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COLUMNISTAS
Columna
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La cara del alma

Amigos libaneses de clase media con lo que podríamos llamar pretensiones, me hicieron, cuando tuvimos suficiente confianza, la pregunta decisiva:

-Maruha, ¿how many bathrooms have in your house of Barcelona?

-Hammaamtén -respondí, en árabe: dos.

Respiraron, tranquilos. Parece ser que, para ellos, tener dos cuartos de baño en un piso es señal de que no has fracasado en la vida. Y, en mi caso, de que no se equivocaron concediéndome su confianza e invitándome a cenar, e incluso accediendo, con suma amabilidad, a que visitara en varias ocasiones algunos de sus dos cuartos de baño.

Más adelante me visitaron ellos, en mi ciudad. Y cuando les enseñé el cuarto de baño (el otro no es más que un excusado de cortesía), lo primero que preguntaron fue:

-¿Y el segundo?

Horas más tarde, cuando se marcharon, ella me deseó mucha prosperidad. Supongo que lo que quería decir era que a ver si espabilaba y escribía otro libro, para poder comprarme un verdadero segundo cuarto de baño.

Hasta aquí, un ejemplo de lo que los santuarios de higiene personal pueden significar en la escala de los valores sociales de algunas familias, tan gentiles como estrafalarias, que forman parte de mi Libro de los Contactos. No puedo, sin embargo, criticarles, porque yo misma confiero al baño caracteres especiales.

Oh, no. Me había jurado no volver a usar nunca la palabra "especial". Ya saben: tengo un amigo muy especial, ella es muy especial para mí. Es la palabra que usan los tontos más contemporáneos; sus predecesores usaban mucho "lúdico", que también solté de mi vocabulario, o lo intenté, como quien se saca pus del lenguaje.

Características de los cuartos de baño: son el verdadero espejo del alma. Y esto no tiene que ver con el lujo, sino con la limpieza y el orden, y también con el contenido, claro está. Dime cómo tienes el baño y te diré quién eres. Los periodistas solemos pedir para hacer pipí en medio de una entrevista, o de una investigación. A mí me salía de natural, porque soy muy meona; pero en ocasiones también fingía serlo. Y hay cuartos de baño pavorosos: casi vacíos, con un guante de crin tipo disciplina inglesa extrañamente desolado en un ángulo de la bañera. Los hay también atiborrados (el mío, por ejemplo), pero ordenados con mimo, y decorados con objetos que no son precisamente propios de Roca y sus hermanas. Máscaras, paisajes, una sirenita.

Sin embargo, no hay que dejarse llevar por la primera impresión que producen los objetos, sobre todo si se trata de artículos de primera necesidad. Encontrar Hemoal en el baño de una dama no siempre significa que sufra de hemorroides. Como las modelos saben muy bien, los antiinflamatorios radicales van muy bien para amortiguar las bolsas bajo los ojos tras una noche de juerga. Tampoco encontrar tubos de vaselina por un tubo indica que el caballero al que pertenecen sea necesariamente gay. Y no encontrarlos no quiere decir necesariamente que no lo sea.

En líneas generales, se puede saber si la persona cuyo baño se visita es maníaca, puntillosa, hipocondríaca (si al abrir un armario su contenido fármaco se desploma encima del visitante), tacaña… Sobre todo, se puede saber si es sucia, porque ni el que más personas de servicio tiene dispone de alguien que le limpia la taza del water cada vez que lo usa. Y ahí suele haber rastros demoledores: una aviesa compresa arrojada con naturalidad, y encima vaciar la cisterna después, un palomino perdido entre agua y porcelana… Lo que uno hace cuando no le ven es lo que de verdad quiere hacer.

La taza, pues, sería el espejo del alma.

Y la bañera. Tuve una amistad durante años. Durante años frecuenté su cuarto de baño. Hubo una temporada en que un pelo misterioso permaneció cerca del desagüe una semana tras otra. Yo lo achaqué a la excelente capacidad de resistencia del cabello. En realidad, resultó no sólo que la amistad era, como solía decir mi madre, poco curiosa, sino que acumulaba también todo tipo de humores morales. Aquel pelo insistente pelo hablaba por sí solo, pero yo me resistí a escuchar su voz.

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