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Entrevista:SANCHO GRACIA

Al bajar del caballo

Conquistó la fama a lomos del caballo de Curro Jiménez. A Sancho Gracia le ha perseguido durante años su papel de la serie televisiva, pero cuando se apeó del personaje demostró que era un grandísimo actor. Hoy se enfrenta a otro reto, el de un cáncer ya superado.

Juan Cruz

Su amigo el guionista Rafael Azcona nos dijo, cuando supo que íbamos a entrevistarlo: "¿Sancho Gracia? Es muy difícil bajarse del caballo y seguir siendo el gran actor que es". Félix Sancho Gracia, Paco Rabal le llamaba Felicín, tiene 68 años, nació en Madrid, pero desde los 12 se hizo en Uruguay, hasta que volvió a España. La fama se la dio la serie televisiva Curro Jiménez, en la que no sólo fue Curro, aquel hombre a caballo, sino también el productor y el autor de la idea que el uruguayo Antonio Taco Larreta (excelente escritor, premio Planeta por Volavérunt, guionista de cine) convirtió en uno de los espectáculos más duraderos de nuestra memoria televisiva… Aún hoy a Sancho le llaman Curro, y como Curro Jiménez hizo propaganda a favor de Adolfo Suárez cuando éste concurrió por primera vez a las urnas democráticas españolas, en 1977… Fue como prueba de gratitud porque Suárez le ayudó precisamente a sacar adelante esa serie que tanto hizo por Sancho Gracia (y por Álvaro de Luna, El Algarrobo, y por José Sancho, El Estudiante)… Pero no sólo de Curro vive el hombre, y la historia de Sancho Gracia está llena de obras, cine, teatro y éxitos, y no siempre, ni mucho menos, como hombre a caballo… De hecho, cuando se bajó del caballo sintió que era un hombre con los pies en el suelo, y con los pies en el suelo ha acometido la intervención más arriesgada de su vida, cuando hace cuatro años le detectaron un cáncer al que se enfrentó con la rabia que le permitió vencerlo… Ahora habla de ese periodo de su vida con serenidad e incluso con humor, porque con humor también afrontó las consecuencias del tratamiento que al final le permitió ganarle a la enfermedad: calvo, por los efectos del tratamiento, rodó al menos tres papeles (en La caja 507 (2002), de Enrique Urbizu; en La marcha verde (2002), de José Luis García Sánchez…, e hizo un gran papel en 800 balas, de Álex de la Iglesia, que también se estrenó en 2002), y así iba a las tertulias, en las que siempre ha sido un interlocutor que escucha en silencio, aunque es un hombre expansivo, un tertuliano nato…

De todo, de lo que ha hecho y de lo que hacen los que están a su alrededor, habla con un entusiasmo exuberante, como si se estuviera abrazando a la gente mientras habla. Sus horizontes son la amistad y las mujeres, y por esta última pasión lo han querido pintar como el arquetipo de un machista. Si se comprueba que lo es, debe combinar esa actitud con la de un hombre que tiene también la ternura a flor de piel, con los hombres y con las mujeres, pero esa ternura es superlativa cuando habla de su mujer, la periodista uruguaya Noela, o de su madre, Victoria, que ahora tiene 92 años y se sigue preocupando cuando su hijo tiene un catarro como el que trae al Mayte Commodore, donde hacemos la entrevista… En la conversación es torrencial y diverso, es muy difícil colocarle ante una pregunta y conseguir que se centre, que se dedique tan sólo a ella… Y todas sus palabras van festoneadas de tacos de cualquier calibre. Cuando le dijimos que a lo mejor le teníamos que quitar, para publicar la entrevista, al menos el 20% de sus tacos, entendió que tacos quería decir años, y entonces dijo: "¡Hombre, me vas a dejar en la Primera Comunión!". Cuando ya se lo aclaramos, exclamó: "¡Me cago en la puta! ¿Tan mal hablo?". Empezó hablando de literatura, de la rabia que le ha dado no haber leído tanto como hubiera querido, y por esa vía desembocó en Juan Carlos Onetti, el escritor uruguayo con el que coincidió en los años de Montevideo…

"Fíjate, yo no he leído más porque no he querido, no por otra cosa… Y he tenido grandes amigos escritores… Onetti fue uno de ellos; lo conocí cuando empecé a estudiar, mantuve la amistad con él toda la puta vida…".

¿Cómo fue su relación con Onetti?

Era un hombre muy especial, ya entonces. Él pertenecía al Partido Colorado, el partido progresista de toda la vida de Uruguay. Estaban el Partido Blanco, de derechas, y el Partido Colorado, y al Partido Colorado pertenecía Onetti… En el gobierno municipal, en lo que se llama la Intendencia, había una especie de mandato compartido, y él pertenecía a la comisión de teatro, que era la que programaba el teatro de la Comedia Nacional, y ahí empezamos la relación. Te estoy hablando de finales de los cincuenta, tan lejos… Por allí también estaba Mario Benedetti, y un gran actor, que ya murió, Alberto Candeau, que tuvo que venir aquí luego por la dictadura militar. Yo tenía entonces 17 o 18 años.

¿Cómo le marcó a usted Uruguay?

Mucho. Primero, por la circunstancia de nuestra marcha allí. Mi padre estaba en Uruguay, enfermo, y mi madre, con dos ovarios, decidió que se iba a verle, con nosotros; mi hermana tenía un año, y yo, doce, y para allá nos fuimos. Mientras viajamos, mi madre recibió un telegrama, mi padre había muerto. Y, claro, ella quería estar cerca de la tumba de su marido. Cuando llegué a Uruguay había elecciones. '¿Y esto qué es?', me dije. Claro, yo venía de España, aquí estaba Aquel Hombre.

De una dictadura a un país libre…

Fue terrible, muy grande el contraste.

¿Y cómo llegó a ser suyo Uruguay?

He sido muy consciente de las dificultades que tiene un emigrante en un país: porque no se adaptan, por razones de la lengua, porque no los aceptan bien… Ha pasado en todos los países del mundo. Yo conozco la emigración en Argentina, en Uruguay… Uruguay era un país cerrado a la emigración, así que sólo podía ir gente muy catalogada; decían: aquí los que pueden entrar han de ser eléctricos, operarios, médicos. Iban canarios y gallegos, el canario se iba al campo y el gallego se quedaba en la ciudad, y trabajaba de camarero, o de mozo. A mí el país me acogió enseguida, tuve amigos inmediatamente, y al año ya hablaba como los criollos, estaba totalmente integrado, trabajando y estudiando.

¿En qué trabajaba?

Trabajaba, simplemente. La primera vez que lo hice fue en una compañía donde vendía coches. Después trabajé en mil empleos, y empecé a estudiar teatro. Uruguay no tenía cine, y ahora el poco que tiene funciona bien, mira Whisky, que es uruguaya, y lo buena que es. En el conservatorio estaba nada menos que Margarita Xirgu, y dije: '¡Joder, esto me gusta a mí!', y me metí en el conservatorio…

El teatro te obliga a hacer en vivo la vida de otro…

Sin duda. Es querer vivir la vida de otro. Y a mí me gustaba, actuar, aprender, y debo decirte que en ese momento yo era un estudiante muy bueno, y tenía en la cabeza un montón de obras de teatro que me sabía y que me gustaban. ¡Y quería ser actor!

¿Cómo era usted entonces?

Muy golfo. Ahora no lo puedo ser, pero cuánto lo fui. Siempre fui muy mujeriego, me ha gustado mucho el tema.

¿Y cómo ha recibido eso su parienta?

Bien. Ella ya sabía perfectamente con quién se casaba. ¡Ahora, siempre he actuado con todos los respetos habidos y por haber!

¿Y qué hay de esa leyenda de sus peleas y riñas por amores?

No, qué va. Siempre he sido un hombre muy dialéctico, pero jamás he estado en riñas.

¿Nunca se ha peleado por una mujer?

No, que yo recuerde… Me habré peleado por algo en lo que hubiera en medio alguna mujer. Pero pelearme por una mujer, no, en mi vida.

¿Y por qué dice usted que ha sido un golfo? ¿Porque le gustan las mujeres? Eso les sucede a muchos hombres…

Sin duda ninguna. Pero a mí me han gustado los sitios de copas, de golfería, estar en ese ambiente de amigos, hasta las cuatro o las cinco de la mañana. A eso lo llamo yo golfería.

¿Qué le ha atraído de ese mundo?

Hablar, estar con la gente, y, claro, si además ligabas. Juan Estelrich, padre, decía: "Sancho, por el día no pasa nada, hay que salir por la noche". Y tenía razón…

Parece que lo dice con nostalgia.

Sí, claro que tengo nostalgia, porque ya no puedo hacerlo. Hay un momento, que no te voy a decir que sea lejano, que me aburro por las noches, cuando salgo. Y, además, ahora no puedo soportar los ambientes cargados con mucho humo, me tengo que ir. No le puedo decir a nadie que deje de fumar, así que me voy de los sitios. Y, además, no sé si lo has notado, pero las noches ya no son iguales; antes salíamos muchos del mismo oficio, muchos actores, y aparte de estar ahí, todos juntos, nos reíamos y hablábamos un poco de todo, de lo que pasaba en la profesión, de lo que pasaba en la vida… Eso ya no se da. Ahora, te digo que si aquí llega Fernando [Fernán Gómez], que es mi maestro y mi amigo, me levanto y me voy con él a donde sea. Aunque él me decía [poniendo voz de Fernando]: "Yo contigo no salgo más por las noches, que siempre pasa algo raro". Con él y con Paco Rabal salimos muchas noches, a la parrilla del Rex, al Scotch. Oh, qué noches.

¿Cuál fue el momento culminante de esas noches de golfería?

Hubo muchas épocas clave. Nos reuníamos en el Café Gijón, después nos íbamos a un sitio de la Castellana, que estaba enfrente, cruzando, y después nos íbamos, por ejemplo, a ver a Luis Cuenca, que estrenaba en La Latina, y ya empezaba a liarse el asunto. O íbamos al Florida Park, porque ahí actuaba María Dolores Pradera. Yo quiero pensar que ahora la gente hace lo mismo, pero de otra forma. Bueno, yo he ido a Pachá, y fui mucho antes, pero ahora me agobia. Llega un momento en que si hay un agobio de gente me voy, no aguanto, y eso antes no pasaba.

Entonces, hacer todas esas cosas era parte del mundo en el que usted vivía…

Sí.

¿Y lo peor de la edad es perderlo?

No. Lo peor de la edad es no poder responder mentalmente a lo que quisieras responder. Y no todo ha sido golfería, he compartido la vida con gente a la que habría que haber pagado por escucharla. Por ejemplo, Vinicius de Moraes, un poeta, y un diplomata, como decía él. Un tipo dicharachero, con mucho talento. O Vivien Leigh… Con Vivien Leigh trabajé. Estaba en el Teatro Nacional de Uruguay, por el que pasaban muchas compañías importantes del mundo, y allí fue Vivien Leigh cuando ya estaba separada de Laurence Olivier. Venía a hacer La dama de las camelias, échale cojones, y como yo sabía idiomas me pidieron que ayudara, que tradujera cosas del montaje, indicaciones técnicas. Y también trabajé con Charlton Heston. Hicimos una película con él ¡en inglés! Y ahí estábamos Carmen Sevilla, el Galiardo y yo ¡hablando en inglés! Yo no sé cómo coño lo habrán doblado; bueno, me imagino que lo habrán doblado bien. La película era Marco Antonio y Cleopatra… Pero ¿cómo nos pudieron contratar a nosotros para hacer una cosa de Shakespeare…?

¿Qué se le ha quedado de toda esa experiencia?

Me han dejado un sedimento muy fuerte, me han permitido sacar de mí cosas que quizá llevaba dentro. Por ejemplo, un tío al que me gusta escuchar es un colega tuyo, Javier Pradera, o Paco Rubio Llorente, que ahora es presidente del Consejo de Estado, y me digo: 'Qué tíos, hablan la hostia de bien, todo lo que dicen me interesa'. Y después hay otros colegas tuyos que cuesta bastante escuchar. Y los hay que está muy bien leerlos, ¡pero cuando los conoces! A veces es mejor no conocer gente.

¿Por ejemplo?

No, mejor lo dejas.

¿Cómo era Juan Benet?

Le tenía mucho cariño. No, no era el antipático del que hablan. Al que no soportaba era al pesado, al maleducado. Aunque a veces él podía ser muy maleducado.

Déjenos imaginar una juerga suya con Rabal y con Fernán Gómez.

En ésta no estaba Fernando. Fue el primer accidente que tuvo Paco. Habíamos terminado una película, La otra mujer, que dirigió el hermano feo de Jean Pierre Aumont, François Villiere. El reparto era la hostia: Annie Girardot, Paco Rabal, Antonio Casas, Ana Mariscal… No funcionó. Y organizamos una fiesta, era el 22 de diciembre, nos fuimos a tomar copas a esas ventas que hay en la carretera de Barcelona, y cuando ya salíamos le dije a Paco: "¡No salgas, joder, que hace mucho hielo, no cojas el coche, que te das el hostiazo!". Y salió, y se dio el hostiazo: una mano rota, una cicatriz aquí [en la cara], la primera cicatriz de Paco. Y con esa forma de ser que tenía, aunque estaba sangrando, me pregunta: "Felicín, Felicín, ¿cómo tengo la rata?" -la rata era la peluca-, "que la tienes bien, que estás de puta madre". Y detrás de nosotros venía José María Ruiz-Gallardón, el padre de Alberto, el alcalde, que era también un golfo tremendo, y llevamos a Paco a casa de Ruiz- Gallardón, no queríamos armar escándalo. Pero Paco se estaba desangrando y llamé a su hermano Damián: "Llévatelo inmediatamente a la clínica del doctor Muñoz Calero", me dijo, y allí lo llevamos. Muñoz Calero le quería mucho, era un tipo estupendo, muy de derechas, muy falangista, pero era del pueblo de Águilas, como Paco. Y le curó.

Pero eso no era una juerga, sino un accidente…

La juerga había sido antes en la venta.

¿Y cómo era la vida española fuera de esas juergas?

Había mucho secretismo, cuchicheos… Cuando vine de Uruguay, en 1962 o 1963, ya sabía quién era quién, porque esas cosas corren por el mar y por el aire. Sabía, por ejemplo, quién era Clemente Auger, y me junté pronto con él y con Elías Querejeta, en el Parsifal. Las tertulias eran izquierdosas, y la vida se convertía en secreta o en semisecreta.

¿Y usted también era izquierdoso?

Yo nunca fui izquierdoso, aunque, tal como era este país, o eras de izquierdas o eras de derechas, y entonces yo era de izquierdas. Aquí, ser de izquierdas en aquel momento era, también, pertenecer al Partido Comunista, y ahí no estuve. No había medias tintas, pero yo estaba en las medias tintas. Tenía amigos de todo tipo en las izquierdas, pero convivía también con las derechas, y recuerda que en aquella época había muchos directores de cine, de teatro o de televisión que eran de derechas. O trabajabas y te callabas o no trabajabas, era la disyuntiva. Eso no lo han vivido los más jóvenes, pero eso sucedía.

¿Eso le dejó huella?

No me dejó huella, porque yo hablaba tranquilamente con todo el mundo. La primera persona a la que vine a ver a Madrid fue a Paco Rabal, y yo sabía quién era Paco Rabal. Paco había estado prohibido en Televisión Española. Y conocía también a Alfonso Sastre y a Lauro Olmo, que ya ha muerto.

Y cuando llegan las primeras elecciones democráticas, usted apoya a Adolfo Suárez.

Ahí, en UCD, había un conglomerado de gente muy diversa, había también socialdemócratas. Y yo era muy amigo de Adolfo, él sabía cómo respiraba yo. Durante mucho tiempo, él creyó que yo era uruguayo. Eso sí que fue jodido: había un sindicato muy fuerte, el Sindicato del Espectáculo. Estaban al loro de las coproducciones que se hacían con Italia, de todo. Y un día me contrató un director italiano, pero me vetaron alegando que era extranjero, uruguayo. Y yo era español, había nacido en Madrid. Pero para ser español otra vez tenía que hacer el servicio militar por cojones. El día que recibí en casa de mi abuelo el requerimiento para que me incorporara a filas tomé un tren para Biarritz, y me volví a Uruguay. Fui prófugo, y aquí estuve viviendo como prófugo hasta que llegó la democracia, y trabajaba en TVE, e iba a cobrar presentando el pasaporte uruguayo.

¿Qué le relacionaba con Suárez?

Me parece un hombre listo, muy simpático. Era muy seductor, no sé si de las tías, pero desde luego era muy seductor de personas. Un día le fui con el proyecto de Los camioneros. "Venga, que se haga", dijo. Aparte de su afecto personal, me ayudó a sacar adelante esa serie para televisión. Propuse a Bardem para dirigirla, pero me dijeron que no. Y la hizo otro director estupendo, Mario Camus, que también es muy amigo mío, e hizo una serie cojonuda.

¿Y sólo por agradecimiento apoyó usted a Suárez en las elecciones?

No, además yo pensaba que sería bueno para España que él dirigiera la transición. Entonces no estaba claro que una transición dirigida por la izquierda iba a ser buena para el país.

¿Siguió manteniendo esa relación con el ex presidente?

Sí, la he mantenido, más o menos. Cuando fue presidente, yo tenía una relación esporádica, no era un hombre de estar todos los días en La Moncloa, de esos que van hinchando el pecho, "yo he estado en La Moncloa", ni de coña… Y cuando ya estaba fuera del Gobierno, una vez me dijeron Juan Benet, Pradera y Clemente Auger que le llamara, lo hice, y allí nos presentamos los cuatro en su casa. Yo les había dicho: "Si nos echa, es por vuestra culpa". Fuimos para hablar de lo de la OTAN, le íbamos a pedir que apoyara [el sí en el referéndum de] la OTAN. Accedió a la entrevista, pero no me acuerdo si luego apoyó el ingreso. Yo hablé muy poquito, Juan se fumó cuatro puros, Clemente no fuma y Javier no me acuerdo si fumaba o no. Estuvimos en la casa de Adolfo muy bien, es que es un tío que está muy bien. Ahora ya sabes que está delicado de salud, qué gran putada, un buen tío.

Actor. ¿Qué es eso de ser actor?

Yo creo que un actor nunca deja de hacerse. No me quiero olvidar de que yo soy un actor de conservatorio, alguien que aprendió técnicas de voz, de dicción; he estudiado historia del arte, historia del teatro, esgrima, la madre en verso, ballet… Claro, sales como sale un médico de la Facultad, después hay que ver qué haces en la práctica. Y en la práctica es donde aprendes cada día, no se acaba nunca.

¿Y en qué actores se fijó para aprender?

Mira, te voy a contar una anécdota. Yo estaba haciendo una película muy mala, que en inglés se llamaba Tierra de diamantes; pero allí había un actor secundario, un tipo que era la hostia, Keenan Wynn. En una escena, yo tenía que entrar pistola en mano en un chalet de La Moraleja, y amenazarlo de muerte. Entraba haciendo todo tipo de ruidos, amenazando, y entonces me llamó aparte Keenan Wynn: "Mira, Sancho, te voy a enseñar algo que me enseñó Humphrey Bogart. Cuando en el cine le tengas que decir a alguien que le vas a matar, mírale a los ojos y díselo muy bajito: 'I will kill you'. Pero muy bajito y mirándole a los ojos". Yo aprendí mucho viendo a actores como Paco Rabal, Fernán Gómez… aprendí mucho de Luis Peña, que a mí me gustaba mucho; he trabajado con José María Rodero, con José Bódalo. Con casi todos los actores de este país.

¿Y usted qué enseña?

Cuando me dicen maestro me cabreo mucho, parece que me llaman viejo, ¡con la edad que tengo, no me estén jodiendo!

¿Nunca le ha mordido la vanidad?

No, seguro, a mí no me mordió la vanidad, siempre he tenido los pies muy bien colocados en el suelo. Desde los 12 años estuve trabajando, y he trabajado mucho, he leído y he visto. ¿Y cómo te va a morder la vanidad si has estado trabajando con gente como María Casares o como Jean Louis Barrault? Yo solía tener un espejo en el camerino, y cada tanto me miraba y decía: "Esto también pasa, todo pasa". Hace muchos años vi en Buenos Aires a uno de los grandes actores españoles, uno de los que se tuvieron que marchar, Pedro López Lagar, y estaba haciendo Panorama desde el puente, de Arthur Miller; yo tenía veinte años y me dije: "Cuando sea como él, haré esa función". ¿Y qué pasó? Que en efecto la hice, pero enfermé y tuve que dejar la función, que Miguel Narros dirigió de maravilla. Esto es así, la vida es así.

¿Cómo se defendió de 'Curro Jiménez'?

Oye, cuidado, yo nunca me he defendido de Curro Jiménez, entre otras cosas porque fue un invento mío. Me leí todos los libros de bandoleros que había, y llamé a mi amigo Antonio Larreta, "Taco, Taco, que tengo una idea para escribir un guión". Y le mandé los dos tomos de Hernández Girbal sobre bandolerismo. Él escribió el guión, pero en ese lenguaje del guión yo le hablaba de la acción, los diálogos los ponía él. Lo llevamos a Televisión Española, ¡e hicimos cuarenta episodios!

¿Esperaba ese éxito?

No. Decían que era el bandolero de UCD, y yo me reía mucho con esas cosas. En la serie no se podía meter uno con los alcaldes, así que nos metimos con los franceses; empezamos la serie en julio de 1975 y Aquel Hombre se murió en noviembre. Y meterse con los franceses no tenía sentido, porque Curro Jiménez había muerto cincuenta años antes de que tocase aquí Napoleón. La verdad es que la primera huelga general que se convoca en una serie o en un programa de TVE la hice yo en Curro Jiménez. Una huelga salvaje: llega Curro y les dice a los agricultores: "¡No trabajéis, y el dinero os lo traigo yo!". Un bandolero que roba a los terratenientes y a los alcaldes. Yo les decía a mis amigos de izquierdas: "¡No habéis tenido cojones para hacer lo que yo he hecho: escenificar una huelga general en Televisión Española!". Antes de Curro Jiménez había hecho a Calderón, a Lope, a Shakespeare, Los tres mosqueteros, y Los camioneros, que era una serie cojonuda.

Lo cierto es que 'Curro Jiménez' puede teñir mucho a un actor.

Pero después de Curro Jiménez hice una película, Mala racha, de José Luis Cuerda; una gran película, en ella yo hacía de boxeador. Y luego hice Los desastres de la guerra, y El empecinado. Pero, sí, por fortuna, la gente no se ha olvidado de Curro Jiménez. Yo creo que la virtud de la serie era un ansia de libertad que la gente reclamaba; Curro era un rebelde, se rebelaba contra los que le habían humillado, y eso la gente lo entiende.

Y luego hizo mucho cine. ¿Cuáles fueron sus hitos?

El verdadero hito es lo bien que lo he pasado haciendo las cosas que hacía. He tenido éxito, y he tenido los pies en el suelo; he visto a muchos, actores, tenistas, escritores, que han estado arriba y luego han tenido tiempos en que nadie les llamaba. Ahora estoy dispuesto a ir a cualquier sitio, pero hay otros que están en el candelabro. Y, sí, hice 800 balas, con Álex de la Iglesia voy a donde sea, a ciegas, porque me llamó en un momento crucial de mi vida, en que acababa de salir de una cornada física, y no era fácil. Antes hice Cachito, con Enrique Urbizu, fue una película estupenda. Con él me lo paso de puta madre, es un director cojonudo; después de la operación me llama y me ofrece un papel pequeño en La caja 507, "Enrique, si estoy más calvo que una bola de billar", pero hice la película.

Y últimamente hizo 'El crimen del padre Amaro'.

De rebote. La tenía que hacer Paco [Rabal], pero se murió, y me llamó el productor, mi amigo José María Morales, el que se la ha jugado con Whisky, la película uruguaya. "Si tú no la haces, no se puede hacer", me dijo. Y yo no me podía ir a México, por la altura, pero dije: "Vámonos mañana mismo".

E hizo 'La marcha verde', de José Luis García Sánchez, y gratis.

Porque allí estaba mi hijo, de ayudante de dirección, y también porque estaba Pepe y la película era de Rafa [Azcona]. Y no la hice gratis: me preguntaron qué quería, y pedí una playstation para mi nieto.

Le gusta la vida…

Mucho. A mí lo que más me cabrea de todo es morirme. Pero no por el hecho de morirme: por el hecho de no estar viendo la calle, los árboles, la gente, incluso las cabronadas que hay en este puto mundo.

¿Qué pasó por su cabeza cuando recibió esa cornada?

Fíjate, me vino una gran fuerza. Estaban mi mujer y mis amigos. Yo pensaba nada más que en mi carrera. No en que me habían quitado un pulmón. A Margarita Xirgu le quitaron un pulmón a los treinta años, y se murió a los ochenta, habiendo hecho Lorca, Casona, Alberti. Fíjate, eso me dio fuerza: saber que ella había trabajado sin un pulmón durante años.

¿Y ahora cómo está usted?

Estoy bien, con los achaques normales. Hoy he ido al médico, porque sangraba por la nariz. Y a estas alturas de mi vida ha descubierto que tengo el tabique desviado.

¿Cuál es la clave para superar la enfermedad que usted ha sufrido? ¿Qué les dice a los que la sufren?

Les hablo de la fuerza. A mí me lo dijo una doctora: "Tiene suerte, lo suyo se puede operar". Me iba a quitar un pulmón y me decía que tenía suerte. Lo cierto es que me operaron, y luego me dieron quimio, radio, hay que confiar en el médico, y déjame que te lo diga, hay gente que se va por el mundo a que la curen, y aquí hay médicos de puta madre, tienen todos los protocolos del mundo y lo hacen estupendamente, que se sepa. Hay que confiar en los médicos, y confiar en tu gente, los que te miman. Yo, afortunadamente, encontré enseguida gente que te echaba para arriba.

¿Qué ha aprendido usted de la vida?

No hay vanidad, sino orgullo, en lo que te voy a decir: yo he tenido los pies en el suelo también frente al dolor porque he visto mucho dolor.

¿Hay algún nombre propio para su gratitud?

Sí, Noela, la uruguaya, mi mujer, es la hostia. Y yo tengo madre, de 92 años, Victoria. Está resfriada. Y me llama y me dice: "Ten cuidado, hijo, no te resfríes".

¿Es usted un duro?

No. No soy duro con lo que me han hecho. Yo borro, si la gente me hace daño con maldad, borro.

¿Ha borrado mucho?

No. La verdad es que no he borrado mucho.

Sancho Gracia
Sancho GraciaLUCÍA FERNÁNDEZ

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