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EL FIN DE UN PAPADO | La capilla ardiente

Ratzinger, el 'cardenal de hierro'

Enric González

Joseph Ratzinger, que hasta la muerte de Juan Pablo II fue prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se ha convertido ahora, como decano del Colegio Cardenalicio, en cabeza de los príncipes de la Iglesia y figura central del interregno.

El controvertido Ratzinger, que presidirá el funeral el próximo viernes, tildado de inquisidor por unos y de bondad hecha carne por otros, asume un papel protagonista en la organización de las ceremonias fúnebres y una función capital en el cónclave.

Aunque no ha hecho campaña, muchos le consideran un óptimo papable. En cualquier caso, su opinión será decisiva en el desarrollo de las votaciones. Para contar con opciones sólidas, cualquier aspirante a Papa necesitará la bendición de Ratzinger.

El llamado "Panzerkardinal" (porque su potencia ideológica es comparable a la de un tanque) es un hombre de biografía zigzagueante. Soldado del Ejército nazi, reclutado a la fuerza, en 1943 y 1944, fue inspirador de corrientes teológicas liberales desde su cátedra de la Universidad de Tubinga y tenaz reformador en el Concilio Vaticano II, en el que pronunció tres palabras como cañonazos: "Fuente de escándalo", dentro de una severa descalificación del Santo Oficio, antigua Inquisición, la institución que, rebautizada como Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigió años después en el papado polaco.

Las revueltas universitarias de 1968 le empujaron hacia el conservadurismo y en el cónclave de 1979 fue uno de los grandes promotores de Karol Wojtyla.

La relación entre Juan Pablo II y su brazo teológico fue siempre muy estrecha, pero punteada por importantes discrepancias.

El Papa, por ejemplo, era relativamente comprensivo con la teología de la liberación, cuya destrucción sistemática fue una campaña personal de Ratzinger. El cardenal alemán tampoco estaba de acuerdo con los gestos papales en favor del entendimiento con otras religiones, y le parecía excesivo el número de canonizaciones y beatificaciones. En cuanto a moral sexual y centralismo eclesiástico, en cambio, Wojtyla era más duro que Ratzinger.

Tras sufrir un derrame cerebral, en 1991, Ratzinger tiene problemas de vista. Suele decir que está cansado y en los últimos tiempos no acudía a su oficina de forma cotidiana. Su carácter, sin embargo, sigue siendo hoy igual que cuando acudió al Concilio Vaticano II como joven teólogo: es un hombre amable, de trato bondadoso, humilde y austero (viaja solo y en clase turista), dialogante, demasiado curtido y sabio como para escandalizarse por nada, enamorado de Mozart y de la lectura.

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