Una infección desató el choque séptico
El Pontífice decidió permanecer en sus habitaciones del Vaticano sin ir al hospital
Karol Wojtyla tuvo 40 grados de fiebre desde el jueves por la mañana, pero la crisis final comenzó por la tarde. La infección en las vías urinarias que generaba el proceso febril provocó un choque séptico y un colapso cardiocirculatorio, del que los especialistas en reanimación consiguieron sacar al paciente con grandes dificultades.
Pero a partir de ese momento, alrededor de las seis de la tarde, con la infección extendida a la sangre, una fiebre altísima y una tensión arterial absolutamente descompensada, con cuatro de mínima, los médicos se convencieron de que no podían ya hacer otra cosa que gestionar la agonía. La infección era lo que más se temía en un enfermo con un Parkinson muy avanzado, y había ocurrido.
A las 19.17 del jueves, según el portavoz Joaquín Navarro-Valls, Juan Pablo II recibió la unción de los enfermos, tradicionalmente conocida como extremaunción. El doctor personal del Papa, Renato Buzzonetti, le explicó a su paciente y amigo la realidad de la situación y le aconsejó un traslado al policlínico Gemelli. Wojtyla preguntó si esa hospitalización serviría de algo y Buzzonetti respondió que no, que la situación apenas cambiaría. El Pontífice tomó entonces la decisión de permanecer en sus habitaciones del Palacio Apostólico, donde desde hacía semanas se había instalado un ambulatorio con todos los instrumentos clínicos necesarios, y esperar allí, junto a su secretario, el arzobispo Stanislas Dziwisz, y las personas de su entorno más próximo el momento de la muerte.
La situación no era muy distinta ayer por la mañana. La tensión arterial seguía descompensada y muy inestable, las constantes biológicas permanecían "alteradas" y la infección se había adueñado del organismo, pese a un intenso tratamiento con antibióticos. Karol Wojtyla recibía oxígeno a través de la cánula insertada en la tráquea, pero aun así respiraba con gran dificultad. El equipo médico dirigido por el doctor Buzzonetti, ayudado por dos especialistas en reanimación, un cardiólogo, un otorrinolaringólogo y dos enfermeros, no podía hacer más que suministrar analgésicos y sedantes.
Una persona que visitó las habitaciones pontificias explicó que Karol Wojtyla estaba muy delgado y mostraba una palidez absoluta, de cadáver, pero era capaz de mover las manos y se encontraba sereno y lúcido.
En el comunicado emitido en la tarde ayer, los médicos señalaban que el corazón y los riñones estaban fallando; que su respiración se iba apangando; y que su presión arterial era muy baja. Tras esta nueva comunicación por parte del Vaticano, por escrito, algunos medios llegaron incluso a avanzar la muerte del Pontífice. Los portavoces lo desmintieron rotundamente.
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