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Entrevista:CARLES SANTOS | Compositor y director escénico

"Soy un músico que ha pasado del blanco y negro al tecnicolor"

Miquel Alberola

Con los tres premios Max que acaba de obtener su obra El compositor, la cantante, el cocinero y la pecadora, el compositor y director escénico valenciano Carles Santos (Vinaròs, 1940) ya cuenta con siete de estos galardones en su palmarés. Su teatro no es sólo teatro. Es más que música. Un reflejo de su compleja personalidad creativa. Tiene la edad de jubilarse y sin embargo le quedan más proyectos que años vividos: ensaya un nuevo montaje, concibe otra película con Pere Portabella, cría gallinas y palomas mensajeras y, si tiene un hueco, sale al mar en su barco pesquero, el María Magdalena.

Pregunta. No acudió a recoger los tres Max. ¿Había mensaje en su ausencia?

Respuesta. No, no. Estoy montando una obra nueva y justo ese día era el que venían por primera vez todos los cantantes y músicos. Era un día imprescindible y avisé de que no podía ir a recoger los premios.

"Si no fuese por Joan Brossa no sé dónde estaría. Me dijo: 'Tocas muy bien el piano. ¿Y ahora qué? ¿Qué haremos con el piano?"
"En el mundo de la música no llevar frac ya es un drama, mientras que en el del teatro si sales en pelotas no pasa nada"

P. ¿Cree en los premios?

R. Este tipo de premios siempre dan satisfacción personal porque los vota la gente de la profesión. Son como los Goya pero con menos glamour. Y además, apuestan por la aventura, por el riesgo, a diferencia de los Goya, en los que ya se sabe que hay unos intereses comerciales. Ya tengo una cierta edad, pero sigo trabajando en un terreno que no es comercial y es muy arriesgado.

P. ¿Se considera un autor de riesgo?

R. Siempre trabajo en riesgo. Mis obras no son comerciales y necesitan un público muy especial, lo que ocurre es que en este país ese público ya empieza a existir y, en ese sentido, el riesgo ya es menor. Hay una generación que se interesa por las cosas nuevas, diferentes.

P. En la obra premiada recrea la obra de Rossini a partir de una gota de agua. ¿Es deconstrucción inversa?

R. Son ideas que un día aparecen, las vas trabajando y acabas por no querer saber cuál es su origen. Tengo mucha tendencia al agua, al líquido. El líquido siempre es vida. En todas mis obras es raro que no caigan gotas de agua o se inunde algo. No sé si es porque vivo aquí en Vinaròs rodeado de agua. Aunque el agua también puede ser muerte, como en esta obra.

P. ¿Es la obra de la que se siente más satisfecho?

R. No. Tampoco podría decir que haya otra que lo sea. Las voy haciendo y ahora estoy liado en otra.

P. Su teatro no es sólo teatro.

R. Es música. Yo soy músico, lo que ocurre es que me he ido de los espacios naturales musicales a los teatrales, sin dejar de ser músico, para poder explicar mejor lo que quiero hacer. He ido a buscar el otro público. El público del teatro es más abierto y está más dispuesto a enfrentarse con lo que sea. El de la música es más formal. Soy pluridisciplinar, utilizo actores, bailarines, circo, músicos, proyecciones..., y para eso en el mundo de la música no hay ni espacio ni mentalidad ni gente que apueste por ello. Ni siquiera las instituciones.

P. ¿Cómo definiría lo que hace?

R. No es mi tarea, pero soy un músico que ha pasado del blanco y negro al tecnicolor.

P. ¿No se le puede clasificar?

R. Aparezco siempre como inclasificable por mis actitudes. Un día me pasará algo y se creerán que es un gag.

P. Fue un niño prodigio, como Rossini. A los cinco años tocaba el piano con gran solvencia.

R. Tenía más facilidad con el piano que con la palabra. Iba muy deprisa. Todo sucedió dentro de las pautas surrealistas del Vinaròs de aquella época: los profesores que tenía, las cosas como iban, las familias, mis viajes a Barcelona para examinarme en el Liceo, que coincidían con el estraperlo del aceite, la gente que se tiraba de los trenes... Todo eso te deja un poso que después, cuando lo ordenas, son unas imágenes que me han ido bien.

P. ¿Cómo vivió ser un niño prodigio?

R. Me di pronto cuenta de que era una tontería. Hubo un momento en que entré en crisis y me dejé el piano. Luego volví, pero la decisión ya fue mía.

P. ¿Le recriminaron que se saliera de la trayectoria hacia la que parecía predestinado?

R. Sí, las discusiones que tuve con los críticos en la primera época se reproducían en casa a la hora de comer.

P. ¿Hay un antes y un después en usted tras conocer al poeta Joan Brossa?

R. Si no fuese por Brossa no sé dónde estaría. Cuando lo conocí yo tocaba muy bien el piano.

P. ¿Fue eso lo que lo empujó a la vanguardia?

R. Sí, más que los conservatorios y los profesores. Brossa me dijo: "Tocas muy bien el piano. ¿Y ahora qué? ¿Qué haremos con el piano". Él me ofreció la creatividad.

P. Usted ha roto incluso el molde de la vanguardia.

R. Estoy muy lejos de eso. Ya no sé si hay vanguardias. Se ha normalizado el papel del artista, las formulaciones se han moderado mucho, aunque todavía hay talibanes. Viví la época de las vanguardias y el compromiso personal, en el que todavía creo, pero el arte no transforma la sociedad como creíamos. Entonces las cosas eran muy trascendentes; ahora son más reales.

P. Hay un estereotipo de usted según el cual siempre trata de subvertirlo todo. ¿Lo comparte?

R. No, soy un hombre de formación clásica y me baso en una técnica muy establecida, lo que pasa es que me han permitido hacer lo que he querido, aunque sin estridencias. Lo que ocurre es que en el mundo de la música no llevar frac ya es un drama, mientras que en el del teatro si sales en pelotas no pasa nada.

P. A pesar de haberse ido a la vanguardia, siempre regresa a Rossini y a Bach.

R. Bueno, yo me levanto por las mañanas y toco el piano muchas horas: Bach, Beethoven, Brahms... Tengo los pies puestos en la tradición. Con Rossini es otra cosa. Soy poco operero, pero Rossini es especial. Para mí es el mejor.

P. ¿Qué le ha llevado, entonces, a dirigir óperas?

R. Es un modo de olvidarse de la ópera y rescatar la música y el lenguaje de Rossini para visualizarlo desde mi espacio de libertad.

P. Al público que le gusta su obra, le apasiona; al que no, la detesta. ¿No tiene término medio?

R. Parece que no. Y los premios Max son una prueba.

P. Ahora recibe muchas subvenciones. ¿Ha sido deglutido por el sistema?

R. Bueno, tampoco mucho, ni de los que más. Normal. Hay un respeto por el trabajo y puedo hacer cada año una producción, incluso podría hacer más si quisiera. Formo parte, como usted dice, del sistema. Por eso me resulta difícil hablar de vanguardias.

P. Siempre fue a su bola.

R. Siempre fui a mi bola y ahora están interesados por mi bola, y eso me permite hacer obras de ciertas dimensiones.

P. ¿El piano es su ortopedia perfecta?

R. Incluso cuando no está en mis obras. Es el origen de todo. Mi ordenador. La gente trabaja con ordenador y yo con piano.

P. ¿Qué relación mantiene con él?

R. De matrimonio. Lo que pasa es que los pianistas somos infieles, cuando salimos de casa tocamos en otro piano. No somos como los violinistas, que tocan su instrumento. Los pianistas sólo hacemos la parte dura con nuestro piano.

Carles Santos, apoyado en el mascarón de su barco en Vinaròs.
Carles Santos, apoyado en el mascarón de su barco en Vinaròs.ÁNGEL SÁNCHEZ

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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