería una ruina política, social y económica.

Sería muy desgraciado que esta idílica e interesada estrategia nos la creyéramos, cumpliéndose algo perjudicial para cualquier sistema democrático: concederle la eternidad al PNV los que no somos del PNV,impidiendo la alternancia. Ni el PNV es imbatible ni Euskadi desaparecerá porque el lehendakari no sea nacionalista, ni el nacionalismo va a solucionar el problema del terrorismo, ni autogobierno es sinónimo de bienestar.

Es más, en nuestro autogobierno existen riesgos reales de evolución hacia formas de organización social cada vez más segmentadas, desestructuradas y dualizadas. La exacerbación de los debates identitarios estan ocultando las políticas conservadoras nacionalistas, que han claudicado en su función redistribuita en una situación económica irrepetible. La redistribución representa el núcleo económico del modelo político y social que define las funciones que la política realiza en la economía. El creciente ensimismamiento en nosotros mismos y el narcisismo tribal nacionalista se han convertido en permanente amenaza a los derechos políticos y sociales de una parte importante de la ciudadanía, mediante su estrategia de hipertrofia identitaria, que eleva a categoría política la adhesión nacional en detrimento de la ciudadanía.

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Recogiendo el pensamiento de Amartya Sen -"El fin de la economía y, en consecuencia, de la política es crear una buena sociedad"-, se puede afirmar que las políticas nacionalistas no han servido para mantener los equilibrios propios del Estado del bienestar en un modelo económico redistributivo que trata de alcanzar y combinar altas metas de productividad y una razonable distribución de las oportunidades de ingresos y bienestar. A pesar del buen momento económico, el número de perdedores -pobres de ingresos y recursos, excluidos y parados, subempleados, precarizados- no se ha corregido de modo suficiente. Así lo reconoce el propio Gobierno en un informe del Departamento de Trabajo: "La tasa de pobreza se mantiene estable en la CAPV pese al aumento de la inmigración, el encarecimiento de la vivienda y la precariedad laboral. La situaciones de pobreza tienden cada vez más a concentrarse en familias monoparentales, inmigrantes y menores de 45 años sin ocupación estable, que representan el 66% de toda la población en riesgo de pobreza".

El empleo no ha sido su objetivo político prioritario. Aquí si que ha habido una auténtica claudicación política y decaimiento democrático. El empleo no es ni puede ser una flor del deseo. Es el verdadero rostro de la igualdad ante la vida, de la salud de la sociedad vasca. No se puede dejar todo a merced del crecimiento económico, esperando el automático crecimiento del empleo como objetivo subalterno sin importarle su calidad. Desgraciadamente, las tasas positivas de empleo han coincidido con altos niveles de inseguridad y precariedad. Trabajos indecentes son propios de una sociedad de servidumbres y de ciudadanos excluidos y humillados. En Euskadi hay cada vez más pobres con trabajo. La temporalidad de nuestros contratos (33% del total) casi triplica la tasa europea (13%). Solamente el 6,91% de los contratos registrados son indefinidos. Somos la comunidad autónoma que menos contratos indefinidos realiza. La duración media de este tipo de contratos no llega a 60 días. Podemos afirmar que hoy en día las personas jóvenes no tienen empleo ni tienen contratos. La vivienda se convierte en un derecho imposible para los jóvenes. A pesar de la publicidad permanente, el presupuesto que destina el Gobierno vasco a vivienda no llega al 3%, 90.000 personas están inscritas en Etxebide y los sueldos medios anuales de los jóvenes entre 18 y 24 años son de 7.686 euros (1.278.000 de las antiguas pesetas) y los de los que tienen entre 25 y 29 años son de 13.964 euros (2.323.000 pesetas), de manera que es necesario para acceder a una vivienda tener dos sueldos y dedicar más del 50% de los ingresos.

La fiscalidad, palanca esencial para la actuación política en la provisión de bienes públicos de carácter social ha sufrido una revolución silenciosa también en Euskadi, con rebajas desigualmente repartidas entre los diferentes grupos sociales, de tal manera que las rentas medias y bajas pagan más. Lo que es más grave es nuestra inferior presión fiscal: en la Unión Europea asciende al 40,4 % del PIB, en el conjunto de España se sitúa en el 36,2%, y en Euskadi únicamente asciende al 32,6%, a lo que hay que añadir el incremento paulatino de los impuestos indirectos y la consecuente mayor regresividad fiscal. Recursos insuficientes y políticas de estabilidad presupuestaria y sacralización del déficit público cero han traído la consecuencia de menor gasto, en porcentaje de PIB, en Sanidad y Educación. Toda congelación del gasto público y social conlleva necesariamente un deterioro de la cohesión social.

Finalmente, hay que calificar de profundamente insolidario e inmoral que el Gobierno nacionalista ignore a la hora de exaltar el bienestar de la ciudadanía vasca a todas las personas que soportan la permanente amenaza terrorista, para los que, como decía Walter Benjamin "el Estado de excepción es la regla". El nacionalismo conservador ha dividido a la sociedad entre "los nuestros" y "los otros", renunciando a trabajar por una sociedad incluyente, de ciudadanos libres e iguales en derechos y deberes, que nos garantice un país para todos y todas y no sólo para "los nuestros", los vascos satisfechos de Galbraith, y los seguros no amenazados.

Escribía el escritor gallego Manuel Rivas que "barreras de verdad son aquellas que mantienen a los pobres alejados del pastel". A las barreras que impiden a muchos ciudadanos vascos unos mínimos sociales que garanticen una vida decente hay que incluir las barreras políticas que padecen todos los amenazados que degradan su ciudadanía política. Es la hora política de destruir dichas barreras, para que nuestro autogobierno sea realmente bienestar.

Carlos Trevilla es representante de UGT en el CES vasco.

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