La bitácora o el laboratorio personal
Un blogger que se vale del anonimato me reprende y me rebate la argumentación demasiado literaria de la que yo me serviría para reflexionar sobre las bitácoras: ya saben, esos diarios o blogs que tantos individuos editan y publican en Internet, yo entre ellos, cuadernos que para algunos quizá exagerados están revolucionando el propio concepto del periodismo. Eso mismo confesaba Tom Wolfe al corresponsal de EL PAÍS. Que se cite a Emil Cioran para abordar qué sea un blog parece algo forzado, artificioso, algo exagerada e innecesariamente culto. Y, sin embargo, Cioran nos enseña mucho sobre qué es una bitácora, pues él mismo se valió de dicho género para expresarse y para elaborar fragmentos, para arrancarse trozos de sí mismo y para anotar su estupor. Por ejemplo, entre 1957 y 1972, escribió unos Cuadernos para su uso personal, unos cuadernos que estaban semienterrados y que sólo cuando murió, su viuda, Simone Boué, editó.
"Los cuadernos de Cioran nada tienen que ver con un diario, en el que hubiera consignado los acontecimientos del día en sus menores detalles, género que para él carecía de interés. Más bien tenemos la impresión de encontrarnos ante esbozos, borradores", decía Simone Boué en la introducción de dicha obra. En efecto, esos cuadernos son escritos en abreviatura, casi cifrados, una selección de lo posible y de lo que le acontece interiormente, una expresión de ideas en latencia, de juicios provisionales, que expresan soledad y aturdimiento ante lo que se observa y pasa.
Como el propio Cioran añadió en una anotación de dicha obra, "voy a aferrarme a estos cuadernos, pues es el único contacto que tengo con la escritura. Llevo meses sin escribir nada. Pero este ejercicio cotidiano tiene algo bueno, me permite acercarme a las palabras y verter en ellas mis obsesiones, al tiempo mis caprichos: lo esencial y lo inesencial quedarán consignados igualmente en ellas". Fijémonos: no emplea los cuadernos como una obra literaria más, sino como un laboratorio personal, como ese espacio hecho de palabras en el que se comunica consigo mismo llevando hasta el límite el propio idioma que ha abrazado.
Pero no es tanto un ejercicio de estilo como una evacuación. Escribir como la tarea propia de un deshollinador. "Porque escribir, por poco que sea, me ha ayudado a pasar los años, pues las obsesiones expresadas quedan debilitadas y superadas a medias", le confiesa a Fernando Savater en una de sus Conversaciones. "Estoy seguro de que si no hubiese emborronado papel, me hubiera matado hace mucho. Escribir es un alivio extraordinario".
Pero el blogger no sueña sólo con escribir secretamente, sino que alimenta el narcisismo de ver publicadas sus anotaciones, incluso en forma de libro. Ya hay editado un volumen español, por ejemplo, y se anuncia para dentro poco otro que recogerá textos del pasado año. La bitácora sería también así el lugar de la evacuación, el espacio en el que expresar obsesiones con el fin de que al anotarse y publicarse se debiliten y no pesen en el interior. ¿Por qué razón? Porque, según le confesaba Sherlock Holmes a Watson en Estudio en escarlata, nuestro interior es como un pequeño ático de pocas piezas, un ático vacío en el que hemos de meter el mobiliario necesario: las gentes necias, continuaba el detective, amontonan sin criterio, dejando poco lugar para los enseres precisos o anulando el espacio mismo, convertido de ese modo en un ámbito impracticable o inhabitable. Hay, pues, muchas obsesiones que vendrían a ocupar indebidamente el espacio reservado para uno mismo.
Por eso, lo mejor es, en efecto, escribir en un cuaderno, al modo de Cioran, o ahora en una bitácora aquello que siendo sobrante no es estrictamente desechable, una bitácora en la que ensayar sobre las propias ideas con el fin de que no ocupen nuestro ático ya repleto de experiencias. Por eso, también es útil publicar esas cavilaciones pues, como el propio ensayista admitía, cuando publicamos, esas especulaciones se nos hacen exteriores. "Se desprende uno de todo lo que ama y sobre todo de todo lo que detesta de uno mismo", añadía.
Por tanto, frente a lo que puedan pretextar tantos bloggers (que el ámbito y el hábito de bitácora nada tienen que ver con el narcisismo, con las obsesiones, con las cavilaciones), el acto de escribir anotaciones es una suerte de terapéutica. Idéntico a lo que admitió, otra vez, Emil Cioran: ése "es el sentido profundo de todo lo que he escrito (...), pues para mí escribir es exactamente eso, es atenuar como una presión interior debilitarla: por tanto, una terapéutica". Lo expresado se vuelve efectivamente externo, al menos en parte, y se asemeja a la operación estricta de expectorar, nada menos.
Además, cuando anotas inevitablemente simplificas, te rebajas a expresarte y las palabras enunciadas y registradas en el cuaderno pierden ese brillo probable que tenían antes de materializarse. Nuevamente, Cioran lo dijo con talento: "en cuanto escribes algo, pierde en seguida todo su misterio, se fastidió; lo has destruido y también a ti mismo (...). Por tanto, quien escribe es alguien que se vacía y, al cabo de una vida, acaba en la nada". Ojalá no nos pase eso último a quienes escribimos cotidianamente en esta suerte de diario inconexo que es la bitácora: admitimos que todo pierda el brillo previsto de cuando sólo era una idea inexpresada, admitimos que eso escrito y leído por otros no sea gran cosa, pero lo que no podemos admitir, contra Cioran, es que ese vaciamiento nos lleve a la nada. La nada ya nos llegará con la muerte: mientras tanto, anotamos.
http://justoserna.bitacoras.com
Justo Serna es profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia.
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