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Por sus nombramientos le conoceréis

Emilio Menéndez del Valle

El presidente Bush está llevando a cabo, al inicio de su segundo mandato, una serie de nombramientos sui géneris en las áreas de política interior y exterior. Entre ellos destacan los de Alberto Gonzales como ministro de Justicia; John Negroponte en calidad de único jefe de todos los espías norteamericanos (15 agencias distintas operan dentro y fuera del país); John Bolton, embajador ante Naciones Unidas, y Paul Wolfowitz, designado para dirigir el Banco Mundial. Todos son halcones y opuestos al multilateralismo en las relaciones internacionales. Nombramientos que cuando menos pueden ser calificados de chocantes si tenemos en cuenta que han sido realizados en medio de lo que The New York Times ha calificado de "despliegue de encantos de la Administración Bush hacia el resto del mundo".

De manera que al tiempo que el presidente norteamericano se reúne con diversos líderes europeos y proclama la supuesta común voluntad de extender la democracia en el mundo y su secretaria de Estado afirma que EE UU pretende "mantener una conversación con el mundo, no un monólogo", Bush propone para esos cargos a personas destacadas, al menos hasta ahora, por todo lo contrario. Justamente cuando ha reconocido, sinceramente o no, que EE UU necesita (no aguanta más en solitario la carga de Irak) restablecer las relaciones rotas con casi todo el mundo, nombra a John Bolton, quien durante toda su carrera se ha destacado por oponerse a que los Estados Unidos cooperen con otros, lo que ha suscitado (es lo menos que se puede decir) todo tipo de dudas sobre la sinceridad de Bush al anunciar su "conversión al multilateralismo".

¿Qué se puede decir de la idoneidad de Paul Wolfowitz para el cargo anunciado? De un Wolfowitz padre de la guerra preventiva, estratega con Cheney y Rumsfeld de la doctrina rotundamente unilateralista conocida como Estrategia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos de América. Un Wolfowitz, en fin, principal arquitecto de la guerra contra Irak y uno de los más destacados defensores en Washington del Israel de Ariel Sharon. Alguien que ahora se define como tolerante y abierto a todos, pero que en plena invasión del país del Éufrates tenía como máxima ésta: "Es preciso demostrar que ayudarás y protegerás a tus amigos, que castigarás a tus enemigos y que quienes se negaron a apoyarte se arrepentirán" (¡atento, Zapatero!). Máxima de la que bebió Condi Rice cuando, a propósito de Irak, sostenía que había que "castigar a Francia, ignorar a Alemania y perdonar a Rusia".

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El mismo Wolfowitz, que cuando Le Monde le pregunta: "Entonces, ¿no reconoce usted ningún error en Irak?" (24-3-05), contesta: "No es el momento de hablar de ello. Es un tema muy vasto y quiero concentrarme en este nuevo y gran desafío del Banco Mundial". Tal vez ya no sea su postura ahora porque el guión del banco exige otro comportamiento, pero estamos ante el personaje que alentó a negar contratos en el Irak post-Sadam a todas las compañías europeas no pertenecientes a la coalición "amiga". ¿Necesitará ahora Washington al Banco Mundial para facilitar préstamos a Irak y a otros países "amigos"?

Hay quien opina que no hay que prestar al nombramiento de Wolfowitz mayor importancia, dado que la economía no tiene por qué interferir con la política exterior. Sin embargo, esa premisa no se da en la práctica, pues la política económica del Banco Mundial, o de cualquier otra institución internacional de naturaleza económica, está dirigida por políticos o funcionarios sensibles a argumentos políticos. En el caso del organismo que dirigirá Wolfowitz, la repercusión sobre la política de desarrollo es directa y quien se halle al frente puede intentar encaminarla en una dirección servil de los intereses de una potencia hegemónica. En suma, la política exterior no es una probeta en la que sus componentes puedan ser aislados del ambiente circundante. Cuando la misma es equilibrada y congruente y tiene en cuenta los intereses de los demás, algunas otras facetas resultan superfluas. A Olof Palme le gustaba decir que la mejor política de defensa es una buena política exterior y, por cierto, como todo político dedicado al área de desarrollo sabe, la política exterior es, sobre todo, cooperación.

Scott McClellan, portavoz de la Casa Blanca, ha querido resaltar (8-3-05) el "fuerte compromiso de Bush para lograr que los organismos multilaterales sean eficaces". Ese mismo día, Bolton, con suma sangre fría, declaró que su currículum demostraba su "claro apoyo a una diplomacia multilateral eficaz". Entre los muchos empeños "multilaterales" de John Bolton cabe destacar su batalla personal e institucional contra el Tribunal Penal Internacional (TPI), organismo que encarna como pocos la esencia del multilateralismo. En 2000, Bolton decía que "el apoyo al TPI se basa en gran manera en una convocatoria emocional a un ideal abstracto de sistema judicial internacional, contrario a los más firmes principios de la resolución internacional de conflictos". Obviamente, para él, como para Wolfowitz, los firmes principios de resolución de conflictos se apoyan (o apoyaban) en las bombas. ¿Son, pues, los nombramientos de Bolton y Wolfowitz representativos de lo que Bush entiende por "multilateralismo eficaz"? Algunos podrían pensar que en el caso del segundo, su cercanía a Bush indica claramente que éste desea hacerse con el Banco Mundial y convertirlo en brazo ejecutor de la política exterior diseñada en la Estrategia Nacional de Seguridad. Así, Greenpeace estima que el nombramiento de Wolfowitz es un desastre porque colocará por delante los intereses norteamericanos y de la industria petrolera, mientras que Jean Ziegler opina que es la expresión del "consenso de Washington" (al que se opone el "consenso de Buenos Aires", liderado por Lula y Kirchner), que impone a los Estados, en especial a los endeudados, la liberalización y la privatización.

Después de todo, las designaciones de Bolton y Wolfowitz, así como la del ministro de Justicia, Gonzales (que persuadió a Bush de que las convenciones de Ginebra no debían aplicarse en Guantánamo), y la de John Negroponte están directamente relacionadas con la aversión del entorno presidencial hacia las instituciones internacionales multilaterales. Por cierto, The Baltimore Sun ganó un PremioPulitzer de investigación por concluir que en los años ochenta, de mucha sangre en Centroamérica, la CIA y la embajada norteamericana en Honduras, a cuyo frente se hallaba Negroponte (calificado por Kissinger de "ejemplo de estabilidad y solidez"), tuvieron que estar al tanto de los asesinatos del Batallón 316 (batallón de la muerte). Los mismos ultraconservadores (también llamados gentilmente "neoconservadores") que tramaron la guerra contra Irak son quienes difunden que la ONU es un desastre, "una institución en profunda crisis y en extrema necesidad de un liderazgo norteamericano fuerte" (Nile Gardiner, quien habla de Bolton como "fuerza del bien"). Esto es, Naciones Unidas no sirve los intereses norteamericanos (¿y el Banco Mundial?) y la presencia de esa "fuerza del bien" coincide con el momento en que la propia ONU prepara su reforma, al tiempo que algunos presentan este nombramiento como la única manera de garantizar que la misma tendrá lugar y que será creíble para los conservadores.

Toda esta movida, que incluye "fuerzas del bien" y el habitual "eje del mal", se lleva a cabo bajo la batuta de la "compassion", ese concepto tan querido y manido por Bush y su círculo de confianza. De ahí que, para el presidente, Wolfowitz sea un "hombre compasivo y decente" o que Condi Rice, durante su gira europea de apaciguamiento, seducción y olvido de la guerra, en un ejercicio de sublimación, declarara en febrero que "más importante que el poder militar y el económico es el poder de las ideas, de la compasión, de la esperanza".

Conviene recordar que en inglés, aparte de indicar lástima o piedad por el sufrimiento ajeno, el término compassion puede incluir no sólo el repudio del mal que lo causa, sino también el decidido propósito de combatir las causas que lo producen. Ello podría explicar que ahora, al condenar el terrorismo, Bush añada que "la paz que deseamos únicamente se puede lograr si eliminamos las condiciones que alimentan el radicalismo". Todo ello en un ambiente empapado de religión y fe que no es obstáculo para que su Administración promueva, sin la menor compasión, la explotación de Alaska para obtener petróleo, fuente de poder militar y económico.

Dado el ambiente, estoy dispuesto a conceder el beneficio de la duda y dar tiempo al tiempo. Sobre Wolfowitz, el presidente de la Comisión Europea, Durão Barroso -sin duda recordando su propio caso al someterse al examen del Parlamento Europeo-, ha dicho que no debemos tener prejuicios sobre las personas, sino decidir en función de sus programas y capacidades para realizarlos. Admitido. No obstante, aparte del hecho de que el mejor juicio sobre programas es la constatación de su cumplimiento, es legítimo mostrar sorpresa y rechazo cuando el currículum del candidato indica ideología y acción contrarias a la naturaleza de la institución que aspira a dirigir. Es igualmente legítimo temer que Bush desee situar en las instituciones internacionales que le han sido o son hostiles a personas que desarrollen su programa.

¿Y a todo esto, Europa qué opina? En esta etapa de aparente cura de las relaciones con EE UU, dañadas por la guerra contra Irak, no quiere provocar otra crisis, de modo que los gobiernos aceptan a Wolfowitz. Schröder lo hace con inusual entusiasmo: "El mundo puede resultar positivamente sorprendido por Wolfowitz". ¿Estará buscando apoyo de Washington para que Alemania consiga un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la reformada ONU? Francia tampoco se ha opuesto. ¿Esperará un trueque para situar a Pascal Lamy al frente de la Organización Mundial del Comercio? Ya digo, el beneficio de la duda, pero me da algo de vergüenza.

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y eurodiputado socialista.

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