Retroceso
Siendo la muerte del Papa un acontecimiento de gran trascendencia mundial, y sobre todo para los países de cultura cristiana, pocos gobiernos en el mundo la han vivido con el duelo y la intensidad que Francisco Camps le ha contagiado al suyo. Es evidente que para el presidente del Consell éste ha sido el acontecimiento más sentido que le ha tocado gestionar desde que en 2003 llegó al cargo que ocupa, y, eludiendo formalismos, no dudó en decretar y cumplir tres días de riguroso luto en los que el Palau de la Generalitat y su agenda política quedaron cerrados a cal y canto por defunción de Juan Pablo II, un extremo sin parangón en ninguno de los gobiernos de España. Ni siquiera en los del PP. Incluso a tenor de las esquelas oficiales emitidas, las hagiografías publicadas y las declaraciones realizadas a propósito del deceso, se podría pensar que Karol Wojtyla, más que de Cracovia, era de Cocentaina y había estudiado en el seminario de Moncada. Y si faltaba algo, tras los funerales del Papa, concelebró unas declaraciones más propias del Vaticano que del presidente de gobierno de un país que hace tiempo, y con acontecimientos históricos nada gratuitos en su raíz, separó la Iglesia del Estado. Camps, como si se tratara de un cardenal camarlengo en éxtasis, destacó "el adiós sincero y emotivo" que el mundo había dado al pontífice, y luego le reiteró su agradecimiento por haber elegido Valencia como sede del V Encuentro Mundial de la Familia, un acto que bajo su ferviente perspectiva permitirá a la ciudad ser "la capital de toda la Iglesia católica". El presidente del Consell cubre la Comunidad Valenciana con la sotana del arzobispo y nos retrotrae a un tiempo oscuro sin luteros ni galileos, en el que la Tierra sigue siendo plana y el Sol gira a su alrededor dentro de una cúpula de cristal con estrellas pegadas. Un universo envasado al vacío en el que los confesionarios, los cilicios de crin, los cinturones de castidad, los canonistas, los catecismos y los dogmas evitan que florezca el germen del Renacimiento y propicie la Revolución Francesa, lo que desencadenó, contra el inmovilismo de la Iglesia y su sometimiento total, las conquistas individuales y sociales de la humanidad.
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