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Columna
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Adalid

Podemos convenir en que el concepto es hermoso. En vez de las alianzas bélicas de siempre, una que pone el énfasis sobre la necesidad de que Occidente y Oriente se entiendan mejor. A mí, como detentador de un carnet de identidad español, me complace profundamente que del seno de este Gobierno haya salido una propuesta tan noble e inteligente, aplaudida, primero en la ONU y ahora por los representantes de las veintidós naciones de la Liga Árabe. Zapatero y los que le aconsejan merecen el reconocimiento de todos los verdaderos demócratas.

No lo ve así, desde luego, el principal partido de la oposición, desde cuyas files no se oyen, al respecto, más que risitas apenas sofocadas, expresiones de desprecio y acusaciones de ingenuidad.

Pero, ¿por qué ingenuidad? ¿Tenemos que creer que el conflicto entre Este y Oriente, y entre judíos y palestinos, será eterno, que las nuevas conflagraciones son inevitables, y que, en fin, sólo es razonable el cinismo?

Zapatero tuvo el acierto de abogar en Argel no sólo por una alianza contra el terrorismo -término siempre polémico- sino por una cooperación cultural y un diálogo en profundidad inspirados en la realidad histórica de la península ibérica. No he visto el texto completo de su discurso, pero, según una cita reproducida en este periódico, el presidente se refirió, tomando al rondeño Francisco Giner de los Ríos como autoridad, a "lo mucho que nuestro país ha recibido de otros a lo largo de los siglos, y, en particular, del mundo árabe". No creo que ningún jefe de Gobierno anterior haya dicho nunca nada comparable (Aznar se expresaba muy de otra manera, recordemos sus alusiones a la "invasión" de 711 y a la consiguiente y necesaria "Reconquista").

¡La Reconquista! Estos días he vuelto a sumergirme en el Poema de myo Cid (maravillado otra vez por lo relativamente fácil que resulta tal lectura comparada con la Chanson de Roland de nuestros vecinos). En la "épica nacional" no se habla para nada de Reconquista pero, eso sí, una y otra vez, de apoderarse de castillos moros, pueblos moros, territorios moros... para quedarse con el botín.

La decisión de echar de España a los judíos y a los moriscos fue un error terrible además de una tragedia humana. Ya se pidieron disculpas a los sefardíes. Nunca ha habido el mismo detalle para con los descendientes de los "moriscos", a quienes aquella expulsión les sigue doliendo en el alma. Cuando haya por fin una reparación simbólica (no se pide otra cosa), veremos otra vez el desprecio de la oposición, para la cual lo único que vale aquí es el rancio catolicismo de siempre. Yo creo -y tanto la política de la Junta de Andalucía como la del Gobierno central me confirma en ello- que ha llegado el momento de la verdad, el momento de asumir plenamente la naturaleza plural, abigarrada de este país, incomparable en su mescolanza de sangres, idiomas, culturas y religiones. El léxico español tiene la ventaja, muchas veces, de permitir elegir entre una voz árabe y otra de procedencia latina. Prefiero, pues, llamar a Zapatero adalid, y no líder, de una de las iniciativas gubernmentales más valiosas de los últimos años.

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