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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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Zapatero y Putin

Josep Ramoneda

FELIZMENTE SUPERADOS los tiempos en que la política hacía funciones de moral, sigue la resistencia a aceptar la autonomía de los dos campos. De modo que algunos gobernantes utilizan la moral en funciones de política, como ha hecho reiteradamente el Bush del eje del mal y de la revolución conservadora, tratando de este modo de convertir el apoyo a su política en deber.

No es ajeno a esta confusión el primer líder pospolítico que España ha conocido: José Luis Rodríguez Zapatero. El presidente ha sabido sintonizar con una España posideológica en que una buena parte de la ciudadanía, y especialmente las nuevas generaciones, ve la política con desconfianza, vive la presión normativa de lo económico como nueva fuente de moralidad y se mueve más por impulsos morales o sentimentales que por razones políticas. El presidente sabe que la relación de estos ciudadanos con la política es muy inestable y que le pueden abandonar con la misma rapidez con que le apoyaron, hartos de la asfixiante presión ideológica del Partido Popular. En sus loables intentos de politizar la sociedad pospolítica, Zapatero acude, a menudo, a categorías que pertenecen más a la moral o simplemente a la retórica que a la política. Algún día podríamos contabilizar su uso, por ejemplo, de la palabra esperanza. Este lenguaje marca todavía más el cambio generacional que Zapatero ha liderado. Hay un abismo entre su modo de hablar, su manera de comunicar y la de los que le precedieron en la cúspide del poder. González, Aznar, Pujol y Maragall, cada cual con su peculiar estilo, respondía a una misma cultura política. Zapatero es otro mundo.

El riesgo que comporta el haber sabido entrar en este otro mundo es que confunda las categorías morales con las políticas. Y, en cierto sentido, que acabe apartándose de la política. Zapatero repite, igual si se trata de la oposición, de Ibarretxe, de Bush o de Putin, la cláusula para todos los usos del "respeto a la política de cada país" (o de cada partido) y del diálogo como hacedor de milagros. ¿Pero qué pasa cuando los milagros no llegan? La insistencia en los buenos modos inevitablemente se hace sospechosa de debilidad en la formulación de las posiciones políticas. Al fin y al cabo, la política es toma de decisiones, formulación de proyectos, definición de estrategias. El respeto y el diálogo son moralmente muy confortables, pero convertidos en generalidades no significan nada. Despachar con esta fórmula las graves objeciones que provoca el cortejo a Putin, al que Zapatero se ha apuntado, al lado de Chirac y Schröder, es como mínimo preocupante.

¿El respeto y el diálogo significan el blanqueo de los crímenes de Chechenia? ¿El respeto y el diálogo significan dejar a su suerte a Masjádov, el único líder checheno con legitimidad democrática capaz de trabajar por la paz? ¿El respeto y el diálogo significan no querer ver cómo Putin ha destruido todos los eslabones del poder hasta construir un sistema en que poder económico, poder judicial y poder político convergen en él? El respeto y el diálogo es una consigna muy edificante hasta que se convierte en un sarcasmo. Y esto es lo que ocurre cuando se sitúa ante un panorama de atrocidades. Como dice el sociólogo ruso Artemi Troitsky, "el apoyo y la solidaridad internacional a todo tipo de oposición civilizada al régimen de Putin es absolutamente crucial para la supervivencia de Rusia como país libre". El argumento de que en Rusia no hay alternativa y que Putin es el único que puede contener aquel monstruo, me recuerda cuando en épocas de Franco se decía que los españoles no estaban preparados para la democracia. Una vez más, los dirigentes occidentales, Zapatero y sus dos homólogos entre ellos, caen en la misma trampa: pactar con autócratas, en nombre del pragmatismo, dejando de lado el verdadero realismo que sería apoyar a los demócratas que existen y necesitan ayuda. Y eso vale para el mundo ruso como para el mundo árabe.

Las primeras opciones de política internacional de Zapatero están en la lógica de lo que la ciudadanía esperaba de él, después del impacto de la retirada de las tropas de Irak: volver al centro de la política europea y buscarse un sitio como puente entre Occidente y el mundo islámico. Pero el compadreo con Putin las está enturbiando. ¿Bush por Putin? Triste negocio. Y si Zapatero lo duda, que se procure la película de Manon Loizau, Grozny, crónica de una desaparición.

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