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Columna
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Pícaros

Lo peor que puede pasarle a un alcalde honesto es que le crezcan los enanos, en connivencia con los pícaros. Y es lo que le está pasando a Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla. Decir "pícaros" en esta ciudad de Monipodios es como mentar la bicha. Pero no hay más remedio. Resulta que mientras él se dedicaba a impulsar los grandes proyectos (metro, aerópolis, nueva esclusa...), o a que funcionen bien cosas tan complicadas como la Semana Santa -con la guasa que tiene la Semana Santa de Sevilla-, una familia de roedores le estaba agujereando las cañerías por la parte de atrás.

La cosa, al menos hasta ahora, es de poca monta, pero tratándose de dinero público, ni un céntimo. Ni descuidarse un minuto. Dicho eso, tampoco hay que sacar las cosas de quicio, ni dejarse llevar por la magnificación interesada del caso, que no tiene ni punto de comparación con lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Marbella o en la Zona Franca de Cádiz, ésta presidida por su alcaldesa, donde siguen "extraviados", por el momento, más de 16 millones de euros. De estos asuntos ya se viene conociendo bastante -bastante más de lo que puede soportar el ánimo del contribuyente-. Y otros que empiezan a asomar por el horizonte, como que el Ayuntamiento de Málaga, también del PP, acaba de adjudicar a dedo un proyecto de 232.423 euros, con el informe en contra del interventor. No pierdan estas sintonías. Y observen cómo el señor Rajoy, tan dispuesto a enterarse de todo lo que pasa en Andalucía, de nada de eso quiere saber nada.

Pero volvamos a Sevilla. Según los datos de que hasta ahora se dispone, la presunta trama de la Macarena procede de un mandato anterior, cuando este mismo alcalde ya tuvo que prescindir de un correligionario suyo que le llevaba el distrito. No fue bastante la medicina, por lo visto, y ahora ha tenido que renunciar a otros dos. Por medio, un tal Pardo, empeñado en seguir picoteando del pastel, pese a haber sido condenado por sus contactos en el llamado "escándalo Juan Guerra". La pregunta es: ¿y por qué se le permitía que siguiera alrededor del pastel? Pues la respuesta es que el alcalde, desde luego, no. Es más, tenía confiado al servicio de orden de la última campaña electoral que alejaran de su lado al citado personaje, de modo que ya corría la denominación de "espantapardos", referida a los que se dedicaban a tan singular tarea. Pero se ve que no siempre lo consiguieron, y el personaje en cuestión logró salir en la foto. O sea, picaresca pura y dura.

Y ahora la coda. No sé si recordarán los amables lectores algo que les dije hace un par de meses. En Sevilla, de aquí hasta las próximas elecciones, todo pasa por Tablada. Por activa o por pasiva. Cualquier ratón que se mueva será convertido automáticamente en tigre de Bengala, y los enanos, en gigantes comeniños. Todo, con tal de que cambie el signo político del Ayuntamiento, sea como sea. Y así, los que han enterrado en una dehesa inundable 82 millones de euros -mal aconsejados, no lo olviden, por regidores anteriores y por un par de aprendices de banqueros-, puedan, por fin, pegar el pelotazo del milenio. O sea.

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